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Carta abierta al adiós de un presidente

La victoria de la derrota fue muy notoria en la cara del presidente. Relajado, con una sonrisa distante y melancólica apareció solamente acompañado por Miguel Pichetto. El escenario parecía enorme para ellos dos solos. Pichetto no habló. Solo lo hizo el presidente.

Tenía la voz del agradecimiento y los ojos iluminados. Fue un discurso breve, pero por lejos el mejor de su carrera. No se despidió.

Alguna vez dijo que aspiraba a terminar la presidencia y que la gente se olvidara de él, como alguien más que había pasado por allí, que había cumplido su trabajo y se había ido de modo normal, habiendo hecho lo que se suponía tenía que hacer. Nada extraordinario.

Macri es un ser nada extraordinario. Y por ese motivo, precisamente, es extraordinario. No pertenece a la rosca política. No sabe lo que es. Apenas se defiende en sus discursos, a los que no considera la columna vertebral de su comunicación.

Cree en las realidades y por eso no puede evitar ese gesto melancólico que es su manera de admitir todas las metas que se propuso y no alcanzó. Pero con la sonrisa distante da a entender que sabe que mucha gente le reconoce, en silencio, muchas cosas.

Vivió una presidencia tumultuosa. Aspiraba a la paz y solo le dieron guerra. No tuvo un segundo de sosiego en 4 años. Pero esa especie de universo zen que parece rodearlo nunca lo abandonó: es como si secretamente supiera que la vida es más amplia que el poder y que la felicidad está más cerca de los rompecabezas de Antonia que del triunfo político.

Sin embargo, también supo, de repente, que había seducido a mucha gente; que una porción muy sólida de la sociedad, pese a los sinsabores de la economía y a las penurias de la inflación, los impuestos y la caída de la actividad, le reconocía unos valores superiores y que hasta había aprendido a apreciarlo.

La noche del domingo parecía tener todos esos ingredientes resumidos en su rostro calmo, frente a la derrota. Ese día, Macri, parecía haberse independizado de los Marcos Peña y de los Durán Barba. Es como si en la trastienda de ese escenario inmenso les hubiera dicho. “Muchachos, gracias por intentar ayudarme todos estos años… Reconozco que no podría haber logrado muchas de las cosas que logré sin ustedes. Pero este momento es mío. Lo voy a hacer como me salga”.

Y lo hizo como le salió. Cuando uno sale a hacer las cosas “como le salen” es posible que allí haya mucho de cómo uno es de verdad. Y Macri podrá haberse equivocado en muchas cosas, podrá haber creído muchos caminos equivocados, podrá haber tenido, incluso, la soberbia del encierro. Pero es un caballero. Es un hombre educado. No tiene la calle del café, ni la “rosca” de la vida, pero es un señor respetuoso.

Desde esa imagen que mezclaba la alegría, el agradecimiento, la nostalgia y también la pena, avisó que había llamado al presidente electo, que lo había felicitado y que lo había invitado a desayunar al día siguiente. Algo bien diferente de cómo lo habían tratado a él.

Cuando asumió dijo que una de sus metas era “unir a los argentinos”. No pudo lograrlo. Quizás por los cráneos de muchos de los que lo rodeaban, se insistió en una confrontación (fundamentalmente con Cristina Fernández) que profundizó la llamada grieta.

Tengo la impresión personal de que Mauricio Macri es un hombre libre de odios. No tiene resentimientos ni rencores violentos. Su alma navega en la calma. Cometió muchos errores, pero jamás atropelló a nadie, nunca se manejó con prepotencia, dio marcha atrás decenas de veces -en lo que la política tradicional podría haber considerado un síntoma de debilidad- y estuvo dispuesto a hacer cosas que -estoy seguro- él mismo reprobaba.

Solo alguien a quien inspira un objetivo mayor está dispuesto a eso. Creo que tiene un amor sincero por el país. Un hombre sin necesidades, con la vida arreglada, con una familia acomodada y un futuro tranquilo, decidió dedicarse a la vida pública, a la que todos señalan como un barro lleno de delincuencias. Para alguien para quien el poder es todo es probable que ese precio sea barato y esté dispuesto a pagarlo con agrado. Pero para alguien que tiene una vida más allá de la política, debe ser muy fuerte el aprecio por una tierra difícil como la Argentina como para hacer todo eso a un lado y lanzarse al lodazal.

Como era de esperarse, el barro lo enchastró. Ni siquiera pudo tener la foto de una asunción normal de su presidencia. La avaricia de la “rosca” se la birló desde el primer momento. Convocó a la “cultura del acuerdo” pero le respondieron con 14 mil kilos de piedras. Entregó millones a las provincias  (millones que correspondían y les pertenecían pero que nunca ningún presidente había reconocido sin antes reclamar sumisión) pero estás le dieron la espalda y se fueron con los ladrones.

Pudo haber encumbrado como jueces de la Corte a dos magistrados emparentados con la libertad y con la Constitución, pero consciente del país que gobernaba, cedió al menos uno de esos lugares a un ex ministro de Kirchner. Dejó a Hebe de Banfini en la TV Pública y mantuvo el nombre “CCK” en ese monumento a la corrupción que está en el Bajo porteño. Propuso a una señora intachable para la Procuración General, pero la “rosca” nunca se la aprobó, confirmando que su magnanimidad no era una característica compartida por el resto de la política.

El presidente Macri cometió errores desde que tomó el mando. Creyendo que no había que golpear en el piso al que había caído, ocultó el estado en que recibió el país de manos del kirchnerismo. En algún lugar de su corazón habrá supuesto que ese gesto le sería reconocido y devuelto con la misma moneda. La respuesta la tuvo cuatro años después cuando un desaforado Kicillof gritaba a los cuatro vientos, 10 minutos después de ganar, lo que, a su juicio, era “la herencia”.

Pero la persona de Macri tuvo templanza. La misma que seguramente tuvo para respetar a un padre que siempre lo destrató y para afrontar agravios como los que nunca se escucharon a la figura de un presidente.

Según él mismo dijo, continuará en la política. Aspira a ser el líder de la oposición. Ojalá esa fuerza amontonada que funciona ahora bajo el nombre de Juntos por el Cambio decida darse una organización formal que la tenga por una fuerza coherente y amalgamada que represente los valores de la República y de la Constitución. Esa fuerza ganó en los 6 distritos con mejores índices de educación del país: Capital, Santa Fe, Córdoba, San Luis, Entre Ríos y Mendoza. Y perdió por el millón y medio de votos con los que La Matanza contribuyó al FdT.

No hay dudas que la voz de la Constitución debe ser llevada hasta el último rincón del país. Solo esa especie de inocencia cristalina será un escudo contra la mafia y la “rosca del café”. Esa misma inocencia es la que, en muchos sentidos, representó el presidente y que no pudo dar vuelta décadas de mañas, malas artes, zancadillas y “ladinidades” varias.

El presidente ha sido, paradójicamente, un hombre de coraje al que le faltó audacia. Nadie sin coraje deja la tranquilidad de una vida resuelta para entregarse a la roña de la política argentina. Pero una vez que conquistó todo y se sentó en la cumbre de su pirámide fue flojo en la implementación de un conjunto de medidas que desde el inicio hubieran marcado el fin de una decadencia de 70 años.

No lo hizo porque no quiso enfrentar una cultura nacional reaccionaria a la libertad. No lo hizo para cuidar a muchos de los riesgos de la libertad. Su gobierno no fracasó por temerario; fracasó por cuidadoso. Sin embargo la bajeza del barro ni siquiera eso le reconoció: lo acusó de insensible. Y es probable que muchos se hayan sentido indefensos: cuando el temor gana la mente de los hombres, lejos de evitarse, se materializan todos los efectos del miedo.

Pero la cara de Macri no es la de un “insensible”. Si algo trasmitía la noche del domingo era eso: sensibilidad. Había perdido, pero le tendía la mano al vencedor como antes había intentado hacerlo con el vencido.

No fue un presidente de palabras. Hay obras verdaderas que ya forman parte del patrimonio argentino. Solo en el final, y aupado por la gente, entendió que ese vínculo era imprescindible para hacer política, al menos en la Argentina. El presidente de las “redes” terminó siendo el presidente de las “marchas”. Su gobierno será recordado por un sinnúmero de claroscuros. Pero el semblante de su despedida no encierra ninguna venganza… Solo agradecimientos y disculpas.  

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