El presidente asistió esta semana a la asunción del presidente peruano Pedro Castillo.
Castillo es un populista de izquierda que quería llegar al poder. Esa es la verdad de fondo. Tanto lo es que participó activamente del proyecto político del ex presidente Alejandro Toledo, un centro derechista formado económicamente en EEUU, que terminó siendo destituido por haberlo encontrado culpable de hechos de corrupción.
Como se ve entonces, Catillo es, en el fondo, un arribista: vio hoy la veta izquierdista en su país y se subió a esa ola. Casi no le sale, porque la votación fue muy reñida con Keiko Fujimori a tal punto que el proceso de confirmación de la presidencia demoró más de un mes.
En ese interín, otro arribista como nuestro presidente lacayo, se apresuró a felicitarlo en su carácter de “nuevo presidente del Perú”, cuando aún los votos no se habían terminado de contar y cuando ningún país lo había reconocido.
Fernández sobreactuó su nuevo muñeco socialista (después de haber hablado pestes de esa idea en la Argentina durante los 10 años en que estuvo alejado del kirchnerismo) y quiso congraciarse como lo hace un converso comprado: queriendo hacer más de lo que se le pide para quedar bien con su contratante.
Lo cierto es que Fernández transmitió la idea de que Castillo era poco menos que un nuevo Augusto Sandino que venía a sentar los reales de una nueva revolución popular en el Perú.
Sin embargo, en la ceremonia de asunción y en la mismísima cara de Fernández, Castillo les dio 72hs de plazo a los delincuentes extranjeros para salir de Perú y puso en marcha su proyecto para que los que ni trabajan ni estudian en su país, pasen a tener que cumplir el servicio militar obligatorio.
Por supuesto que ambas se tratan, en principio, de medidas reaccionarias para el “progresismo” kirchnerista avalado por Zaffaroni y por la runfla abolicionista del derecho penal y los románticos antimilitaristas que derivan de los delirantes de los ’70.
Es más, cuando Patricia Bullrich propuso el servicio cívico voluntario para varones, la estigmatizaron como si fuera la reencarnación del mismísimo Adolf Hitler. Nótese que lo de Bullrich era un servicio “cívico” no militar, que era voluntario y que era solo para varones. Castillo en Perú no anduvo con chiquitas: mando a la milicia a todo el que no trabaja ni estudia.
Sería interesante saber si Fernández le dijo a su nuevo amigo Castillo las mismas cosas que le decía a Bullrich, cuando ésta también proponía (y de hecho lo hacía) expulsar del país a todo extranjero con causas criminales en la Argentina.
La cuestión del servicio militar que propone Castillo es de todos modos interesante de analizar. Durante la presidencia de Menem la Argentina abolió el servicio militar obligatorio y lo transformó en un servicio profesional voluntario.
En aquel momento la medida fue recibida como un gran avance. Hechos que se habían producido con un soldado conscripto (de apellido Carrasco) que terminó muerto luego de un “baile” que le pegó un suboficial del Ejército, gatillaron la abolición del servicio, que, de todos modos, venía, hablándose públicamente hacía tiempo.
Los años pasaron y hoy no son pocos los que consideran que la medida fue un grave error. Hoy 4 de cada 6 chicos mayores de 14 años son pobres; solo uno de cada cuatro ingiere las tres comidas del día… La Argentina tiene casi 50% de pobreza y mucha juventud fue cooptada por la droga y la calle, en muchos casos, sin tener un lugar digno donde dormir.
En estas condiciones un servicio que les dé un cobijo habitable, comida y una instrucción cívica alrededor de los fundamentos de la república y la vida libre, no solo sería un auxilio para millones que viven en la indigencia sino que frenaría el proceso de deterioro formativo de los jóvenes que, extrapolado al futuro, proyecta un país decididamente inviable.
Esta verdad es tan incontrastable que solo puede ser controvertida por aquel que quiera intencionadamente no solucionar el problema de la juventud y pretenda, a propósito, que siga hundida en la desmoralización, la falta de futuro, la droga y la ignorancia.
Quienes efectivamente persigan la consolidación de una sociedad zombie que no tenga los rudimentos mínimos necesarios para distinguir la verdad de la mentira y a los mentirosos de los que dicen la verdad, naturalmente rechazarán medidas como las que en su momento proponía Bullrich para la Argentina o como las que se dispone llevar adelante ahora el presidente Castillo.
Fernández francamente da lástima. Pero no la lástima compasiva que genera empatía con la gente: el presidente causa esa lástima que genera esa bronca por tenerlo, por tener que padecer la Argentina la ignominia que significa su representación y hasta su mera existencia.