El caso de Vicentin viene a confirmar la estrategia de aceleración del modelo fascista, aprovechando el adormecimiento general impuesto por la cuarentena.
Si bien en la provincia de Santa Fe hubo manifestaciones de saludable reacción a favor de la libertad, de la defensa de la propiedad privada y de los derechos civiles, las hordas del populismo siguen golpeando la puerta de la civilización.
La Argentina, en más de 200 años de historia, no ha podido resolver esta lucha entre el Antiguo Régimen (que supone el yugo, la entronización de una casta desigual, el sometimiento del pueblo, los privilegios de unos pocos y la corrupción voraz) y la libertad individual (que supone tomar la vida en las propias manos y vivirla como una aventura personal, aceptando ascensos y caídas, buscando una felicidad propia, en uso de los derechos civiles reconocidos por la Constitución).
Esta lucha se ha encarnado a través de la historia en distintas metamorfosis que se hicieron presentes entre nosotros desde los primeros días de la Revolución de Mayo. Primero fue el enfrentamiento entre el supuesto interior gaucho y popular, por un lado, y el porteñismo iluminista y refinado, por el otro.
Luego aparecieron los unitarios y los federales que extendieron la guerra civil durante más de 40 años en un equilibrio de fuerzas que sólo pudo inclinarse después de Caseros. Ese triunfo significó un quiebre en la historia, pero aun así no pudo constituir la unión completa porque Buenos Aires quedó separada de la Confederación hasta que recién 8 años más tarde -luego de otra batalla entre nosotros (la de Pavón)- se produjo la unificación de todo el territorio.
Las líneas de separación de esa guerra sorda (y, claro está, más de una vez, sonora) fueron más o menos siempre las mismas. Aggiornadas por las “modas” de las distintas épocas, pero en el fondo la pelea siempre fue entre dos concepciones del mundo opuestas y enfrentadas: una que entendía que la vida nacional debía organizarse alrededor de la figura de hombres fuertes (los caudillos) que simbolizaban la unión del pueblo contra sus “enemigos”, y otra que entendía que la unión debía ser alrededor de un conjunto de normas e instituciones que le garantizaran a la persona individual la centralidad del protagonismo para, desde allí, saltar al progreso y a la concordia de la vida en común.
Este intríngulis central acerca de cómo entender la vida no está resuelto en la Argentina. De nuevo los “transportes” en los que marchan esas dos ideas básicas han ido cambiando según las épocas. Pero el fondo de la discusión sigue siendo el mismo que hace 200 años: la masa representada por un caudillo que somete la energía individual versus el protagonismo individual que se apoya en la igualdad ante la ley y la imparcialidad de la Justicia.
Los vehículos actuales para viabilizar esa pelea son, por un lado, el fascismo peronista (que abreva en la línea histórica del caudillismo personalista, populista, muchedumbrista y demagógico) y, por el otro, el individualismo libertario que encuentra en el texto de la Constitución original su centro filosófico y su piedra fundacional.
La expropiación de Vicentin sucede en el marco de esta lucha. Por supuesto que fue dispuesta en contra de los principios protegidos por la Constitución. La empresa se hallaba bajo la protección judicial del concurso de acreedores. La compañía es intocable mientras se encuentre en ese status. Solo el juez puede intervenirla en resguardo de los intereses de los acreedores. El presidente no tiene facultades para hacerlo. Se trata obviamente de una manifestación más del Antiguo Régimen haciendo gala del caudillismo personalista que, con la supuesta fuerza de la masa, se lleva puesta la protección de los derechos. La continuidad de la misma pelea por otros medios.
Las contrafuerzas de la libertad siguen existiendo en la sociedad, no obstante. Es más, muchas veces el aparente predominio del populismo se debe a que éste se anima a manifestaciones de fuerza que, por definición, son un anatema para los defensores de la vida libre. El moderno fascismo demagógico se ha aprovechado de eso más de una vez por la vía del muchedumbrismo callejero.
Ayer, sin embargo, las calles de Avellaneda y de Reconquista, en Santa Fe, fueron testigos de la aparición de ciudadanos clamando por la defensa de la propiedad privada y de la libertad. Es una manifestación muy saludable.
Saludable porque permite advertir que aún hay reservas en la sociedad y que no está del todo perdida la oportunidad de aprender aquella lección de “un día vinieron por mí”.
Efectivamente, el fascismo populista ha sido un maestro en convencer a la gente de que no vale la pena defender los derechos de propiedad de otro. Al contrario, si el que “aparentemente” no tiene nada puede ir a sumar fuerzas para que le arrebaten lo que tiene a quien lo tiene, mejor. Y es cierto que mucha masa ha adherido a ese mensaje de resentimiento.
Pero lo que vimos ayer en Santa Fe, demuestra que la defensa de los derechos no está muerta aún. En efecto, hay gente que se da cuenta que, finalmente, no hay nadie que “no tenga nada”. La cantidad de posesiones puede diferir, pero todo el mundo, en definitiva, tiene algo. Y como dice el dicho “cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas a remojar”.
Mucha gente se ha dado cuenta que el fascismo kirchnerista viene por todo, sea esto poco o mucho. No les importa. Vienen por todo. Entonces cuando la gente ve que hoy van por Vicentin, es como si viera un avance de su propia película en un futuro cercano. Y entonces se decide a salir.
El fascismo populista no hace distingo por cantidades: se aprovechara de toda cabecera de playa disponible, así sea un peñón solitario en medio del océano. Se lo apoderará, si puede, de todos modos.
Esto para los que dicen que la porción de mercado que maneja Vicentin no le permitirá al gobierno intervenir en el mercado de los precios. Al fascismo le interesa hacer pie. Luego verá cómo despliega sus fuerzas desde esa nueva posición ganada.
Pero para terminar como empezamos. Hoy es la chavista “soberanía alimentaria”; antes era “la sangre de los gauchos” y mañana será “el espíritu comunista” (como pregona la nueva proclama de los continuadores de Carta Abierta, en “Comuna Argentina”). Pero no hay nada nuevo bajo el sol argentino: siempre el Antiguo Régimen queriendo volver para evitar el salto a la modernidad.