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¿Burrada o delirio?

Mientras el país está comprando pan dulce en tres cuotas, el ministro del interior admitió estar elaborando un plan para eliminar las elecciones de medio término (las que renuevan diputados y parte del Senado) para darle al presidente todo su período completo sin elecciones intermedias.

De Pedro se quejó de que no se puede gobernar con elecciones cada dos años con un periodo presidencial tan corto.

Más allá de los reclamos del ministro hay varias cosas para apuntar a propósito de este disparate. En primer lugar, cabe preguntarse si el ministro es realmente abogado. Y la duda es pertinente porque es el artículo 50 de la Constitución el que dice que los diputados se renuevan por mitades cada dos años: todo plan tendiente a modificar ese mecanismo debería reformar la Constitución.

¿Quiso De Pedro confesar que el gobierno está detrás de una reforma constitucional? En ese caso, ¿son conscientes de que ni en foto cuentan con los votos de la mayoría calificada para lograrlo?

Si De Pedro olvidó este pequeño detalle uno no sabe bien si está delante de un burro o de un delirante, porque, francamente, las opciones para definirlo no podrían alejarse mucho de eso.

En cuanto a la idea en sí, digamos que en el fondo se trata de una gran confesión sobre el zafarrancho hecho en la Constitución con la reforma del ’94 (que más que una “reforma” fue una “deforma”).

La Constitución de 1853 suponía un mecanismo de relojería completamente balanceado, pensado hermenéuticamente y en donde cada pieza caía en su lugar en perfecta armonía con las demás.

Cuando los carniceros del ’94 entraron a lanza y cuchillo en ese texto lo deformaron a tal grado que hoy tiene notorias fallas de funcionamiento dado que el manoseo desorganizado de los mecanismos originales hizo que la armonía se perdiera para siempre.

En efecto, para un país tan inestable como la Argentina, proponer un período presidencial de solo cuatro años con elecciones intermedias cada dos, supone una agitación política permanente que impide el buen gobierno.

El hecho de que se haya habilitado la reelección (con lo que el horizonte real del presidente son ocho años y no cuatro) no mejora sino que empeora las perspectivas porque el elegido para el primer periodo trabajará desde el día uno para su reelección y no para el buen gobierno con lo que la supuesta “ganancia” por tener un escenario más extenso queda neutralizada por el aprovechamiento personal de ese tiempo en lugar de dedicarlo a los mejores intereses del país.

La Constitución de 1853 había dispuesto un periodo más largo para el presidente (seis años) y sin reelección, con lo que el jefe del poder ejecutivo podía dedicar toda su energía al buen gobierno y no a la búsqueda de una extensión de su poder personal.

A su vez había dispuesto que los diputados duraran cuatro años en sus mandatos, renovándose por mitades cada dos años. Los senadores durarían nueve años y se renovarían por tercios cada tres años. Los senadores se elegirían por las Legislaturas de las provincias y el presidente por Colegio Electoral, que, a su vez, se conformaría con electores por provincia de acuerdo a la cantidad de habitantes de cada una de estas.

Todo este mecanismo de relojería, bien aceitado y promoviendo una cultura democrática parecida a la norteamericana (la Constitución de los EEUU fue la fuente directa de creación de la nuestra) tendía a generar una mezcla en el tiempo de las opiniones sociales que permitía desconcentrar el poder ya que los humores presentes en la elección del presidente y de algunos diputados y senadores irían cambiando en las elecciones intermedias con lo que el poder ejecutivo podía tener un barómetro de las tendencias sociales para “ajustar” el gobierno.

Al contrario, ir a un esquema como el que está pensando De Pedro implica “petrificar” por todo lo que dure el período presidencial los humores e inclinaciones prevalecientes al momento de votar al presidente (ya que con él se elegirían a todos los legisladores).

Un sistema de esa naturaleza profundizaría la tendencia “pendular” de los gobiernos de la Argentina porque en lugar de tener checks and balances intermedios, los humores sociales solo se expresarían cada cuatro años y para todos los cargos, lo cual aumentaría la presión hacia los cambios bruscos, en lugar de propiciar un sistema de donde esos cambios se vayan dando evolutivamente de manera que las modas, las tendencias y los humores sociales de un momento se vayan “mezclando” de a poco con los prevalentes en otros momentos.

Desde ya que hay que tener cultura cívica y política para sostener un sistema como este. El esquema inventado por los Padres Fundadores norteamericanos y adaptado por los nuestros es un tanto sofisticado y no es para pueblos que van a las cosas como al bulto, a lo bestia.

El plan de De Pedro es un típico plan de gobierno concentrado, híper autoritario, sin capacidad de ser controlado y con una clara tendencia a entregar todo el poder a una persona o a un bando: el que gana se lleva todo.

Ellos aspiran a que la demagogia populista que elija al presidente arrastre los votos para los legisladores de modo que el partido que gane las elecciones presidenciales se quede de paso con el control absoluto del Congreso sin capacidad de revisión hasta que, dentro de cuatro años y aprovechando las ventajas de estar en el poder, vayan por la reelección y por el mismo arrastre de votos hacia diputados y senadores.

Se trata de llevar a la Constitución (porque, reiteramos, no hay manera de hacerlo de otra forma más allá de las ensoñaciones que pueda tener el ministro) un esquema que disimule la constitucionalización de un autocracia al estilo chavista en donde nadie podrá decir que el gobierno es “inconstitucional” pero en donde, al mismo tiempo, nadie tendrá dudas de que se está frente a una dictadura encubierta.

Desgraciadamente, desde el ’94 para acá, todos los días nos topamos con ejemplos que demuestran cuán dañina fue aquella reforma. Si los que gobiernen de ahora en más estuvieran  realmente interesados en hacer más republicana a la Argentina deberían pensar seriamente en su anulación completa y en un regreso al texto original.

Por Carlos Mira
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3 thoughts on “¿Burrada o delirio?

  1. Andrés

    Buenas noches Charly;

    Comparto que la reforma del 94 fue un zafarrancho.
    Y lo increíble que se puede tildar que fue legal, pero nunca fue legítima. Jamás pudo el soberano ejercer el derecho de rechazar la reforma como lo pudo el soberano chileno.

    La constitución del 53 fue legitimada con los pies por lo inmigrantes. La del 94 es rechazada diariamente con los pies de los emigrantes.
    Si pudiera sugerirle algo al próximo presidente es plebiscitar la reforma del 94 . En caso de ser rechazada volveríamos automáticamente a la versión anterior.
    Las leyes sancionadas en el entretiempo debieran ser revisadas , si son constitucionales o no con respecto a la versión anterior.

  2. deleatur

    Un artículo sin desperdicio. Agradecido!

  3. Carlos

    Mi Padre decia de los pungas me cuido
    Solo del Estado punguista no hay defensa
    Posible + q tratar de escapar de ese Estado

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