Son muchas, obviamente, las palabras que podrían definir a este gobierno en particular y al kirchnerismo en general. Corrupto, autoritario, negacionista, abolicionista, hegemónico, vengativo… En fin, son muchos los términos que lo describen.
Pero hay una palabra que a veces no se utiliza demasiado y que, sin embargo, compite palmo a palmo con cualquiera de las demás para describirlo: es la palabra hipócrita.
Como sabemos, el hipócrita es el que hace lo que le impide, le sugiere no hacer a los demás (dependiendo del grado de imperio que tenga sobre él), aquel que se espanta por ver en los demás las cosas que hace él o, incluso, aquel que acusa, señala o se burla de los demás por las cosas que él es el primero en hacer.
Cuando uno lee estas descripciones parecería que está leyendo la descripción nuclear del gobierno, aquella que, justamente, más lo distingue.
El gobierno y el kirchnerismo, viven, en efecto, endilgando a los demás lo que antes que ningún otro hacen ellos.
Tomemos el caso, por ejemplo, de la cantinela del odio. Fueron los demonios kirchneristas los que despertaron, con la iniciativa nestorista de “la izquierda da fueros”, el monstruo dormido de las peores pesadillas argentinas de los ’70.
Esas tormentas de furia, resentimiento, rencor y -en aquellas épocas- sangre, fueron recreadas gratuitamente por Kirchner por una simple especulación personal para construir un muñeco progresista (algo que nunca ni él ni su mujer fueron) que les permitiera producir una cortina de huma que impidiera ver el latrocinio de robo y corrupción que preparaban y que luego perpetraron.
Ese monstruo hizo renacer los odios del ’45, de los años del peor peronismo, aquellos del “alambre de fardo”, del “empiecen ustedes a dar leña”, del “le tomamos la calle con 500 hombres rompiendo cabezas con clavos en las puntas”, del “cinco por uno”, del “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, del “al amigo todo, al enemigo, ni justicia”, del “no va a quedar un ladrillo que no sea peronista”. Y también los demonios sangrientos de los ’70, aquellos de la patria socialista, de los secuestros, de la toma de pueblos, de las ametralladoras y los fusiles, de la épica guerrillera guevarista.
Sin embargo, luego de un increíble triple mortal en el aire, es el kirchnerismo -el generador de que todo aquel odio se recreara y volviera a nacer- el que organiza el Observatorio NODIO, para que “los contreras” no los odien a ellos. ¡Increíble!
Con el tratamiento del Covid ha ocurrido algo semejante. Cuando pasaron las primeras tres semanas de cuarentena razonable la gente comenzó a olfatear (correctamente) que detrás del encierro dispuesto por el gobierno había algo más.
Había cercenamiento de libertades, un ensayo general de una vida sin derechos, de un esquema social en donde un príncipe gracioso era el que decidía lo que se podía y lo que no se podía hacer… Una concepción, en definitiva, soviética de la existencia por la cual, los ciudadanos ya no llegaban a este mundo con una serie de derechos inherentes a su condición humana y con la libertad para decidir qué hacer de y con su vida, sino como un engranaje de una maquinaria estatal en manos de una casta burocrática que decidía el papel que cada uno debía desempeñar en la vida de ese Leviatán.
Saludablemente, una porción muy importante de la sociedad (la mitad del país a los fines prácticos) salió a la calle a manifestarlo y a reclamar por la libertad perdida. Lo hizo contra el encierro político y no contra las salvedades sanitarias. A tal punto que toda la gente protestó en su mayoría desde vehículos, a puro bocinazo y con barbijos y distancia social para aquellos que lo hacían caminando.
Pero el gobierno salió inmediatamente a acusarlos de “anticuarentena”, poco menos que de asesinos o, cuando menos de “insensibles” que, por defender intereses egoístas, daban un ejemplo horrible al resto del país que veía como esa gente desafiaba la seguridad sanitaria de todos, todas y todes.
¿Pero qué hacen los más conspicuos referentes del gobierno, del Frente de Todos y del kirchnerismo, incluido, naturalmente, el presidente? Pues pavonearse en actos políticos, sin distanciamiento, sin barbijos, a los abrazos y carcajadas por aquí y por allá, en distintos puntos de la geografía del país.
Se lo ha visto al presidente sacándose fotos, rodeado de simpatizantes sin ningún cuidado, comiendo en mesas multitudinarias sin distanciamiento y sin ninguna protección.
Ahora el presidente está en Olivos aislado. Lo mismo que otros funcionarios del gobierno. No me quejo de su aislamiento porque es probable que en esas condiciones puedan hacerle menos mal al país que estando en plenas funciones. Pero sí resulta patente la hipocresía que los caracteriza.
El impresentable diputado Eduardo Valdés, partícipe de la reunión en el norte para “despedir” a Evo Morales en donde se produjo el contacto con Gustavo Beliz (positivo de Covid) dijo, sin que se le moviera un pelo, “Lo que pasó ahí fue una de las cosas más impresionantes de mi vida. Haber estado en ese momento junto a Alberto, a Evo y Álvaro García Linera… Si me toca partir después de eso, y bueno, confieso que he vivido. No me arrepiento de nada”.
O sea, allí no hay asesinos, “anticuarentena”, malos argentinos o argentinos de mal (como insinuó el presidente al referirse a los manifestantes por la libertad) sino próceres que participaban de una gesta épica que “si los tenía que llevar, y bueno, han vivido y no se arrepienten de nada”. ¡Es increíble!
Ese es el kirchnerismo, señores. Ese es el gobierno. Esos son Fernández, Cristina Kirchner, Valdés y toda la runfla de hipócritas que gobierna la Argentina.
Sé que al lado de los latrocinios que cometen, estos “detalles” de comportamiento no pueden compararse a la hora de hacer el mal. Pero no cabe duda que son otro ejemplo para demostrar la materia de la que están hechos. (Si quieren pueden ustedes agregar la palabra que quieran para definir cuál es esa “materia”).