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Cuatro años contenida

El gobierno que se inaugurará el 10 de diciembre, será un gobierno cuyo motor será la venganza kirchnerista.

El kirchnerismo no cree que perdió las elecciones de 2015 porque Macri lo supero con los votos del pueblo, sino que fue desalojado del poder por una alianza judicial-periodística- empresaria, enemiga del pueblo, que logró lavar el cerebro de la gente hablando durante años de una corrupción inventada, para arrebatar el manejo del país a las clases populares y entregarlo a un plan de extranjerización, “neoliberal” y cipayo, cuya meta final era el apoderamiento de los recursos nacionales para cederlos al imperialismo norteamericano.

Esta, es sucintamente explicada, la idea que motoriza las acciones de esta gente. Pueden disfrazar en mayor o menor medida sus modalidades exteriores, pero el centro de la concepción general del país y del mundo es ese.

Lo que habría aquí (y en el mundo también) es una lucha entre el verdadero pueblo (los pobres, los indios, los negros, los “cabecitas”, los “transgresores”, los “progresistas”) contra un establishment minoritario blanco, rico, conservador, elitista que, valiéndose de las corporaciones, quiere copar el poder para exterminar a la gente. Se trata de un clasismo, racista y facho que se nutre del odio y vive para hacer daño al “enemigo” mientras se enriquece personalmente.

Incluso cuando ejerce el poder está tendencia trasmite (a menudo con éxito) la idea de que ellos no son “el poder”, el “verdadero” poder. Esta tendencia se presenta como una avanzada que, en el ejercicio del gobierno, se plantará de manos frente al “verdadero” poder, que son los blancos con plata.

Si ocasionalmente el “enemigo” triunfa hay que resistir. Echar mano a cuanto elemento esté al alcance para obstaculizar, empiojar y desestabilizar la mínima paz que todo gobierno necesita para avanzar y desarrollar su programa. Su método es el conflicto permanente. Si no existen motivos, se inventan. Pero la clave es no entregar un solo minuto de sosiego al enemigo.

Obviamente este es un libreto. Ellos, los capitostes del populismo bananero facho-comunista, no creen una palabra de lo que dicen. Pero lo que dicen lo dicen con enjundia y entusiasmo. Es más, puede haber algunos que sí lo crean. Son como las capas de una torta: la “creme de la creme” tiene todo bien claro; sabe lo que quiere y lo que tiene que hacer para conseguirlo.

Es obvio que estas cuestiones son más viejas que la puerta.  Ya los griegos distinguían entre las formas puras y viciadas de gobierno. El vicio de la democracia era la demagogia. Hoy lo llamamos “populismo”. Está todo bien. Es la misma estafa con distinto nombre. Lo único que perdura es el uso malversado de las necesidades y de las diferencias de la gente para utilizar ese capital en beneficio propio.

Por lo tanto lo que no debe dejar lugar a ninguna duda es que, se vista como se vista el nuevo muñeco, lo que aquí viene es una contraola de gente que se arroga la representación completa del pueblo, pero de lo que ellos entienden por “pueblo”. “Pueblo” para ellos no tiene el mismo significado que le asigna la Constitución, es decir, todos los habitantes que pisan el suelo argentino. No. “Pueblo” para ellos es su “mercadería”, su “materia prima”, su “clientela”. Los demás son la oligarquía, el sionismo, los cipayos, el enemigo: la mierda, como diría Hebe de Bonafini.

Estas ideas tienen una concepción global del mundo, por lo que no hay dudas que la Argentina se presentará como una representante de esta avanzada que viene a restaurar los derechos de los desposeídos. No hay un solo ejemplo a nivel mundial en donde este tipo de gobierno haya logrado mejorar el nivel de vida de la gente. Solo ha hecho caer en la miseria a los que antes no estaban en ella. Ese es su entendimiento de la “igualdad”.

Mientras, claro está, aprovechan sus poltronas para vivir como reyes y para robar para sus bolsillos personales. Es un molde mundial: así ocurrió en la URSS, en Cuba en Venezuela, en Nicaragua, en Corea del Norte y en todos los países que han tenido la desgracia de experimentar estas aventuras. Siempre una casta millonaria, con los privilegios de las cortes medievales y una masa de gente miserable que cree que debe su vida a los señores.

Cómo ha podido restaurarse un sistema que el constitucionalismo del siglo XVIII vino a terminar para siempre es un misterio. Solo los más bajos sentimientos humanos, lo más rastrero que campea en el alma del hombre ha podido reinventar la servidumbre de millones para el beneficio de unos pocos.

Pero sea como sea, no nos podemos hacer ilusiones de que aquí viene algo diferente. El 10 de diciembre se inaugura una etapa superior de la esclavitud, esta vez recargada por la venganza contra una derrota que jamás digirieron.

Qué reservas verdaderamente democráticas tiene la Argentina para balancear este tsunami de rencor no lo sé. Qué fortaleza política tendrá la oposición para alzar una voz que actúe como una represa al atropello que se viene, también lo ignoro. Naturalmente la media sanción en Diputados de las llamadas ley de alquileres y de góndolas no son una buena señal.

Pero se necesitará mucha fortaleza para resistir los embates de un kirchnerismo deseoso de vengarse por lo que cree que le hicieron. Cristina Fernández es un ser lleno de oscuridades, que no dudará en echar mano a cualquier cosa -literalmente cualquier cosa- para hacerle morder el polvo a los que ella, en su propio libro, describe como enemigos. No habrá “adversarios” aquí, ni “diferencias de pareceres”. Aquí habrá venganza.

El otro Fernández hace rato que solo mira su ombligo y hará lo que sea para plegarse al verdadero poder de turno, que es el ejercicio del rencor y de la furia contenida. Cuatro años contenida.

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