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Cristina Fernández ausente, como siempre

Como era de esperarse cuando un problema realmente serio afecta al país, Cristina Fernández se borró. 

Como previamente hizo con Cromagnon, Once, La Plata y Salta, la viuda del profesional de la desaparición también decidió dejar a su amado pueblo argentino e irse a Cuba, no sabemos si a cumplir un rol que nunca cumplió (el de la madre que vela por el cuidado de sus hijos… -de haber sido así no los hubiera involucrado en el directorio de múltiples sociedades constituidas al solo efecto de cometer delitos-) o simplemente a chequear si las tropicalísimas selfies  de su hija están saliendo correctamente luego de que la cirugía estética en la cara le mejoró el problema que padecía en las piernas.

Siempre los Kirchner desaparecieron cuando las papas quemaron. Siempre metieron el culo debajo de la cama, ellos antes que nadie, para zafar de momentos complejos. Cuando todo marcha, allí estuvieron siempre en la primera fila de la demagogia. Ahora, cuando hay que arremangarse y ponerse el país al hombro, se rajan. Es como un sello familiar, porque con la misma curiosidad podríamos preguntar dónde está Máximo.

Pocas veces desde que tengo uso de razón he visto gente tan cobarde como esta. En el fin de año de 2004 agarraron sus petates y se fueron al Calafate, dejando que Ibarra se prendiera fuego solo. No se supo de ellos en semanas, mientras los médicos seguían identificando cadáveres entre el humo y la falta de explicaciones.

Lo volvió a repetir cuando el tren chocó en Once. Nunca aceptó ninguna responsabilidad por haberle robado al pueblo los fondos que en cualquier país con funcionarios honestos deberían haber ido para tener trenes que al menos frenen. Luego, por supuesto, les echó la culpa a otros.

También se borró en las inundaciones en La Plata y en el aluvión de Salta y en todos los casos hizo un copy & paste de la explicación: la culpa la tenían los demás.

Por supuesto, que es mejor tenerla lejos antes que cerca, pero este análisis se hace partiendo de la base que la que dice que solo le interesa el pueblo es ella. Sin embargo cuando el pueblo está en problemas no tiene lo que se necesita para liderar. Sí le sobra lo que hace falta para robar; pero para liderar una nación con inconvenientes, no; de eso no tiene nada, la naturaleza la dejó vacía de esos atributos.

Resulta particularmente repugnante que un ser tan diabólico pueda contar con la pleitesía de la gente. Porque en el fondo eso es lo que molesta: que una egoísta, demagoga; alguien que le sacó el dinero del bolsillo al pueblo, siga contando con el apoyo de aquellos a quienes esquilmó y de aquellos a quienes se les ríe en la cara, dejándolos en la estocada mientras se va a disfrutar de unas vacaciones conspirativas con su guardaespaldas preferido.

Porque, ¿quién cree a esta altura el cuento de la madre preocupada que va a visitar a su hija? Fernández va a Cuba a ser atendida y a conspirar junto a los Castro. Es lo que hacía Chávez y ahora continúa Maduro: van allí a recibir instrucciones sobre cómo continuar con el proyecto que Cuba alienta desde los ’60.

Los argentinos deberíamos haber alcanzado ya el punto de detectar a estos espantapájaros que solo buscan su propio interés, sea que a éste lo mueva el dinero, la envidia, el resentimiento o cualquiera sea el rollo infanto-adolescente del que deriven sus delirios.

El hecho de que no sea así, de que todavía haya grandes porciones sociales que idolatren a estos personajes deleznables es una prueba tácita pero contundente de cuán bajo han caído nuestros valores y nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos.

Cristina Fernández debería haber recibido hace rato la condena de la Historia, la única que ella considera puede juzgarla, porque por definición se considera por encima de la ley y de la Justicia de los hombres. 

Si quiere Historia, pues la Historia debería haberle dado una prueba contundente que su mero nombre es sinónimo de ignominia y de vergüenza, que el solo hecho de que su vida política tenga vigencia es una afrenta para la salud republicana de la Argentina y que su perdurabilidad solo demuestra cuán podridos están los subsuelos más profundos de este país, los pliegues más íntimos de una psicosociología incomprensible.

Repito: por mí que no vuelva nunca, que se quede para siempre en ese régimen que admira. Pero los que la siguen deberían advertir más temprano que tarde cuál es su verdadera calaña; de que trama está hecha una mente que terminó de arruinar un país que ya venía escorado por las mismas ideas que ella no hizo más que radicalizar. 

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