Les juro que cada vez que me siento a escribir estas columnas trato de buscar una tema original que no aburra la atención de los que dedican una parte de su tiempo a leerlas. Pero sustraerme a la tentación de escribir, una vez más, sobre el régimen que gobierna Venezuela y que está en el centro de la atención mundial por estas horas, me resulta difícil.
Y lo es porque el ángulo desde el que no puedo evitar opinar sobre la cuestión es uno que he abordado aquí decenas de veces… Quizás cientos.
Se trata de la cándida sorpresa que advierto en muchos respecto de la reacción que ha tenido el régimen desde el domingo a la noche hasta ahora.
Yo puedo entender las esperanzas y la adrenalina con la que se esperaban las “elecciones” del 28 de julio. Pero de allí a llevarse ambas palmas de las manos a la cara en señal de asombro, realmente me conmueve.
Me conmueve que a esta altura todavía haya desprevenidos que no entiendan lo que es Cuba. Alguien me dirá: “Eh, maestro, no estamos hablando de Cuba aquí… Estamos hablando de Venezuela…”
Claramente esta es la primera señal de que no se entiende lo que está ocurriendo, de que no se comprende la naturaleza del fenómeno que tenemos delante y de que un nuevo capítulo de la negación comunista se está rodando con toda su potencia.
Para bien o para mal la suerte de Venezuela como país y de los venezolanos como pueblo les importa a un conjunto muy reducido de personas. O al menos, un grupo reducido de personas que tendrían el poder de hacer algo para que los venezolanos no vivan lo que están viviendo.
Y ese número es reducido porque dentro de las vanguardias dirigenciales de los países supuestamente libres ha ganado terreno la idea de que el comunismo es un fenómeno del pasado y de que lo que prueba que uno pertenece a una avant-garde superadora en el entendimiento de las ideas políticas, es la constante repetición del mantra que niega la vigencia del marxismo y de la posibilidad de que una revolución de servidumbre comunista sea real o posible en el mundo de hoy.
A partir de esa convicción no es posible ni prevenir ni resolver situaciones como la que está sucediendo en Venezuela.
Y no es posible resolverlas porque al estar convencidos de que el comunismo no existe más y de que quienes lo sostenían en el pasado han renunciado definitivamente a conseguir lo que querían conseguir hace décadas, no se pueden aplicar los remedios ni preventivos (que serían los ideales) ni resolutivos (que serían los que habría que aplicar cuando de todos modos la desgracia se produjo) que sí resolverían la cuestión.
Mi vida me ha llevado a tener un conjunto amplio de entrañables amigos cubanos, con los que cvonverso cosntantemente. Conozco de primera mano cómo opera el castrismo. Sé lo que hizo en Cuba y lo que está dispuesto a seguir haciendo. “Cruel”, “impiadoso”, “inmisericorde”, son todos términos que quedan chicos para describir la mayoría de las historias que conozco.
Ese es el régimen que gobierna de hecho Venezuela. A los estragos demenciales de delirantes históricos como Castro y el Che, ahora se ha sumado una nueva vertiente delincuencial (digo “nueva vertiente delincuencial” porque el comunismo es, inherentemente, delincuente más allá de que haya encontrado un disfraz ideológico que oculta su naturaleza criminal) que es el narcotráfico.
La fusión del comunismo con el tráfico de drogas es una especie de evolución del mal cuyo experimento más cercano es, efectivamente, el chavismo venezolano.
Mientras el mundo libre no esté dispuesto a admitir que el comunismo es una forma de manifestación criminal que no puede ser tolerada en la civilización occidental (ni en ninguna civilización cuyo horizonte sea la preeminencia de los derechos civiles y la soberanía individual) no habrá solución para casos como el de Venezuela, como no la hubo para Cuba que, en la región, ha pasado de ser (hace décadas ya) una cabeza de playa del experimento a ser el principal ariete local para la penetración de la servidumbre en el hemisferio.
En la medida en que por pusilanimidad, complacencia, ignorancia o complicidad los gobiernos libres no encaren un proyecto sincronizado que acabe con la difusión, funcionamiento y operatividad del comunismo en Occidente, hechos como el venezolano no solo no se podrán solucionar sino que seguirán ocurriendo… Y cada vez con más frecuencia.
La tolerancia debe ser cero con el comunismo. Aún a riesgo de que te digan antiguo, dinosaurio, fascista, fuera de época y cuanto rótulo quieran estamparte en la frente, si sos un dirigente occidental realmente interesado en que la libertad no se pierda debes desarrollar una estrategia que pulverice al comunismo en su mismísimo embrión, allí donde aparezca. Con convicción democrática. Sin atenuantes. Sin miramientos. Con el comunismo no se coquetea. No se jode.
No hay libertad democrática para aquellos que tienen como principal objetivo político terminar con la libertad democrática. Es así de sencillo. Así de simple. No hay. No puede haber.
La libertad es un bien que deben gozar quienes quieren ser libres, no aquellos que persiguen reducir a la esclavitud a sus semejantes. No hay libertad para propagar una idea que acabe con la libertad.
La difusión sistemática de ideas cuyo fin sea el retiro de las decisiones de vida del sujeto de derecho debería ser considerada un delito de lesa humanidad, penada institucionalmente por el Derecho Criminal de cada jurisdicción.
No tengo empacho en decir lo que estoy diciendo porque, para ser expedito, los invito a mirar las consecuencias de la alternativa.
Quienes busquen aprovechar las prerrogativas democráticas para instaurar un sistema que, de triunfar, eliminará las prerrogativas democráticas, deben ser considerados delincuentes y ser pasibles de penas que les saquen las ganas de andar esclavizando semejantes para provecho personal.
Les anticipo que habrá muchas almas bellas que deambulan por la “ancha avenida del medio” que verán estas sugerencias como las ideas de un extraviado. Pero luego serán esas mismas almas bellas las que disfrutaran del escenario en el que puedan, libremente, satisfacer sus veleidades intelectuales.
Quiero ser claro: no hablo aquí de establecer una Inquisición o un Tribunal de Ideas que cace brujas por las noches. Lo que digo es que -por ejemplo en el caso argentino- toda idea que, abiertamente, tenga por objetivo el reemplazo de la arquitectura jurídica de la Constitución por otra que concentre los medios de producción en una elite, entienda los “derechos” como concesiones del príncipe y retire del sujeto de derecho el gobierno efectivo de su vida, debe ser puesta fuera de la ley. No es muy difícil de entender. Todos sabemos de lo que hablamos. No nos hagamos los otarios.
La titularidad individual de los medios de producción, la idea de que los seres humanos nacen con derechos inalienables (entre los que se encuentra el de gobernar en exclusividad su propia vida) y el hecho de que los individuos no pueden sostener una élite que los reemplace en la toma de decisiones, son derechos humanos cuyo desconocimiento implica la comisión de un crimen. Por lo tanto toda idea que pretenda propagar un sistema u orden social que reemplace esa arquitectura es ínsitamente ilícita.
Si esa convicción se logra instalar -sin vergüenzas ni agachadas- en la conciencia media de las sociedades occidentales, tengan por seguro que no habrá más ni Castros, ni Maduros, ni Ches ni ningún otro delirante parecido.
Habrá -eso sí- países o sociedades que, por su pasado, sus tradiciones o su historia, deberán poner más atención jurídica para que la tentación colectivista no los arruine. A esos casos me refiero especialmente cuando digo que las expresiones comunistas deberían ser consideradas como delitos. Hay otras sociedades y países que, también por su background cultural, podrán darse el lujo de evitar llevar a la ley esos cuidados: benditas sean ellas. Pero para todos aquellos cuyas tradiciones les pueden jugar -en términos de libertad individual- una mala pasada, la calificación criminal del comunismo sería muy aconsejable. Creo que, si todos nos ponemos una mano en el corazón, sabemos a qué países nos estamos refiriendo, tanto en un caso, como en el otro. Si la cara no nos da para decir con pelos y señales lo que sabemos cuando nos llevamos una mano al corazón, es otra cosa. Pero que la cuestión es así, no me cabe la menor duda.
En cuanto a cómo solucionar el zafarrancho que tanta blandura le ha causado al mundo, todos saben cómo. Que por la pelotudeces del “deber ser” no lo digamos públicamente, puede ser. Pero el hecho de que, en el fondo, todos sabemos cómo se endereza algo que se torció, también es una palmaria verdad.
En general, el precio que el hombre paga para resolver un problema del que no se ocupó a tiempo suele ser muchísimo mayor del que hubiera pagado si su propia idiotez no lo hubiera frenado en el momento en que era oportuno actuar. Ahora el daño ya está hecho. Repararlo (si es que de verdad se lo quiere reparar) costará caro. Muy caro.
👏👏👏👏👏👏
TIENE UD. RAZÓN. CHAPEU 🎓 🎓 🎓 🎓
Excelente nota.
Clarísimos conceptos.
Que todos sabemos cual es la solución para terminar con los Maduro de este mundo, es una verdad inapelable.
Pero también sabemos que eso NO VA A SUCEDER.
Hsta que los miembros NO CORRUPTOS de las fuerzas armadas venezolanas (es de suponer que en los estratos más bajos debe haber) no digan BASTA, el destino de Venezuela es convertirse en la Cuba 2.
LAMENTABLEMENTE.
Lo felicito por el artículo.
Usted no aburre, señor Mira. Tiene algo que muy pocos periodistas y seudoanalistas tienen: no se queda en lo anecdótico, sino que va al fondo de la cuestión, a las causas profundas de los acontecimientos.
Una palabra para el miserable Lula da Silva, que ha expuesto, esta vez brutalmente, a cara descubierta, su aborrecible ideología, su asociación y simpatías con una dictadura criminal.
Sin duda alguna el 9/11/1989 fue y es, un día negro para los colectivistas del mundo, fue la primera vez que se vió en vivo y en directo nada menos que “LA VERDAD DE LA MILANESA”. De la “guerra fría” que comenzó luego de la caída del III Reich y se ahondó a partir de la construcción del muro de Berlín, teníamos muy poca información acerca de lo que realmente era el comunismo, sólo noticias de esos países que hablaban maravillas del sistema que era muy superior al capitalismo y que occcidente, con falsa información, trataba de ocultar o difamar. Ese 9 de noviembre el telón cayó y vimos en vivo cómo una sociedad con los mismos orígenes, raza, religión, costumbres, abnegación al trabajo etc etc., siendo separada por un muro durante casi 30 años por dos sistemas opuestos salía a las calles desde el lado Este intentando escapar hacia el Oeste a cualquier precio, dispuesta a morir, con tal de “escapar del paraíso comunista”. Luego de todos estos acontecimientos mucha gente no cayó en cuenta que el muro fue “empujado” de “allá para acá” y siguió creyendo que el 9/11/1989 fue un complot de occidente redoblando la apuesta y sosteniendo que los males del comunismo, se curaban con mas comunismo. Luego con el paso de los años, al verse públicamente mucha mas evidencia de lo que ocurría en esos paises y cómo resurgieron de las cenizas luego que el capitalismo llegó, surgió éste “boludogma” al decir de un amigo, (que incluye al 90% de la prensa que lo repite) que cree que “el comunismo ya no es un peligro” y que quienes lo creen son unos giles nostálgicos y desactualizados, “ya no hay de qué preocuparse, ahí estan los que “no lo pueden creer”, “se agarran la cabeza”, “no la vimos venir” etc. tal como dice la nota de C. Mira. A mi modo de ver es la batalla que hay que librar en estos tiempos, y es muy difícil, no depende de las armas ni la fuerza, depende de algo mucho mas pesado e importante que son las ideas. Mis felicitaciones estimado Carlos, siempre claro y sagaz ! Un abrazo.
Estimado Charly: entiendo perfectamente la mezcla de sentimientos que en mayor o menor medida compartimos (bronca, impotencia, agobio, desasosiego, etc). Pero todo tiene un final, y no se porque me viene a la memoria “Fuente Obejuna”. Prefiero quedarme con una sabia reflexión de Thomas Jefferson: “El árbol de la libertad debe ser regado con la sangre de los patriotas y la de los tiranos”. En mi caso me preocupa la sangre de los patriotas y la de la buena gente que quiere vivir dignamente y en LIBERTAD. Abrazo grande
Fue anónimo por error involuntario. Soy Alberto Piotti
Agrego otra frase de Jefferson que han citado y a mi me gusta mucho: “El precio de la Libertad es su eterna vigilancia”.