Las malas lenguas dicen que unas vacaciones en cualquier lugar que lleve el código de área telefónica “561” en la Florida será carísima. Ese código pertenece al condado de Palm Beach.
Este año me interné en un viaje de exploración por el área para comprobar si aquellos mitos eran realmente ciertos o si, por el contrario, alguien de clase media como yo podía armarse un recorrido atractivo, divertido y económico en este lugar que muchos creen es solo un refugio de millonarios.
El Wyndham Hotel Boca Raton tiene una muy interesante opción para comer: el Farmer’s Table, convertido en una verdadera estrella gastronómica de toda la zona.
El restaurante es un paraíso para los que comen sano, son vegetarianos o llevan una dieta “gluten free”. El Farmer’s Table solo utiliza proveedores de la zona para todos sus productos de tierra. Es más, para las especias más típicas, ellos mismos tienen una huerta orgánica junto a la entrada del lugar. Para lo demás (frutas, verduras, hortalizas) ningún proveedor puede estar a más de 80 millas.
Pero en el Farmer’s no solo pueden comer los vegetarianos, naturalmente. Para los amantes de la carne y de los pescados, hay platos deliciosos. La trucha, por ejemplo, no puede ser más rica. Las entradas de brusquetas capresse italianas con un exquisito aceite de oliva y preparadas con tomates frescos, no puede dejar de pedirse como entrada. El Farmer’s Table es más que un restaurante: es una filosofía de vida llevada a la mesa, en donde se ha podido conciliar el milagro de comer sano sin notar un solo ápice de pérdida del placer.
Actividades en Palm Beach
En Boca y en Palm Beach hay innumerables actividades para disfrutar, pero como dicen que un viaje nunca está completo si uno no visita un museo de arte, me preocupé por averiguar si existía alguno cerca. Y me encontré allí nomas con el Boca Museum of Art. Por 16 dólares para adultos (los menores de 12 años entran gratis) o 12 para los mayores de 65 años se puede acceder a un lugar que uno no esperaría encontrar en un condado más asociado a la moda, el golf y la playa. Pero este es un viaje de sorpresas y el Boca Museum of Art es una de ellas. Aquí pueden verse colecciones de pinturas y esculturas europeas de entre 1775 y 1945, arte moderno y contemporáneo, arte americano, muestras fotográficas, arte tribal africano y de Oceanía, arte precolombino y también asiático.
Como el museo se encuentra en una de las entradas del Mizner Park, uno puede comer algo suelto allí en alguno de los innumerables lugares de comida que componen esa enorme manzana dedicada a la ropa, la diversión y la gastronomía.
Por la tarde podemos dar una recorrida por el Town Centre, el gran mall de Boca. Todas las grandes marcas, desde Apple hasta A&F y desde Polo hasta Tommy o desde Crate & Barrell hasta Pottery Barn, pueden encontrarse aquí y siempre hay algún motivo para las “big sales” o las promociones, de modo que siempre pueden encontrase oportunidades y buenos precios.
El mall tiene un excelente patio de comidas en donde comí una de las pizzas a la piedra más exquisitas de los últimos tiempos.
El norte tiene su encanto
El siguiente día he decidido que sea un día marcado por el agua, así que me he armado una agenda en donde el líquido elemento sea el protagonista. A la mañana enfilo hacia Riviera Beach, unas 30 millas al norte, para buscar el Rapids Waterpark, un parque de agua ideal para la diversión de la familia (60 dólares de lunes a viernes -online-y 55 dólares los fines de semana). Cuando voy llegando ya advierto ese clima familiar: decenas de autos y camionetas de donde bajan chicos con sus padres, pero también con amigos o quizás primos, parejas con heladeritas para pasar el día. Es raro ver a alguien solo como estoy yo. Me siento un observador, más que un turista o un visitante. Así pues, que me dedico a observar.
Es increíble como este país ha democratizado la diversión y como ha puesto al alcance de todos lo que en otros lugares pueden disfrutar quizás solo unos pocos. Aquí está el corazón del país, gente de todos los colores, probablemente con antepasados en los cuatro puntos del globo, disfrutando igualitariamente de un día soleado y con mil opciones de diversión. El lugar se llama “Rapids” porque precisamente reproduce, en varias de sus atracciones, los “rápidos” de ríos bravos a los que se desafía con gomones o a pecho descubierto, nomás. También hay una enorme piscina que asemeja una bahía y a la que, de tanto en tanto, le aparecen unas olas que van cobrando intensidad con los minutos.
Para los que no vayan con su conservadora, hay lugares para comer las típicas comidas rápidas americanas así que elijo una cheeseburger y empiezo a ver cuánto tiempo de auto tengo hasta mi próximo destino en West Palm Beach, algunas millas al sur.
Kayak y Clematis St
No es tan lejos así que, tranquilo, vuelvo a mis bermudas y a mi remera y emprendo el camino hacia N Clematis St y Flager Drive. Allí encuentro “Visit Palm Beach” un lugar en la bahía de West Palm Beach que permite disfrutar del kayak y del paddle boarding. Prefiero el kayak. Amo el kayak. Da una sensación de enorme libertad y soledad. Ni bien salgo del muelle, apenas me interno en las aguas azules y calmas solo se escucha el silencio. De fondo se ven los edificios de la ciudad recortados en el cielo azul de una magnifica tarde soleada. Hay veleros anclados y algunos islotes pequeños que alcanzan a tener apenas unos metros de playa. Me dirijo a uno y subo el kayak para intuir como se sentirían los conquistadores de una tierra salvaje. La única diferencia es que “mi isla” apenas debe tener unos 30 metros cuadrados. De mala gana emprendo el regreso al muelle, allí Frank me ayuda con mi mochila y se prepara para volver el kayak al rack. La tarde allí cuesta 35 dólares.
Había dejado el auto descuidadamente cobre Clematis St sin advertir la vida del lugar. Ansiaba tanto abordar ese kayak que presté poca atención a lo que tenía delante. Son dos o tres cuadras exquisitas: lugares para comer, boutiques, bares, librerías, heladerías. Hay mucha vida aquí. Curioseo un poco, compro un libro (“La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith, que había leído en castellano pero que quería leer en inglés para entender más los secretos del éxito económico y de la democracia liberal) y, de nuevo de mala gana, regreso al auto. Lo malo de esta “escapada” es que ha sido eso: una escapada. Y las escapadas son cortas; el tiempo nos apura.
Una comida frente al mar
Mi próximo destino es Delray Beach. Allí voy a tomar una cerveza y a cenar en uno de los tantos restaurantes que dan sobre la playa. Aún hay sol fuerte cuando llego después de cubrir la distancia entre la I95 y la playa por Atlantic Av.
Mucha música, buena onda, gente divirtiéndose. Así durante al menos 10 cuadras. Llego a Ocean Blvd, estaciono el auto y me corro unos minutos aunque sea, hasta la playa. Es como una adicción. Me paro en la orilla del mar un rato, mientras por detrás el clásico murmullo de chicos jugando, gente tomado sol, algunos jugando al vóley, otros tomando una cerveza. De nuevo el efecto “escapada”: tengo que cruzar para empaparme del clima del “Sandbar”.
Nadie puede decir que ha venido a Delray Beach si no ha parado por una cerveza en el Sandbar. Todo el mundo está en traje de baño aquí y la cerveza fluye como en cascada. En el bar propiamente dicho decenas de personas se agolpan para hacer su pedido o para sentarse en los “stools” y charlar. No importan las edades aquí: todo el mundo parece joven, y lo es desde la actitud y el espíritu.
Al atardecer me preparo para la cena. Aquí en Estados Unidos se cena temprano. Está claro que eso no es obligatorio y menos en Delray Beach, pero teniendo en cuenta que ya llevo todo el día encima y con una agenda agitada, empiezo a tener hambre.
Allí nomás esta 50 Ocean un restaurante que apela a los sentidos de la Florida. Para el “sea food” un lugar ideal. Un primer piso con ventiladores de techo y una vista panorámica de la playa y de las aguas azules del océano. Como había comido la trucha en Farmer’s Table la noche anterior, decidí ir con unos “Tagliatelle” con espárragos, champignones y tomates marzano. Exquisitos Por eso pago U$S 30.
Destruyendo el mito del golf
En mi último día en “The Palm Beaches” necesito destruir otro mito: “el golf es caro en Palm Beach”. Ken Smythe me va a ayudar a hacerlo en el Osprey Point Golf Course bien al final de Glades Rd, unas 10 millas al oeste del Wyndham. Ken es el gerente de la cancha y me cuenta su absoluta devoción por ella. Muchos de los jugadores lo definen como el mejor course de South Florida. Ken me dice que el secreto es el pasto: haberse deshecho del bermuda grass fue la mejor decisión. Los greens son increíbles, parecen una alfombra de césped artificial. Estamos en medio de los Everglades, todo aquí es naturaleza pura, el agua podría tomarse allí mismo, es más pura que la de la canilla. Fairways extensos y mantenidos artesanalmente permiten mejorar el juego personal porque la pelota corre increíblemente después de aterrizar. Aunque atención: hay que pegar derecho porque con una bola torcida lo más probable es que no la encuentre más. ¿Cuánto me salió todo? 43 dólares por 9 hoyos. Confirmado, mito destruido.
Me despido de Ken y me voy a dar una recorrida por Worth Av, este lugar que todo el mundo asocia a la moda, pero que en realidad, es un lugar histórico. Addison Mizner fue el arquitecto que tuvo la visión de hacer de Boca Raton y de Palm Beach lo que es hoy. Nacido en California -donde también falleció rodeado de una increíble pobreza- fue el inspirador del estilo mediterráneo de la edificación, que aún hoy es norma obligatoria a respetar en las reparaciones y reciclajes de edificios históricos. Las típicas mayólicas españolas e italianas están por todas partes y son como una especie de sello del lugar.
Me despido de Palm Beach con la sensación de haber estado en un lugar con clase, en donde aun así se puede disfrutar de excelentes opciones económicas para pasear, comer, divertirse y conocer.
Si pude hacerlos viajar con la imaginación durante estos párrafos, espero que puedan disfrutarlo pronto ustedes descubriendo las “playas de las palmeras”