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A un año de la llegada del cuarto kirchnerato

A un año de la llegada del cuarto kirchnerismo al poder hablemos de igualdad. Después de todo, esa es la cantinela con la que baten el parche estos muchachos: la idea que ellos buscan un país con igualdad.

La igualdad fue traída al debate público universal -como no podía ser de otra manera- por el liberalismo clásico, ese movimiento al cual le debemos todo lo que tenemos y el que sigue produciendo confort y progreso pese a todos los bombardeos colectivistas que recibe.

Esa igualdad fue planteada para terminar con las diferencias que existían en la humanidad según si uno pertenecía a la clase gobernante o si nacía en el pueblo raso. Es decir, fue una igualdad planteada para poner bajo el imperio de la misma ley a gobernantes y gobernados; para bajar del pedestal en el que estaban a los primeros y colocarlos bajo el alcance del mismo orden jurídico que alcanzaba a los hombres comunes.

La igualdad, entonces, no planteaba una vida gris y, precisamente “igualitaria” entre los hombres sino una ley igual para todos; un sistema según el cual se terminaran los privilegios para los que gobernaban; privilegios que, no solo le daban acceso a un confort y a un nivel de vida que no tenía el hombre común, sino que les permitía hacer cosas que le estaban prohibidas a los demás.

Ese es el concepto de igualdad del liberalismo. Como se ve muy lejos de una igualdad de recursos materiales o de una igualdad de ingresos o de una igualdad de status económico. Al contrario, el liberalismo, al soltar las ataduras que tenían los hombres a un sistema de yugo, de prohibiciones y de restricciones, los dejaba volar hasta donde su esfuerzo, su creatividad y su trabajo les permitiera alcanzar, produciendo, naturalmente, una sociedad desigual y multicolor, aunque de todos modos, tan afluente, que nadie quedaría varado en aquella miseria a la que los condenaba el sistema prohibitivo y absolutista.

Esta es, entonces, la primera mentira que se debe desenmascarar: la igualdad a la que adscribe el sistema de la Constitución es una igualdad para evitar que los que gobiernan (por la vía de usufructuar los privilegios del poder) se diferencien de los gobernados; no es una igualdad para que las fortunas y las posesiones de los gobernados tiendan a ser iguales. Ese quantum dependerá de cómo cada uno aproveche el ejercicio de la libertad.

¿Qué ha hecho el kirchnerismo en cambio (y no solo en este año, sino desde que apareció -para desgracia de la Argentina- en el horizonte político del país)?

El kirchnerismo ha construido un sistema por el cual se reproducen las condiciones que el mundo tenía hace unos 1000 años, en donde una ruling class disfrutaba de beneficios y privilegios que les negaba a una governed class.

Hoy, en efecto, “ellos” pueden hacer una serie de cosas que nosotros no podemos; pueden disfrutar de un nivel de vida que nosotros no tenemos; tienen privilegios, legales, procesales y de procedimiento que nosotros no tenemos. Ellos pueden viajar y nosotros no; ellos pueden reunirse y nosotros no; ellos pueden comer un asado y nosotros no; ellos pueden ir a la cancha y nosotros no… Quiero poner ejemplos bien cotidianos para dar cuenta de hasta dónde llegan las diferencias, las desigualdades y los privilegios.

Paralelamente nos han dirigido (a nosotros, a la governed class) a un proceso de pauperización sin precedentes. La última medición de pobreza del Observatorio Social de la UCA arrojó que el 44.6% de la población es pobre y que el 60,6% de los chicos menores de catorce años también lo son. Hace dos años la pobreza -aun altísima- era del 32%. Es decir, el kirchnerismo le agregó más de diez puntos a ese índice oprobioso.

Según su razonamiento esos diez puntos de personas son ahora más iguales al otro 32% que ya era pobre en 2018, es decir, el mecanismo que están utilizando para lograr el “tipo” de igualdad que ellos buscan estaría funcionando a la perfección.

La cuarentena sirvió para poner en blanco sobre negro la exasperante desigualdad entre la ruling class (ellos) y la governed class (nosotros), demostrando una vez más el oscurantismo preiluminista del kirchnerismo que se cansó de enrostrarnos todos los días cómo ellos podían hacer cosas que a nosotros nos prohibían.

Este es el concepto que persiguen todos los totalitarismos del mundo: restaurar el viejo régimen de una ruling class privilegiada, que está por encima de la ley, rica, con acceso a enseres y a un confort vedado al resto; y una governed class sojuzgada, sometida a toda clase de prohibiciones y restricciones, pobre, (miserable muchas veces), y completamente dependiente de las concesiones graciosas del Príncipe.

El gran truco que han utilizado para tener éxito electoral y llegar al poder de la mano del voto de la mayoría, es hacerle creer a un conjunto de idiotas útiles que el centro del poder no está en el Estado (a cuyos sillones ellos quieren llegar) sino en “centros económicos concentrados” que han explotado a los “trabajadores” y se han hecho de una riqueza desigual a la que hay que ir a arrebatar para hacer a todos más “iguales”.

El resultado está a la vista: los mejores se van del país, la inversión (que genera trabajo blanco y bien pago) desaparece, aumentan las deudas, caen las reservas, la inflación se dispara, la pobreza se multiplica, las exportaciones caen (34% abajo en el último año), la producción se desploma (11% abajo desde diciembre 2019 hasta ahora), el intercambio comercial languidece (14% abajo el último año), el producto general cae en picada (16% de caída proyectada para 2020, entre los cinco que más cayeron en el mundo), el desempleo sube (pasó al 14% en un año).

Y todo esto en nombre del “progresismo”. Porque además de todo el fracaso que significa el kirchnerismo para el país (no para los kirchneristas) tenemos que aguantar que digan que ellos van “hacia adelante”, cuando en realidad, como demostramos aquí se trata de otro movimiento liberticida más que se propone llevar a la sociedad que lo padece a los años en los que el mundo se debatía en un horizonte de tinieblas.

Por Carlos Mira

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