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Detrás del salario universal

Mientras la hinchada del Corinthians tiraba billetes de mil pesos rotos en varios pedazos al aire de La Bombonera celebrando la clasificación de su equipo frente a Boca en los octavos de final de la Copa Libertadores, se empezaban a conocer los primeros pareceres de Silvina Batakis, la nueva ministra de economía.

La acidez brasileña en la cancha de Boca puede ser tomada como un reflejo de cómo el resto de América ve a la Argentina hoy: como un objeto de ridiculización. Convengamos que el hincha de fútbol promedio suele no ser un erudito en materia económica ni una lumbrera en cuestiones que se relacionen con la alta política.

Pero el desbarranque argentino se ha convertido en algo tan cotidiano, tan común, tan evidente, tan al alcance del entendimiento de cualquiera que los hinchas brasileños que llegaron hasta La Boca no iban a perder la oportunidad de hacer algo tan gráfico como romper “dinero de verdad” como si fuera papel higiénico para demostrarnos que somos el hazmerreir de la región.

Justamente el papel higiénico ha comenzado a escasear en el país. Aquello que quienes siempre criticamos el régimen bolivariano usábamos como bandera para demostrar la mierda que gobierna en Caracas, ahora se está convirtiendo en una realidad en la Argentina.

En otro clásico del pobrismo, la nueva ministra dijo que “el derecho de viajar colisiona con la generación de empleo” en lo que todo el mundo interpretó como el prólogo de la implementación de restricciones para viajar al exterior. Un “imprescindible” dentro del manual de las dictaduras de izquierda: la cárcel interior.

No es casual tampoco que Batakis hable de “generación de empleo” y no de la “creación de trabajo”. Hay un abismo entre las dos expresiones que muchos usan como si fueran sinónimos.

El empleo no es más que una formalización burocrática. Puede existir habiendo o no trabajo. Como magistralmente lo explicara Gustavo Lázzari en nuestra columna de ayer, el trabajo consiste en la “transformación de la materia o en la creación de un servicio” donde antes había otra materia o no existía el servicio. Eso es trabajo. El empleo es un puesto que no necesariamente transforma la materia o genera un servicio. Puede haber empleos, incluso, que destruyan la materia y obstruyan servicios que ya existían. Llamar “empleo” al “trabajo” es lo mismo que llamar “trabajador de la educación” al “maestro”.

El gobierno siempre habla de empleo, no de trabajo. El trabajo dignifica a las personas y el gobierno no quiere personas dignas; quiere siervos, zombies que -mal alimentados, mal educados y mal atendidos en su salud- estén siempre rendidos ante la obediencia.

Un país sin trabajo no produce riqueza, por eso su monetización no es dinero sino papeles pintados que los hinchas de fútbol usan como papelitos de festejo en una cancha.

El último capítulo en la guerra que el kirchnerismo ha lanzado contra la cultura del trabajo clásico (aquel que genera riqueza genuina [y por lo tanto, nueva], aquel que convierte la materia en algo distinto a lo que era o brinda un servicio que no existía hasta ese momento) es la noción del “salario universal”.

En este sentido es muy interesante analizar por qué han elegido el uso de la palabra “salario” para identificar este nuevo programa social. Tranquilamente -y de acuerdo a lo que se hizo muchas veces en varios lugares del mundo- se podría haber llamado a esto “subsidio por desempleo” o “seguro de desempleo”. Pero no: han elegido llamarlo “salario”. ¿Se han preguntado ustedes por qué?

Pues porque quieren disparar un misil dirigido directamente al hipotálamo del cerebro que, desde que tenemos memoria y uso de razón, siempre ha relacionado inseparablemente la palabra “salario” a la palabra “trabajo”. En este caso se le va a llamar salario a un ingreso frente al cual no habrá contraprestación laboral, es decir: habrá “salario” pero no habrá “trabajo”.

No es casual esa jugada. Al contrario, forma parte del manual sádico de Cristina Fernández de Kirchner y de los movimientos globales del populismo, del  pobrismo y de la sumisión.

Con absoluto tino, Miguel Ángel Pichetto ha dicho “el salario universal es un disparate. Concuerda con la posición de quienes sostienen que es mejor que la Argentina sea uniformemente pobre. Es la ideología del pobrismo al palo. El mundo de Grabois y de un sector de la Iglesia en su máxima expresión”.

Detrás de esta idea subyace la imagen de un yermo arrasado, gris e igualitario en su miseria, donde unos cuantos Cuatros de Copa puedan reinar sin esfuerzo. Este es el verdadero sustrato de la idea.

Y aquí trazamos un vínculo con lo que decíamos ayer: ¿persigue esto Kirchner (que se lo ha impuesto al Presidente casi como parte de su rendición incondicional en la reunión de Olivos del lunes por la noche) porque no sabe nada, porque es una ignorante o porque en materia económica no distingue un tornillo de una pipa? No.

Más allá de que efectivamente todo eso es cierto y Kirchner es una de las personas más ignorantes y ordinarias que la Argentina ha conocido en los últimos 50 años por lo menos, en este caso particular, esa exigencia no es el fruto de su burrez sino de su sadismo: ella sabe que (entre otras cosas) con la idea del “salario” universal rompe una relación psicológica que hasta ahora estaba blindada a fuego en el cerebro de todo bien nacido: el salario es la contraprestación por haber realizado un trabajo, esto es, por haber transformado (o ayudado a transformar) la materia o por haber creado (o participado del proceso creativo) de un servicio que no existía.

Sabe que rompiendo ese vínculo habrá logrado la transformación de lo que era el sentido común medio de la sociedad (“tienen salario quienes trabajan”) en otro sentido común en donde lo natural sea pensar que “todos” deben tener un ingreso “igual”, o sea que todos deben “ganar” lo mismo, o sea que nadie puede “ganar” (tener ingresos) por encima de lo que el Estado (es decir, ella) reparte.

Si logra perforar esa membrana cerebral que hasta ahora se ha comportado entre nosotros como una segunda naturaleza, esto es, que para tener salario hay que trabajar (y que para trabajar es necesario que haya gente que genere trabajo y para que haya gente que genere trabajo se debe originar un clima de negocios donde haya negocios, porque si no hay negocios, no hay trabajo, y si no hay trabajo no hay salario); si logra llevar al mismo hipotálamo cerebral -que hasta ahora estuvo convencido de lo contrario- que es posible tener un “salario” sin trabajar (es más, que se DEBE tener un salario sin trabajar), habrá logrado una victoria gramsciana que el mismo Gramsci celebraría con fuegos artificiales.

Dice el Diccionario de la Real Academia Española: “Sadismo: crueldad que produce placer a la persona que la inflige”. Eso es Cristina Fernández de Kirchner: una sádica. Por el placer que le causa hacer el mal y ver las consecuencias que produce en los demás, hace lo que hace.

No propone lo que propone porque no entiende nada. Lo propone porque entiende que producirá miseria y escasez. Y sabe que en una tierra mísera, arrasada por la escasez y poblada por zombies ignorantes y subalimentados podrá imponer la bota de su yugo casi sin oposición.

Por Carlos Mira
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