Miami se ha convertido en los últimos años en una especie de boom regional y en un imán para inversores, turistas, inmigrantes y para residentes temporales que pasan cada vez más tiempo en sus playas y menos en sus países de origen.
Son muchos los factores que han confluido para que eso suceda, pero no caben dudas que el clima, su ubicación, el pionerismo que para la cultura de habla hispana ha significado la avanzada de los inmigrantes cubanos y una economía que favorece el emprendimiento y las nuevas ideas, han sido llaves principalísimas en esta expansión sin precedentes.
Y si, a su vez, dentro de esta comunidad, puede hacerse algún distingo, no caben dudas que Sunny Isles Beach aparece a la cabeza de este cambio dramático.
Anidada entre el océano Atlántico y el Intercoastal, Sunny Isles Beach se encuentra justo al norte de Miami Beach y a solo unas millas al sur de Fort Lauderdale. Su boulevard de palmeras sirve de hogar a numerosos resorts y condominios entre los que se encuentran el Marenas, el Trump International, el Aqualina, y otros tantos que permiten disfrutar de este destino soñado en el sur de la Florida.
Esta franja de North Miami Beach que corre por la Avenida Collins entre las calles 163 y la 186, es una dorada Riviera que combina sol, arenas blancas, hoteles de primera categoría, condominios aptos para vivir, invertir o vacacionar, una gastronomía sofisticada, shopping a buenos precios y, fundamentalmente, un clima de relax y tranquilidad ideal para evadirse un rato de las obligaciones y de las preocupaciones.
Desde su incorporación como municipio autónomo del condado de Dade en 1997 hasta que Trip Advisor la designó como el destino número uno de vacaciones en EEUU en 2008, Sunny Isles Beach, recorrió un meteórico camino de ascenso, desarrollo inmobiliario, boom hotelero y aprovechamiento integral de su majestuoso potencial natural. Se trata, efectivamente, de una de las líneas de playa más bonitas del mundo, en donde el trabajo del hombre sirvió para incrementar aún más las bellezas con la que la dotó la naturaleza. Las aguas turquesas y las arenas blancas como la sal la transformaron en un destino de clase mundial, aun cuando Sunny Isles sigue siendo, además, una comunidad que vive, trabaja y goza según el ritmo de una isla privilegiada.En este viaje me propuse, justamente, compartir las experiencias viviendo como si fuera un local -de vacaciones, pero un local al fin y al cabo- para lo cual elegí alojarme en el Marenas, una propiedad de condominios muy popular entre los argentinos, que levanta unos veinte pisos de departamentos de primera categoría y con una excelente relación precio/producto para quien quiera pasar unas vacaciones en familia durante unos cuantos días.
El condominio tiene unidades de propiedad particular y otras que pertenecen al grupo Benchmark Hospitality que se encarga de administrarlas y alquilarlas. Si uno adquiere una propiedad aquí también es posible que Benchmark se encargue de la administración, de modo que uno pueda ir obteniendo una renta por la inversión.
Aquí estará mi centro de actividades en Sunny Isles. El Marenas está en uno de los extremos de esta comunidad, en el 18630 de Collins, justo antes de ingresar a una rampa de acceso a la ruta estatal 856 que une el mar con North Biscayne Boulevard en Aventura, donde se encuentra el famoso mall de compras.
Son casi las siete de la tarde cuando llego, después de viajar durante tres horas desde Orlando. No tardo nada en registrarme y estar en el departamento. Se trata de una unidad funcional para familias de dos dormitorios, una cocina de concepto abierto y tres baños. La vista da, por un lado, a la bahía -con las luces de todos los edificios de Collins y del causeway ya encendidas- y, por el otro, al océano.
A menos de una cuadra tengo el supermercado Publix -una especie de Jumbo de la Florida- así que ni bien me instalo bajo y voy por provisiones. En el Marenas tengo todo para cocinar y, si quiero, podría no salir a comer afuera nunca. Ese no es mi plan, claro está, porque también voy a curiosear que puede hacerse por la noche, pero el dato es bueno para todas las familias que quieren ahorrar dinero en las comidas: con el Publix allí nomás y la cocina completa del departamento se puede vivir como en casa.
Los precios andan más o menos como en Buenos Aires. Algunas cosas más baratas, incluso. Me hago un plan para los próximos días y hago una compra que mezcla cosas para cocinar (ravioles, pollo, entraña), otras comidas congeladas ya listas para comer, y, por supuesto, todo lo que necesito para desayunar. Veo vinos argentinos, de Catena, de Trapiche y otros que nunca vi entre nosotros. También hay muchos chilenos y australianos. La oferta de productos es abrumadora.
Regreso y guardo todo en la heladera de dos puertas de acero inoxidable y en las alacenas. Pongo la tele del living, un plasma de 45”, y me pongo a trabajar un pongo en la compu para resumir mis impresiones de Orlando y los parques.
El departamento tiene un enorme balcón envolvente y, antes de comer, paso un rato allí. Lo primero que me llama la atención es la hermeticidad de esa puerta: al correrla se abre un mundo de brisas, perfume de mar, ruido de autos, que, al cerrarla, quedan completamente aislados del interior sin que nada nos permita saber -si por el ruido fuera- si hay viento o mucho tránsito.
La noche está espectacular, pero ya tengo decidido cocinar los ravioles con salsa de tomate para cargar energías y arrancar con todo al día siguiente.
Amanece un día espectacular, así que, temprano, como si fuera un local de vacaciones, bajo al fitness center para moverme un poco. La sala está equipada con todo, así que hago un poco de cinta y bicicleta antes de subir al departamento a desayunar.
Me preparé una agenda en base a las recomendaciones de la oficina de turismo de Sunny Isles, así que lo primero es disfrutar de la joya del lugar: la playa.
El condominio tiene una zona exclusiva para sus propietarios e inquilinos con un equipo de beach boys muy dispuestos y amables para encontrar un buen lugar con sombrilla y reposera. El mar está calmo, casi sin olas y el sol empieza a apretar lindo.
Se puede almorzar en la playa con un menú del pool bar muy accesible en precios y muy variado. Después de almorzar, pido el auto y salgo para Aventura a tan solo 5 minutos. En el shopping mall uno tiene que pensar dos veces dónde está: son tantas las voces argentinas que es como si hubiéramos copado el lugar. Adelante, atrás, a los costados: por todos lados aparecemos nosotros, llenos de bolsas y casi siempre comentado por qué la indumentaria es tan cara en Argentina, planteando un interrogante que daría para mil comentarios si esta columna se escribiera en otra sección del diario.
¡Y eso que Aventura no es un shopping de descuentos (o “outlet mall”)! Aun así, en las tiendas más populares como Forever 21, GAP, Banana Republic o H&M se encuentran precios increíbles. Ahora están ampliando la propiedad hacia lo que era el patio de comidas y la playa de estacionamiento que estaba enfrente para hacer más grande el espacio para la gastronomía y agregar otras áreas de compras.
Curioseo por varios negocios, entre ellos, la tienda de Apple, repleta de argentinos y los “department stores” de Macy’s, Bloomindale’s y Sears. Al salir cruzo el puente sobre la 212st y paso por Best Buy para enterarme de lo último en tecnología y artículos electrónicos para la casa y para uso individual. Si los precios llaman la atención en indumentaria, aquí directamente te querés matar: es increíble lo más caro que tenemos que pagar las cosas en casa. Con los autos pasa algo parecido. Y ni hablar de la financiación: con U$S 400 podés salir manejando un BMW de la concesionaria, lo demás lo hace el maravilloso mundo del crédito.
Apenas unas cuadras después, aunque ya en el condado vecino de Broward, un complejo relativamente reciente -el Gulfstream- combina un hipódromo con un centro comercial, de entretenimientos y gastronomía.
Ahora investigo un poco lo que ocurre hacia el sur de esta zona comercial de Biscayne Boulevard. Aquí hay de todo. Como a repetición se suceden las tiendas de Babis “R” Us, Old Navy, Bed, Bath & Beyond, DSW (una casa especializada en calzado), Sport Authority, Ross Dress for Less, Walgreens (que está siempre cerca y siempre lista para sacarte de un apuro, lo mismo que CVS Pharmacy) y Office Depot. Todo salpicado por restaurantes como Houston’s o Morton’s o por bares de diseño como Starbucks. Por allí atrás hay otro shopping center menos conocido, el Biscayne Habor.
Biscayne Boulevard es una especie de emblema de Miami. Nace en el centro de la ciudad cuando, luego del puente, Brickell Av gira hacia la bahía y toma el nombre de Biscayne. Desde allí cruza toda la ciudad de sur a norte hasta convertirse en la Federal Highway en la entrada de Broward County, justo después de Aventura.
Regreso al Marenas para trabajar un rato y preparar una de mis comidas congeladas: hoy, fettuchini Alfredo.
La cama es cómoda y el dormitorio está equipado con un LCD más grande que el del living. El gran ventanal me permite ver las luces de Collins, mientras trabajo en un escritorio con conexión wifi gratuita. Veo “House of Cards” en la compu por el servicio de Netflix y empiezo a imaginar el día siguiente, ya con agenda armada.
En el límite sur de Sunny Isles se abre una amplia zona verde que sobre el oeste linda con las aguas de la bahía y sobre el este, cruzando Collins, llega hasta el mar. Se trata del Haulover Park que incluye, por supuesto, la playa -parte de ella apta para el nudismo- áreas para hacer picnics y pasar el día, deportes acuáticos, un campo de golf de nueve hoyos, áreas para hacer parasailing en la bahía y hasta un lugar en donde los domingos se realizan distintas ferias desde gastronómicas hasta flea markets.
De la mano de la oficina de turismo de Sunny Isles estoy invitado hoy a pasar el día aquí. En casos como éste uno comprueba la importancia que en Estados Unidos siguen teniendo los parques públicos. En ellos la gente dispone de todos los servicios necesarios como para pasar un día divertido al aire libre, como baños limpios, duchas o las parrillas para hacer un asado. Hallouver pertenece a esta clase de espacios públicos. Desde que se deja el auto en el estacionamiento hasta que uno regresa allí para irse, dispone de todas las comodidades para disfrutar en familia o con amigos.
Arrancamos en la playa, salpicada de las típicas “beach towers” y de cientos de sobrillas de colores que dan la idea de que aquí no hay concesionarios sino que cada uno viene con sus propias cosas: las sillitas, las lonas, las heladeritas y, por supuesto, las sombrillas.
Es notable el respeto que hay para las zonas en donde el traje de baño es opcional. En esa área de la playa también hay familias, gente mayor, por supuesto también jóvenes, parejas, grupos de amigos pero no hay exhibicionismo, ni mal gusto. Mucha gente incluso mantiene el traje de baño, o muchas mujeres, por ejemplo, hacen topless pero no se quitan la parte de debajo de la bikini. Pero lo que es notorio es un clima en donde nadie juzga al otro.
Comemos un asado a la sombra de unos manglares justo al lado del faro de Haulover Park y compruebo como esta tradición tan nuestra se replica aquí con las mismas ventajas adicionales: charlar un rato, intercambiar historias y lograr que uno se haga de amigos inmediatos entre gente que ve por primera vez. La gente de la Oficina de Turismo nos cuenta el mal momento que vivió Sunny Isles con la crisis inmobiliaria de 2008 y cómo se cayeron en picada los precios de las propiedades. Sin embargo el impulso se mantuvo y hoy la mayoría de ellas recuperó los valores de antes de la caída de Lehman Brothers y la tendencia a construir se mantiene. Sin ir más lejos, Porsche está construyendo una nueva torre justo al lado del Marenas.
La tarde es deportiva y entre las opciones que disponemos elijo jugar una ronda de golf. La cancha es bastante simple, de 9 hoyos, par 27. Los bunkers de arena son las mayores acechanzas, pero la vuelta permite disfrutar de un paisaje que combina palmeras, las aguas calmas de la bahía y el perfume a pasto recién cortado.
Cualquiera que venga por aquí puede jugar. El starter dispone de todo lo necesario para el jugador que no disponga del equipo: palos, pelotitas y hasta carritos, están en alquiler en el mismo sitio en que se paga el fee.
Regreso al Marenas y trabajo un poco en el balcón viendo como cae la tarde y las luces le van dando vida a las ventanas de los edificios y Collins se ilumina con las luces de los autos. Me detengo en el orden del tránsito: todo el mundo es paciente, cede el paso, respeta las señales. La avenida no es tan amplia aquí y hay muchos autos. Muchas veces el tránsito se hace lento. Pero nadie se sale de su lugar y todo el mundo espera hasta que la fluidez se recupera.
Hoy voy a conocer un mercado muy particular en donde también se puede comer o tomar café. Se trata del Epicure Market, un mercado gourmet de productos frescos, desde frutas y verduras hasta quesos, fiambres, vegetales orgánicos, frutos de estación, artículos artesanales y carnicería.
También se puede llevar comida hecha para comer en casa o almorzar o cenar allí mismo con un menú muy completo y diverso. Está abierto todo el día, así que no es raro ver aquí, por las mañanas, gente desayunando mientras lee el diario en las mesitas con sillas de esterillas del exterior o, por la tarde, ver a gente tomando un café o saboreando algún dulce.
Ceno unas quesadillas muy bien hechas y de una medida justa. Las quesadillas son el típico plato que tiene un punto mágico más allá del cual resulta exagerado. Aquí le encontraron ese límite y se han cuidado bien de no pasarlo.
El amanecer sobre el océano es un espectáculo en sí mismo. Desde el balcón en el piso 14 del Marenas veo esa bola de fuego, ya unos “metros” por encima del horizonte tirando sus rayos sobre el agua celeste. Las olas calmas bañan la arena intacta y apenas cruzada por las huellas de algún corredor madrugador.
En un rato empezará la ceremonia cotidiana de los “beach boys”, ordenando las reposeras como si llevaran ese mapa dibujado permanentemente en la cabeza: primero una hilera luego la otra, hasta que quede completa la infraestructura de comodidad para los adoradores del sol.
Las sombrillas azul brillante le darán un tono especial contrastando con el blanco de la arena y engamándose con el turquesa de las aguas.
La gente se apura para reservar sus lugares y desde muy temprano veo como bajan con algún libro, toallas o zapatillas para asegurarse sus reposeras en las primeras filas.
Hoy tengo planeado visitar el muelle de Sunny Isles. Un lugar imperdible que aquí se conoce como Pier 47. Reconstruido hace más o menos un año y medio, cuenta con un restó en la entrada y a continuación se adentra en el mar unos 200 metros, desde donde se puede pescar y observar los magníficos edificios de Sunny Islands desde la costa. El muelle está muy bien conservado, es seguro y es un lindo paseo para la familia.
Los pelicanos del sur de la Florida han elegido este lugar para vivir. Se los puede ver volando con su magnífica envergadura, como si fueran terodáctilos modernos, lanzándose en picada al mar en busca de su alimento. Tienen distintos lugares en el muelle para posarse, siempre buscando algún poste o estructura de madera porque es muy raro verlos tocar tierra.
La playa que rodea el muelle es amplia y blanca y por la noche se arma un buen clima. Aprovecho para comer en el restaurante que inauguraron con la remodelación. Buena carta y un servicio muy amable. Hay una gran variedad de platos con frutos de mar y los mariscos son especialmente recomendables.
Por la tarde visito lo que en tiempos de la Convertibilidad fue una pequeña villa argentina: Bal Harbour. Hoy, a pesar de que aún existe el pintoresco “Santa Fe” -un lugar que vende café, medialunas, alfajores y distintas cosas típicas de la Argentina- ya no existe ese fervor justificado por conseguir ropa de primerísimas marcas a precios artificialmente regalados.
De todos modos el lugar sigue siendo muy lindo para recorrer y hay excelentes restaurantes -como Makoto, Carpaccio, J&G Grill o The Grill at Bal Harbour- y tiendas como Neiman Markus y Saks Fifth Avenue que, aunque uno no compre nada, siempre es un placer recorrer.
De regreso en el Marenas, elijo tomar una cerveza en la terraza del bar que da sobre la piscina y la playa. Está cayendo la noche y el mar empieza a convertirse en un enorme agujero negro. Las luces sobre la arena le siguen dando vida a la playa, pero para el gran espectáculo del horizonte abra que esperar hasta el otro día.
Hoy invité a comer a un amigo argentino que vive aquí en Miami con su familia hace 12 años. Vamos a cocinar la entraña marinada en unos pimientos que compré en el Epicure Market. En el Publix compré un Catena Zapata y Kike me avisó que trae helado. Por un instante tuve la sensación de que también llevo mucho tiempo viviendo aquí, ahora con unos días de vacaciones. Son las delicias de poder vivir no en un hotel, sino en tu propio departamento y disponer de tus propios tiempos, de tu propia comida y de tus propios amigos, como si estuvieras en casa.
Esa es la sensación que te trasmite el Marenas que te mima con los servicios de un hotel pero que deja que hagas la tuya en todo lo demás. Después de todo no habría mejor combinación que llevarse con uno mismo la propia casa de vacaciones.