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Lleno de paradojas y contradicciones

Hace 45 años, en un restaurante de Washington DC, el economista Arthur Laffer tomó una servilleta (de género) y garabateó un eje de coordenadas con una curva. Sin saberlo, estaba dando origen a la que probablemente sea la curva más famosa en materia económica: la curva de Laffer.

El economista le entregó esa servilleta al entonces presidente Gerald Ford y hoy, tal cual fue escrita, se conserva en la Biblioteca Presidencial Ford de esa ciudad.

El eje de coordenadas demuestra cómo, pasado un punto de presión fiscal, el Estado, al aumentar los impuestos, recauda menos, no solo de lo esperado, sino que probablemente menos que antes del aumento. 

Para todo aquel que haya leído “La Acción Humana”, de Ludwig Von Mises, probablemente el hallazgo sea una perogrullada: los seres humanos responden, efectivamente, a estímulos, no a órdenes, por lo que si la ley ordena tomar dinero del bolsillo de los particulares éstos tendrán el estímulo a conservarlo por otro lado (consumiendo menos, gastando, menos, invirtiendo menos, etc). Eso genera un volumen de actividad económica menor y como, en última instancia, el Estado “vive” de la actividad económica, terminará recibiendo menos que antes del aumento de la presión tributaria.

En economía teórica hay una regla para hacer análisis en los papeles llamada -según sus términos en Latín- “caeteris paribus”, que quiere decir, más o menos, llegar a un resultado por la vía de modificar una variable, en tanto todas las demás se mantengan estáticas o sin cambios.

Ese es, justamente, un análisis teórico. Lo que la escuela austríaca de economía le agregó a la ciencia económica es la consideración de la “acción humana”.

En efecto, lo que sucede en una sociedad es el resultado de millones de decisiones espontáneas y estudiadas de otros tantos millones de seres humanos que responden a un estímulo.

La más formidable maquinaria para emitir señales de estímulo es la ley. Cuando los seres humanos advierten los efectos de una determinada ley entonces actúan en consecuencia. Esas conductas solo son predecibles en parte. De allí la maravilla de vivir en una sociedad libre y no regimentada como si las personas fueran robots. 

Por eso el cálculo directo de que con la, paradójicamente, llamada ley de solidaridad y productividad se van a recaudar entre 1.5 y 2 puntos más del PBI es completamente caprichosa. Eso nadie lo sabe. Y como predijo Laffer no solo es posible que no se recaude eso, sino que se recaude menos.

La Argentina vive en una condición completamente llena de paradojas y contradicciones. Así, por ejemplo, lleva continuamente en la punta de la lengua la palabra “pobreza” (e incluso la palabra “hambre”) pero nunca nadie pronuncia la palabra “riqueza”, que, como opuesto a la pobreza, es lo  que deberíamos perseguir si queremos terminar con la pobreza. 

Lejos de esto, parece que vivimos apegados a las enseñanzas del Papa: “la riqueza es el estiércol del diablo” y la castigamos en cuanto la vemos aflorar. ¿A quién se castiga? Al más productivo ¿A quién se grava? A quien más tiene. ¿A quién se persigue (impositivamente)? A quien tuvo éxito en lo suyo. ¡Y después nos sorprendemos (y nos enojamos) porque somos pobres! ¡Si hicimos todo lo que había que hacer para serlo! ¿Qué querés que fuéramos?

Algo parecido sucede, por ejemplo, con el trabajo. Al menos de palabra, todo el mundo dice querer trabajo. Muy bien. Empecemos con otro encadenamiento de silogismos lógicos.

¿Qué se necesita para que haya trabajo? Que alguien lo genere.

¿Qué se necesita para que alguien genere trabajo? Que inicie una actividad o expanda la que ya desarrolla.

¿Qué se necesita para que alguien inicie una actividad nueva o expanda la que ya desarrolla? Capital (plata)

¿Qué quiere hacer el peronismo con el capital? Combatirlo.

Hasta podría decirse que los problemas argentinos son tan estúpidos que sería sencillo resolverlos. Solo siguiendo la lógica del sentido común medio del ser humano estaríamos ya frente a un gran avance. Pero, no: nosotros queremos probar la cuadratura del círculo porque somos argentinos y nadie nos impondrá ninguna “receta” aun cuando esa receta diga que si suelto este teclado, el teclado se irá al piso.

El país no tiene un problema económico; tiene un problema jurídico, un problema que reside en el tipo de ley que tenemos. El orden jurídico argentino prohíbe trabajar (por la vía de hacer del empleo algo carísimo), condena la productividad (por la vía de castigar al más productivo), y mata la riqueza (por la vía de confiscarla con impuestos impagables).

Por lo tanto en el país no hay trabajo, se produce poco y no hay riqueza, hay pobreza. Todo podría escribirse en una servilleta y aun así sería tan válido como la curva de Laffer.

Lo mejor para 2020!! Pese a nuestras costumbres y a nuestros políticos nacidos, criados y reproducidos en la demagogia…

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