El año 2021 fue complejo en muchos sentidos, pero en la Argentina fue más complicado aún. Comenzamos con la virtualidad al palo mientras que el oficialismo se saltaba la fila para vacunarse VIP con las escasas vacunas que había para marzo. El año avanzó, no sin sobresaltos, y nos sorprendimos con el escándalo de las festicholas en Olivos, mientras los chiques aún no volvían a las aulas y la pobreza siguió in crescendo al ritmo de la “incongelable” (no existe la palabra, pero permítanos la expresión) inflación.
A medida que transcurrió 2021, el trato entre “el poder y su sombra” (como describía Mario Serrafero la relación del presidente y su vice – ¿en nuestro caso, en sentido inverso? -) volvió a desnudar un filoso “epistolario vicepresidencial” que ha venido tensando cada vez más esa cuerda y ha llevado hasta el paroxismo las marchas y contramarchas de un gobierno diletante. Los desencuentros de ese “matrimonio electoral”, forzado por las circunstancias, junto al amateurismo gubernamental en una desgastante gestión de la segunda ola pandémica, fueron horadando velozmente la credibilidad presidencial en un país, lamentablemente, ávido de liderazgos mesiánicos.
La falta de confianza en la palabra del presidente se convirtió en la ausencia total de credibilidad, de propios y extraños, sometidos todos a su inconsistencia. Mientras los errores políticos-electorales se mixearon con los económicos-financieros multiplicando la desconfianza, la deriva del desmanejo en el área social, de la salud o la educación se parangonaron con una errática política exterior amistosa con los autócratas de turno. Así, luego de promediar el año, las postergadas PASO llegaron como un cross de derecha a la mandíbula de un desavenido oficialismo e insuflaron ínfulas desmedidas a una anabólica oposición.
Con el avance del segundo semestre vimos que, tanto las PASO como las elecciones legislativas de noviembre, descomprimieron el clima ciudadano marcado por el hartazgo y la incertidumbre. Para gran parte de la ciudadanía fue un breve tiempo de esperanza, de que algo podría cambiar con las elecciones y sus resultados. La oposición, luego de la euforia de las PASO, festejó casi en voz baja los resultados de las elecciones de medio término, aún luego de lograr quebrar por primera vez dese 1983 la hegemonía del PJ en el Senado. Mientras que la “remontada electoral” del oficialismo y su estrategia de “ganar perdiendo” obró como un bálsamo que le permitió al gobierno protagonizar otro capítulo de la película del relato K, reemplazando la derrota en las urnas por la épica de la batalla.
Para fines de este 2021, alegrándonos nuestras tórridas fiestas, la política argentina no ahorró en entretenimientos, sorpresas y errores no forzados. Tenemos, por un lado, el acertijo de pronosticar los tiempos de un adormecido acuerdo con el FMI (sólo para no hablar del dólar) o la fallida aprobación legislativa de un ilusorio presupuesto dinamitado instantáneamente por el propio jefe del bloque de diputados del oficialismo. Por el otro, disfrutamos del “Antón Pirulero” de una distraída oposición que en su propia sesión especial sufrió una derrota no forzada producto de la ausencia de algunos de sus novicios diputados (y de su propia desorganización) o de atravesar los subterfugios y urgencias financieras que disciplinaron a 23 provincias a suscribir un Consenso Fiscal que la ciudadanía percibe como una nueva amenaza impositiva a sus magros bolsillos.
Nada de esto empañó la cantada pirueta institucional y legislativa consumada por propios y ajenos en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires que, a cuenta y cargo de los propios legisladores e intendentes bonaerenses, nos regalaron como anticipo de Reyes. Tampoco eclipsó el sainete criollo reglamentario que, además de contribuir a la confusión generalizada e impositiva, el Senado nos legó, como broche de oro de fin de año, prometiéndonos otro capítulo del culebrón judicial de la política.
Así, cerramos otro año donde la política argentina avanzó mirando por el espejo retrovisor mientras la ciudadanía se sintió (y se siente) amenazada por una clase política que va a la deriva. La opinión pública percibe que las dirigencias, en todos sus niveles y ámbitos, no sólo son alérgicas a la rendición de cuentas, sino que actúan bajo una lógica patrimonialista respecto de los recursos públicos. Si nuestro electorado ha aprendido a valorar y utilizar las reglas del juego democrático, las élites dirigentes tienen aún una enorme deuda pendiente. Por lo demás, a 20 años de la crisis de 2001, los viejos problemas estructurales de la Argentina se repiten al igual que las rancias mañas de su clase política. La eternización en los cargos públicos, los privilegios atados a ellos y el control de las “cajas estatales”, han erosionado la confianza en nuestra democracia, en los partidos y en las instituciones, dejando una enorme cuenta pendiente para todo el sistema político argentino: el del financiamiento de la política.
Fuente: Nuevos Papeles