
La capital norteamericana es una ciudad fascinante. Y misteriosa. Muchos dicen que su arquitectura esconde mensajes encriptados de sus fundadores, la Orden de los Masones Libres.
Washington DC tiene hoy más de veinte zodíacos distribuidos en la ciudad, cada uno con su propio misterio. La ciudad desde su fundación, en 1791, estuvo relacionada con la astrología, por el significado de ciertas estrellas, con un alto y oculto sentido cosmológico pensado para alinear el destino de la urbe y del país hacia el progreso y el desarrollo.
Para quienes se encuentren atraídos por esta variante del turismo en WDC, hay tours especializados que llegan a durar cuatro días y que tocan diversos puntos de la ciudad y sus alrededores con intrigantes historias sobre esta conexión con el Universo estelar.
Por ejemplo, la compañía Tap Into Travel ofrece un paquete completo de cuatro días que incluye:
una visita a la Casa del Templo del Rito Escocés; un paseo por el Monumento a Washington con narrativa oculta sobre el simbolismo masónico; pasar por Mount Vernon (la plantación del primer presidente de los EEUU, George Washington); llegar hasta Old Town Alexandria para visitar la Iglesia de Cristo y el National Memorial George Washington Masonic.
Pero, bueno, WDC es también un centro cultural formidable, con museos increíbles como el Museo del Aires y el Espacio, en el que me encuentro ahora.
Desde siempre el hombre ha deseado volar casi tanto como respirar. La sensación de libertad, de que el tiempo y el espacio son algo relativo, tener alas como las aves del cielo y subir hasta el sol o llegar al infinito, estimuló a la humanidad desde que se levantó de sus cuatro patas y pudo mirar hacia arriba. Esa necesidad de volar es la que este museo pretende recrear, y lo hace a la perfección, en sus enormes salas.
En 1946, el Presidente Harry Truman firmó un proyecto de ley para la fundación de este museo del complejo Smithsonian con varios objetivos: conmemorar el desarrollo de la aviación, recoger, preservar y mostrar todo tipo de artefactos aeronáuticos y proporcionar material educativo para el estudio de la aviación y por consiguiente de la que sería la próxima carrera espacial mundial.
Y claro, tuvieron que edificar un espacio que tuviera cabida para todo lo que iba llegando. Aviones enteros o en secciones, misiles, globos aerostáticos , helicópteros, naves espaciales y módulos de aterrizaje, satélites… Así que se pusieron en marcha, y como los americanos les gusta mucho eso de inaugurar edificios importantes cuando celebran su aniversario de Independencia, se cumplió el objetivo de apertura durante el año del Bicentenario del nacimiento de los Estados Unidos como nación, inaugurándose con gran fanfarria el 1 de julio de 1976. El éxito del museo superó las expectativas: el visitante cinco millones cruzó el umbral sólo seis meses después del día de la inauguración. Hoy, el National Air and Space Museum es uno de los museos más visitados del mundo.
Alberga por ejemplo la cápsula del módulo de comando del Apollo XI, el telescopio espacial Hubble, una sonda Viking -primera en posarse sobre el suelo de Marte-, una sonda Voyager -aún activas fuera ya del Sistema Solar tras fotografiar Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno-, el rover Pathfinder -que se paseó una temporada por Marte-, el primer avión de los hermanos Wright, el Spirit of St. Louis -primer avión que cruzó el Atlántico-, trajes y piezas usadas por astronautas… en fin, a cada paso uno encuentra algo épico y emocionante.
Ahora estoy frente a una imponente reproducción en mármol del presidente Lincoln. El Lincoln Memorial fue levantado para honrar la memoria del presidente americano que luchó por los derechos de los más desfavorecidos, pero he aquí, que un descendiente de uno de sus defendidos le robó el protagonismo.
La historia es bien conocida: Martin Luther King y su discurso “Tengo un Sueño” congregó en agosto de 1963, frente al monumento que recordaba al “Gran Emancipador”, a miles de personas que clamaban por su libertad e igualdad de derechos. Fue un discurso histórico y por lo tanto un momento decisivo en la historia de los Estados Unidos.
Además, el escenario no podía ser más acertado ni más espectacular. Construido en piedra blanca con 36 columnas que representan a cada uno de los Estados de la Unión en el momento de la muerte de Lincoln, cuenta con una estatua del presidente sentado en actitud pensativa, con la mirada perdida en la distancia, flanqueada por dos cámaras laterales con las inscripciones del segundo discurso inaugural de Lincoln. La estatua tiene 19 metros de altura y pesa 175 toneladas casi tanto como el magnetismo que irradia y que atrae anualmente a unos seis millones de personas.
¿Será por el realismo del rostro de la estatua, obtenido con moldes de yeso de la cara del presidente?, ¿O quizá por el simbolismo que rodea el monumento? Cincuenta y ocho son los escalones de acceso al monumento, dos de ellos representan los mandatos de Lincoln como presidente y los otros la edad que tenía en el momento de su muerte.
Hay quien dice -sobre todo los guías turísticos- que cada mano de la estatua representa una letra en lenguaje de sordos, y serían la A y la L, primeras letras de su nombre y apellidos. Aunque la realidad es que simbolizan los ideales de Lincoln; la mano abierta es la paz, la concordia y la compasión, mientras que la cerrada es la fuerza y la decisión para cambiar las cosas.
Como ven, Washington y los símbolos parecen ser inseparables.
Para un pueblo como el americano, tan propenso y tendente a iconizar lugares, acontecimientos y personas, la Casa Blanca es sin duda uno de los lugares a los que se debe visitar al menos una vez en la vida. Como si de una Meca se tratara, miles de ciudadanos llegan hasta la verja que protege el blanco edificio con la esperanza de vivir un pedacito de la historia de su nación, y por qué no, de ver al menos de lejos a su presidente.
Pero claro, no sólo son ellos los que quieren vivir ese momento, sino también los turistas que de paso por Washington no pueden resistirse a la tentación de poder ver en vivo lo que tanto y tan a menudo ven en las películas y en las series de televisión.
Ocho años se tardó en levantar la primitiva construcción desde que George Washington eligiera el sitio donde iban a vivir todos los presidentes de la joven nación americana, allá por 1791. Incendios y derrumbes fueron modificando y alterando los diseños a lo largo de los años para acabar teniendo la apariencia actual a principio del siglo XX.
Todos los presidentes desde John Adams han ocupado la Casa Blanca sin cambiar en ningún momento de residencia. Ellos y todo el ejército de sirvientes, asistentes, seguridad que utilizan las 132 habitaciones, 35 baños y 6 plantas de la residencia, con sus 412 puertas, 147 ventanas, 28 chimeneas, 8 escaleras y 3 elevadores.
El adjetivo de “Blanca” se lo puso Theodore Roosevelt en 1901, seguramente cuando los operarios que acababan de pintarla se dieron cuenta de que habían usado nada menos que 2.175 litros de pintura.
Quienes siguen estas columnas saben que la bici es mi vehículo preferido en una ciudad. Washington implementó un sistema de bicis públicas en alquiler parecido a lo que se puede encontrar en algunas ciudades europeas tales como Bruselas, París, Lyon.
El sistema funciona pagando una cuota (U$S 7 por 24 horas, o U$S 15 por 3 días) con tarjeta de crédito o débito, pueden sacar una bici de cualquiera de las estaciones repartidas por toda la ciudad. La máquina les dará un código que hay que ingresar en el puesto de la bici (hay un pequeño teclado al lado con los números 1,2, 3). La luz verde les da el visto bueno para sacar la bici, y empieza la media hora gratis en ese momento. Después de esos treinta minutos bonificados, comienza a correr el precio: 2 dólares por la 2da media hora, 4 dólares, etc… El método para bicicletear gratis (fuera de la cuota inicial): vigilar el reloj, y siempre devolver su bici (en cualquiera de las estaciones) antes del final de estos primeros 30 minutos. ¡Y volver a sacarla!
La ciudad tiene sus subidas y bajadas, pero nada imposible para quien esté en buena condición física y guste de descubrir una ciudad de otra manera.
Con una de esas bicis enfilo hacia Georgetown. Es un tradicional y upsacale barrio histórico que da a las riberas del Rio Potomac. Situado en el extremo occidental de la capital, sobre el famoso Paseo Nacional, Georgetown es una de las principales zonas de la ciudad, y una de las más bonitas. Tengo que decir que es difícil no enamorarse de estas pequeñas calles llenas de lindas casas pequeñas fachadas en excelentes condiciones, muchas tiendas locales e internacionales, los numerosos restaurantes que aparecen sin parar. Todo se conjuga para hacer de ésta una magnífica zona, particularmente agradable. Georgetown surgió en el año 1751 como pueblo autónomo, hasta que en el año 1871 quedó incorporado como parte de la ciudad. Además encontrás de todo: bares, centros comerciales, librerías, pubs. Muchas embajadas tienen también su sede en Georgetown.
No sabemos exactamente de donde toma su nombre: tal vez de sus fundadores, George Beall y George Gordon, o el rey de Inglaterra en ese entonces, George II de Inglaterra (Estados Unidos en ese momento no era independiente del Imperio Británico). En sus orígenes era una ciudad muy próspera, con su puerto, punto de partida del tabaco que Maryland exportaba.
Se destaca el área de M Street, ubicada en el corazón del barrio, muy agradable. M Street es la calle principal de Georgetown. Hay pequeñas tiendas, numerosos restaurantes.
En materia de compras, Georgetown está a la orden del día: The Shops at Georgetown Park, H & M, TJMaxx, y J. Crew, pero también hay varios negocios pequeños alrededor, con diseñadores locales. No es caro, pero tampoco es muy barato.
De regreso al Downtown, me voy al “National Mall”, que es una gran explanada que une el Capitolio y la Casa Blanca. Muchos museos están en esa zona, todos son gratis. También está el imponente obelisco, el “Washington Monument”, de 180 m, que fue el más alto monumento del mundo hasta la construcción de la Torre Eiffel y que también contiene cientos de historias sobre los masones que instalaron su piedra basal.
Uno de los muchos museos que se pueden visitar gratuitamente en WDC es The National Archives, el sitio donde se pueden ver los tres documentos fundacionales de Estados Unidos: la Declaración de Independencia, la Constitución y la Declaración de Derechos (Bill of Rights), que son de hecho las primeras enmiendas a la Constitución americana. Estos tres documentos se pueden visitar en la Rotonda donde están expuestos, bajo fuertes medidas de seguridad: tan sólo pueden ir entrando a la sala un número limitado de visitantes, y el resto tendrá que hacer cola en la entrada. A medida que esa cola avanza delante de las vitrinas, no puede detenerse: uno siempre debe caminar de modo que los documentos se ven “al paso”. Pero es de todos modos impactante ver en esos papeles que resumen en gran medida el corazón de la democracia norteamericana. Además, se pueden visitar otras galerías y ver un vídeo introductorio.
Situado en el corazón de Capitol Hill, Union Station es la estación de ferrocarril principal de la ciudad, y sin lugar a dudas una de las estaciones más bellas del mundo. La notable fachada clásica, un mall -“Shop en Union Station”- con varias marcas internacionales, como L’Occitane en Provence, Swatch, etc. Un paso de compras agradable en un ambiente extraordinario y un enorme patio de comidas. Cerquita de allí, el mercado Eastern Market es uno de los más antiguos de la ciudad. Todavía albergado en un edificio que se podría calificar de histórico, el mercado incluye no sólo comida sino también artesanías o flores.
Cerrado los lunes, abierto los demás días, tiene además un mercado exterior los días sábados y domingos, es un paseo agradable en un día soleado, para comprar alguna buena comida para llevar, mirando de paso los trabajos de joyeros o vendedores de accesorios diversos. Además, como en los demás barrios de Washington, podrán encontrar carteles explicativos sobre la historia del barrio paseando por las calles de los alrededores.
Hoy alquilé un auto con la idea de remontar la ribera del Potomac y llegar a la plantación del presidente Washington, Mount Vernon. El viaje es exquisito. Cruzo el Memorial Bridge y tomo el George Washington Memorial Parkway, que termina en Mount Vernon distante a 29 km. El camino bordea el río y el sol se deshace en mil colores que van desde el verde hasta los marrones intensos, pasando por toda clase de ocres, amarillos y hasta el bordeaux.
Se trata de un viaje a través de la historia: la finca de este caballero ha sido restaurada meticulosamente y ofrece una visión de la nobleza rural de aquel tiempo.
En las orillas del Potomac, la mansión de 19 habitaciones sirve para adivinar los gustos coloniales de George y Martha, mientras que las dependencias y barrios de esclavos muestran lo que era necesario para el funcionamiento de la finca. El presidente y su esposa están enterrados aquí, según lo solicitado por Washington en su testamento.
Hay un centro de orientación con una película de 20 minutos que muestra el coraje de Washington bajo el fuego durante la guerra de la Independencia, incluyendo su travesía central del río Delaware.
Al salir sigo 5 km al sur y encuentro el George Washington’s Distillery & Gristmill que es un museo que cuenta con exposiciones, una película sobre el whisky de Washington, y actores en trajes de época que demuestran cómo funcionaba aquella destilería.
Cuando regreso después del mediodía visito el Pentágono, la sede de defensa de los EEUU. Como su nombre indica es un edificio de cinco caras y cinco pisos. Increíblemente su construcción se inició un 11 de septiembre del 1941, exactamente 60 años antes de los atentados de 2001 cuando un avión de American Airlines se incrustó en una de sus caras. Si bien hay muchas dudas al respecto, dudas que subsisten hasta hoy, porque el “avión” es como si se hubiera consumido por completo, sin quedar restos de él. Tampoco nadie entiende cómo, en su vuelo rasante antes de estrellarse, no derribó todas las torres de iluminación de la enorme playa de estacionamiento. En fin…
Me cruzo a Pentagon City Mall que es uno de los centros comerciales premium en toda la zona aledaña a WDC. Para volver, sé que tengo allí mismo la estación de metro de Pentagon City. Este centro comercial de lujo incluye 170 tiendas, como Macy’s, Nordstrom, Ann Taylor, Banana Republic , Coach , Guess, Talbot , Swarovski Crystal Gallery y Williams -Sonoma.
Soluciono mi cena aquí mismo porque el mall cuenta con un patio de comidas y restaurantes de servicio completo que incluyen, por ejemplo, a L & N Seafood Grill , Ruby Tuesday y The Grill.
El centro comercial es escenario habitual de una serie de eventos de la comunidad como el Holiday Shopping Night Out and Indulge, dos clásicos para los que viven en la capital y en sus alrededores.
Al día siguiente visito por la mañana el cementerio de Arlignton, un auténtico santuario para todos los americanos. Primero porque en él yacen muchos héroes nacionales, y segundo porque estas tierras una vez fueron propiedad del presidente George Washington.
Lo que no iba a imaginarse Washington, era que sus propias posesiones iban a ser lugar de enterramiento para los hijos de la nación que fundó. Y lo más curioso, tuvieron que ser ocupadas por los cuerpos de los que murieron en la Guerra Civil. La cantidad de víctimas era tal que la capacidad de los cementerios de la capital estadounidense fue superada, por lo que se empezó a enterrar a las víctimas en Arlington, que ya había pasado a ser propiedad del gobierno.
Poco a poco se convirtió en un honor ser enterrado en las que una vez fueron tierras del presidente, sobre todo si se había muerto de manera honorable.
Ahora, las tumbas que se alinean de manera perfecta, y los pequeños panteones superan los 300.000 cuerpos enterrados, entre los que se encuentran combatientes de la guerra de la Independencia, de la Segunda Guerra Mundial o del Golfo Pérsico; astronautas y exploradores, médicos y enfermeras, deportistas y políticos y sobre todo las tumbas del asesinado presidente Kennedy y de su esposa Jacqueline con su hijo. Tras sus lápidas de granito traído especialmente de Cape Cod -donde se encuentra la casa familiar de los Kennedy- arde una llama que no se apaga nunca.
Saliendo de Arlignton, me voy hasta Annapolis, distante unos kilómetros al sur de WDC. Esta ciudad es la capital del estado de Maryland que, junto con Virginia, fueron los que cedieron parte de su territorio para crear la capital federal.
Annapolis y la Bahía de Chesapeake cuentan con tres regiones de características bien distintas. Annapolis es también la capital nacional de la navegación a vela: todo aquí parece conectarse con el sailing. Los alrededores de Annapolis, ofrecen cientos de kilómetros de litoral en la bahía de Chesapeake y una parte importante de la historia americana.
Almuerzo en un barcito de frente a la bahía que parece decorada con cientos de veleros blancos. Después de comer camino por estas calles pequeñas, llenas de historia y hoy mantenidas con el cuidado de una manicura.
Es hora de regresar al hotel para iniciar el camino de retorno. No sé si habré descubierto los secretos ocultos de Washington pero estoy seguro de que hay muchos que ni siquiera los sospecho.