Muchas veces hemos repetido aquí la sorpresa que nos causa muchas cosas que a los argentinos los sorprenden. Sería algo así como la sorpresa ante la sorpresa.
La última de esas sorpresas es la que surgió a partir del tuit de Aníbal Fernández contra Nik por el simple hecho de que el dibujante había expresado sus ideas contrarias al gobierno en esa misma red social.
El ministro de Seguridad -que ahora niega haberse referido a las hijas del caricaturista- lanzó una velada amenaza al mejor estilo de la mafia siciliana dando a entender que sabía dónde estudiaban las hijas de Nik.
A veces las referencias indirectas a hijos, padres, esposos, tienen un morbo mucho peor que la amenaza directa. No en vano es la vía preferida de los malhechores que quieren que sus víctimas entiendan un determinado mensaje. Fue lo que hizo Fernández con Nik: le dijo que el colegio ORT recibía una subvención estatal y, tras esa afirmación (que también resultó ser mentira), en tono burlón dijo “¿Lo conoces, no? Claro que lo conoces”. Santino, uno de los hijos de Corleone, no lo hubiera hecho mejor.
Pero la pregunta es, de nuevo, ¿de qué nos sorprendemos? A ver, estamos hablando de Aníbal Fernández, un conocido matón de cuarta, que no conoce otra terminología, ni otro método que no sean los más groseros giros del bajofondo. Es un auténtico peronista, amoldado ahora a otro movimiento delincuencial como es el kirchnerismo.
Fernández podría haber acompañado a Perón, cuando el creador del movimiento se vanagloriaba de haber salido con 500 hombres por la calle Florida con palos que tenían clavos en las puntas “a romper vidrieras y cabezas” para, en una hora de aquelarre, “ganar la calle”. Eso es el peronismo. ¿O no nos dimos cuenta todavía?
El peronismo no entiende el simple principio de pensar diferente. Aspira a someter a todo el mundo a sus ideas: por las buenas o por las malas; imponiendo una dictadura sin alternancia -como propuso Pérsico- o amedrentado a todo el mundo para que, a través del terror, ellos logren transmitir la idea de que tienen el 100% del apoyo.
Nik simplemente emitió una opinión personal en una red social ejerciendo el derecho constitucional a la libertad de expresión. Pero, de nuevo, el peronismo tiene una cuestión personal con ese diseño social estructurado por Alberdi en 1853. No tolera el disenso, como cualquier totalitarismo. Pretende la imposición de sus ideas (si es que se puede llamar así a un conjunto de tácticas implementadas por una minoría que accede al Estado para robarlo) por el ejercicio de la fuerza bruta y la amenaza.
Por eso se vale de fuerzas de choque callejeras que tienen la misión de transmitir la idea de control y amedrentamiento por el simple expediente de amenazar con la violencia física. Son un conjunto de patoteros, que no se diferencian en nada de un barrabrava y que se disfrazan de políticos para acceder a los sillones del Estado y desde allí enriquecerse ejerciendo la demagogia y el pobrismo.
En cualquier país normal el episodio de Nik y Aníbal Fernández debería terminar con el ministro fuera del gobierno por haber utilizado la fuerza intimidatoria del Estado y la disponibilidad privilegiada de acceso a información privada de los ciudadanos para intimidar a un periodista por expresiones que tienen que ver con sus ideas y opiniones personales. También por haber revelado datos que ponen en peligro a una familia dejándola a merced de hordas de fanáticos que se dispongan a darle su merecido por haber cuestionado al gobierno.
Pero eso no va a ocurrir en la Argentina peronista. Y quiero dejar de hablar en este caso de “kirchnerismo” porque creo que con eso le hacemos un gran favor a una fuerza que nació fascista y que va a morir siendo fascista. Al hablar de “kirchnerismo” parecería que el peronismo queda exculpado y que fuera algo distinto de los desvaríos de la banda criminal nacida en Santa Cruz.
No es así: el kirchnerismo no es más que una sofisticación aprovechada por los vencidos en la guerra civil de los ’70 para mimetizarse con el peronismo (como, usando armas, lo habían hecho hace 50 años) y, desde las estructuras de las instituciones, tratar de imponer el Nuevo Orden del fascismo de izquierda que veneran.
Pero el huevo de la serpiente, el embrión del mal, es el peronismo. Fueron Perón y Eva los que introdujeron la división, el odio de clases, el resentimiento, la fuerza bruta, el avasallamiento de los derechos constitucionales, la pretensión de terminar con la opinión diferente, el atropello, la prepotencia, y la vigencia de un orden de facto impuesto por la vía de la amenaza y el miedo.
Lo que está viviendo la familia Duvonik, con la que nos solidarizamos y compartimos sus preocupaciones y temores, no es otra cosa que un nuevo capítulo del viejo libro peronista de matonear, desconocer derechos, impedir la trasmisión de ideas diferentes y de terminar con la aspiración de vivir bajo un sistema de libertades civiles en el marco de la civilización y tolerancia democráticas.
El kirchnerismo puede haber llegado para pintar con el falso color del oropel un progresismo idiota que pretende ganar la mente de ciudadanos sodomizados. Pero en el fondo lo que vemos actuar cuando alguien como Aníbal Fernández se expresa, es el peronismo de siempre, el que crearon Perón y Eva para empezar a arruinar a la Argentina, quizás definitivamente.