No creo que Javier Milei tenga una obsesión por el poder en el sentido clásico en que esa idea se interpreta en la Argentina, y cuya manifestación más icónica ha sido, naturalmente, la postura de los Kirchner, para quienes el poder era todo: el medio, el fin, la razón misma de su existencia.
Me atrevo a decir que si Milei pudiera (cosa imposible desde ya) cumplir el objetivo que se propuso (erradicar del sentido común medio del argentino el colectivismo) en tan solo 4 años, ni siquiera se presentaría a la reelección, si fuera por él.
Con esto quiero decir que el presidente es un obsesivo del trabajo pero no del poder. Él vive la presidencia como un empleo para el que fue contratado por un tiempo: tiene un contrato de trabajo temporal y metas por cumplir.
Habiendo sido claro en la campaña con lo que proponía hacer, el haber sacado casi el 57% de los votos lo hace concluir que la sociedad le dio un mandato: “ahora andá y hacé lo que dijiste”.
Es decir, en su modelo mental de pensamiento, Milei vive la presidencia de un modo completamente diferente a como la han vivido hasta ahora los políticos tradicionales. Para él la sociedad es su empleador y él es un contratado que se presentó a una licitación y dijo que en su criterio había que hacer determinadas cosas para arreglar lo que estaba mal. Los accionistas de la sociedad se reunieron y se convencieron de que lo que proponía este postulante era lo mejor. En consecuencia le adjudicaron la licitación y le dijeron “tu oferta fue homologada como la mejor… ahora andá, hacé lo que tengas que hacer y entrega el trabajo terminado”.
El punto es que los manuales de instrucción de la maquinaria que el ganador de la licitación debe manejar para cumplir lo que prometió son, en sí mismos, contradictorios con el modelo que él prometió cuando entregó su pliego de condiciones en la licitación que ganó.
Parte de su trabajo, entonces (para poder cumplir los objetivos que prometió y entregar la tarea terminada en tiempo y forma) consiste en modificar los “manuales de instrucción” por los que se maneja la maquinaria del Estado.
Y es allí en donde empiezan los problemas y los choques entre la concepción “contractualista” que Milei tiene de la presidencia y la concepción clásica que entiende la presidencia, no como un trabajo, sino como un juego de “roscas” cuyo objetivo final no es el hacer un buen trabajo para la sociedad, sino mantener la presidencia, mantener el poder.
Para cambiar los “manuales de instrucción” (las leyes que durante décadas de dominio cultural colectivista se han dictado en el país) el presidente necesita acumular poder de votos en el Congreso. De algún modo, entonces, deberá curar la alergia que siente por esas roscas porque sin ellas no tendrá los votos, sin los votos no podrá cambiar las leyes y sin cambiar las leyes no podrá cumplir el objetivo de su trabajo, esto es, desterrar del sentido común medio de la sociedad el colectivismo.
Aquí se enlaza otro problema. Aquella “reunión de directorio” que le dio por ganada la “licitación” a Milei, lo hizo bajo las urgencias de un naufragio. No estoy muy seguro que aquellos directores (los ciudadanos electores) tuvieran identificado al “colectivismo” como el motor que los dirigió al naufragio: ellos vieron que el bote se hundía y le tiraron el timón por la cabeza al que más “ruido” había hecho en la cubierta. Pero no estoy tan seguro de que todos hayan escuchado -en medio de la desesperación por salvarse- lo que el gritón gritaba.
El gritón gritaba “ustedes aprobaron la manera en que este barco debía manejarse… En lugar de saber que cada uno iba a vivir bien a bordo si trabajaban bien y se esforzaban por mejorar, prefirieron entregarle el timón a un conjunto de ineptos que, encima de no tener idea de cómo se tripula un barco, fueron delincuentes profesionales… Ellos durante años, desde el puente del buque, diseñaron unas normas que los beneficiaron a ellos pero que puso proa al desastre, mientras a ustedes les decián que los estaban ayudando… Para evitar la colisión debo cambiar las reglas por las cuales el barco se maneja porque fueron esas reglas las que lo escoraron de tal modo que está a punto de hundirse… Si las mismas reglas continúan el barco se hundirá porque por su propio diseño están hechas para provocar ese resultado… Si ustedes quieren que el barco no se hunda me tienen que dar el poder para cambiar la carta de navegación para que, de tener un rumbo de colisión, pasemos a tener un rumbo de éxito”.
En una palabra: Milei precisa lo que aborrece. Precisa de la rosca para construir una base de votos que le apruebe el cambio de reglas.
Cuando el presidente observa que muchos de los que más pedían un cambio que evitara el naufragio ahora se quejan de los modos del capitán, se enfurece. Y cuando se enfurece los que lo critican aumentan su crítica acusándolo de ser un “cesarista”.
Vuelvo al inicio: para mí no hay nada más lejos de un cesarista que Milei. Aborrece todo lo que huela a poder absoluto. Siente un profundo desagrado por las imposiciones y las directivas. Aspira a un país con un orden jurídico escaso y liviano para que la suerte del todo y de cada ciudadano individual dependa más de cada uno que de lo que haga un pope sentado en la cima de una pirámide. Su formación lo construyó así y hasta diría que siente cierto asco por la autoridad.
Sueña con un mundo en donde una competencia de talentos dirima las injusticias y, desde ya, no considera que la suerte sea una fuente de inequidad.
Pero al mismo tiempo sabe que sin cambios de reglas no podrá entregar el trabajo que prometió y para el cual cree haber sido contratado.
Eso es lo que explica que algunos lo vean como un atropellador y como alguien que no respeta las instituciones.
A esta altura me parecería atinado hacer una diferencia entre “instituciones” y “reglas de funcionamiento”.
Las reglas de funcionamiento no son instituciones. Por lo tanto ir contra ellas con toda la potencia que el presidente quiera imprimirle a la tarea, no significa que el presidente vaya “contra las instituciones”.
Las instituciones son la división de poderes, la imparcialidad de la justicia, el control de constitucionalidad de las leyes, la libertad de expresión, la garantía de defensa en juicio, la presunción de inocencia, la prensa libre, la propiedad privada y la supremacía de los contratos. Esas son las instituciones.
Hasta ahora no he visto ni un solo ataque del presidente a ninguna de esas instituciones. Alguno podrá saltar de inmediato para tirarme por la cabeza los cientos de insultos que Milei le ha dedicado a algunos periodistas.
Pero esos no son ataques a la institución “libertad de prensa”: son berrinches personales de quien responde con su estilo a personas puntuales que le han formulado críticas. El ataque a la institución “libertad de prensa” es otra cosa: es perseguir, vigilar, mandar a organismos del Estado a apretar, cerrar medios o estatizarlos. Eso sería atacar la institución “libertad de prensa”. Que el presidente putee porque a su juicio quien lo interpela no sabe nada, no es atacar a la prensa libre.
Ahora bien, la pregunta del millón es saber si la sociedad que lo pronunció ganador de la licitación y le entregó el contrato debe bancarle cualquier cosa a cambio de que no regresen los capitanes anteriores que dirigieron el barco al borde del naufragio.
En mi opinión la respuesta a esa pregunta tiene varios costados.
En primer lugar nadie banca “cualquier cosa”, siempre hay límites que, antes que nada, yo definiría, justamente, como la preservación de las instituciones que describimos más arriba.
En segundo lugar, diría que a priori y hasta que se demuestre que el accionar del presidente ataca las instituciones, la sociedad que le dio el contrato sí debería tener un umbral alto de “aguante” para que él pueda mostrar avances en el trabajo para el que fue contratado.
En tercer lugar, diría que cuando Milei demuestre que no puede hacer su trabajo porque el antiguo “manual de instrucciones” se lo impide, la sociedad debería respaldarlo para que lo cambie, porque el “manual de instituciones” forma parte importante de los motivos del naufragio.
En cuarto lugar volvería a dejar bien en claro que el “manual de instrucciones” no es ni forma parte de las “instituciones”. Ese manual es solo eso una guía de funcionamiento que, en tanto quede demostrado que fue una de las causas principales del desastre, no solo debería ser cambiado, sino que su cambio se impone poco menos que como mandatorio.
Para mí esta muy claro que Milei y el kirchnerismo son cosas claramente diferentes y que quienes los quieren poner en un pie de igualdad no están haciendo otra cosa más que repetir el camino de esmerilamiento que, en su momento, sufrió el presidente Macri y que desembocó en la desgracia del regreso del kirchnerismo bajo la farsa de los Fernández. Milei no llegó para robarse 10 mil millones de dolares de los argentinos. No llegó para robar.
Todo el que literaria o periodísticamente alimente ese muñeco de igualación para mí es un contribuyente (cándido o doloso, no lo sé) al regreso del capitán que hundió el barco.
A mi nadie me va a quitar el derecho de decir lo que pienso aunque lo que pienso sea que, bajo ciertas circunstancias, es mejor manejar con delicadeza el decir lo que uno piensa.
El enemigo de que las cosas cambien ha demostrado ser un jugador muy astuto; un delantero que si le das un metro, te emboca. Yo por lo pronto, me voy a cuidar mucho de darle ese metro, aunque eso implique ser cauto en mis críticas siempre que el presidente no atente contra las instituciones.
Desde ya aclaro que me haría mucha gracia el escuchar a algunos que a los capitanes del naufragio les permitieron todo, sonrojarse por esto que digo. Prefiero ser un crítico cauto antes que el cándido “asistidor” de un “9” mortal.
Hola lei en LaRed21 de Uruguay al creador de la “Pesificacion asimetrica”
Eduardo Duhalde y no solo no.darse cuenta el desastre q hizo con la Economia y aumentar la pobreza en
Gran medida ahora viene con otro disparate el ” movimiento productivo digital” el es el peligroso no Milei