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El gobierno y el karma de la deuda

El gobierno y el ministro de economía siguen ensimismados con que el principal problema del país es la deuda. Lo volvió a probar hoy Guzmán con su aparición ante los medios.

El principal problema del país no es la deuda, es su estancamiento, su encierro y su decadencia comparativa.

La deuda total de la Argentina apenas supera en 50% del PBI. Es una deuda baja comparada a la que tienen otros países en relación a su producto. El problema es que el producto de todos esos países está creciendo y el de la Argentina se está reduciendo. El porcentaje sobre el producto de la deuda aumenta no por el crecimiento de ésta sino por la caída de aquél.

Si la Argentina desplegara un programa basado en la liberación de las unidades productivas, el potencial de crecimiento dejaría la deuda reducida a un problema mínimo.

La deuda es preocupante porque la Argentina decidió hace muchas décadas (problema empeorado en los años del kirchnerismo) engranar su capacidad de innovación, creatividad y producción por la vía de implementar un sistema legal persecutorio de la riqueza, inquisitivo con el innovador y punitivo  del diferente, que acható miserablemente su productividad, su ingenio y su desarrollo.

Fue un freno en seco que la ley le puso al impulso del progreso. El igualitarismo estúpido le ha hecho perder al país la principal matriz de creación de riqueza marginal que antes lo había convertido de ser un desierto infame a entreverarse con las primeras naciones del mundo.

Alexander Solzhenitsyn dijo que los “seres humanos nacen con distintas capacidades. Si son libres, no son iguales. Si son iguales, no son libres.” Durante los 76 años que corrieron entre 1854 y 1930 la Constitución mandó a derogar toda la legislación colonial de imposiciones y prohibiciones. En su lugar ordenó legislar un orden jurídico nuevo, compatible con ella misma, que básicamente liberara a los hombres de las ataduras a las que los había sometido el régimen fiscalista y extractivo de la Casa de Contratación de Sevilla (el equivalente al Estado actual).

Con esa sola movida, y atendiendo al principio humano de que las personas se mueven por estímulos y no por órdenes, subrepticiamente originó el milagro argentino que asombró al mundo de entonces.

En los quince años que corrieron entre 1930 y 1945, la Argentina absorbió una serie de ideas (que básicamente fueron las derrotadas en la Segunda Guerra Mundial) que luego cristalizó en su orden jurídico a partir de 1946. Los 73 años que siguieron fueron iguales a los de la Colonia.

Entre enero y noviembre de 1946 el gobierno de Perón sancionó 16259 decretos -apoyado, cuando no, en el uso de “facultades extraordinarias” (completamente inconstitucionales en ese momento)- que derogaron la legislación constitucional (y en gran medida hasta la propia Constitución) y la reemplazaron por un orden que hizo regresar al país a la Casa de Contratación de Sevilla.

Impulsado por un igualitarismo inútil, el populismo creyó que podía alcanzar la igualdad real de los seres humanos impidiendo por ley que estos manifiesten las diferencias con las que nacen. Fue como tirar el enorme tronco de una sequoia a los rayos de un molino: todo se engranó.

Nació la economía en negro. Porque más allá de lo que un burócrata pueda escribir en una ley, las personas siguen naciendo con capacidades diferentes, y, si la ley los embreta para evitar que esas diferencias se manifiesten, pues la ley termina siendo salteada o ignorada.

Todo el aparato productivo se estancó, porque las regulaciones estatales terminaron con la capacidad de elección libre de las personas y todo en la Argentina pasó a ser u obligatorio o a estar prohibido. Nada quedó pendiente de la autonomía de la voluntad individual.

Con ese corset a cuestas, el PBI global -y por supuesto el PBI per cápita- se derrumbaron. Como la demanda de bienes superó la oferta (porque la ley pasó a castigar al productivo, al que ganaba, al que trabajaba y al que creaba) nació la inflación. El país perdió competitividad internacional: de participar del 3% del comercio global total, su participación cayó a menos del 0.2%. Eso hizo que se perdieran divisas y que la balanza comercial entrara en desequilibrio negativo.

La formidable maquinaria populista de gasto público desequilibró el balance fiscal y la combinación de los déficits gemelos desembocó en la deuda.

La deuda tendría hoy el formato de créditos para la continuidad del crecimiento y del desarrollo y no, como lo tiene, el de tomarla para pagar gastos corrientes.

El populismo convirtió a la Argentina en un país inviable en donde 8 millones de personas se mantienen a sí mismas y además mantienen a otros 36 millones que viven directa o indirectamente del Estado. Esa ratio “8/36” sepultó a la Argentina tantos pero tantos metros bajo tierra que le será muy difícil pisar nuevamente la superficie, a menos, claro está, que, como se hizo a partir de la jura de la Constitución, se comience un enorme contra-trabajo derogatorio de toda la legislación fascista y se la reemplace por una legislación de la libertad.

El experimento de probarle al mundo que la Argentina podía efectivamente convertirse en la primera fábrica de producción natural de iguales, fracasó rotundamente. Lo hizo a tal punto que hoy somos menos iguales que cuando éramos libres.

El secreto está en volver a ser libres. La libertad de crear, de inventar, de innovar, de trabajar, de intentar volverse rico, hará el resto. Por supuesto que algunos subirán más que otros. Pero la afluencia general generada por ese tipo de ley logrará una sensación visual de igualdad que es la que uno observa en los países desarrollados. Por supuesto que allí hay gente que gana millones de dólares por mes y otra que gana “solo” miles. Pero la apariencia visual y el alcance que un sistema opulento permite, hace que todos disfruten de enseres, comodidades y placeres que nosotros sí tenemos limitados a una casta privilegiada, empezando por la que constituyen los funcionarios del Estado.

En la abundancia, quien tiene 2 millones de dólares no vive demasiado diferente del que tiene 200: esa es la igualdad de la libertad. Mientras el país crea que la igualdad se consigue a los palazos, castigando a los distintos, solo tendrá más pobres, creyéndose que busca la felicidad cuando solo persigue la envidia.

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