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Dólar, historia e hipocresías.

Hay mucha gente azorada por el empecinamiento del dólar a no quedarse quieto pese a las intervenciones conjuntas de Bausili y Scott Bessent.

Me pregunto cuál es el motivo de la sorpresa. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que una sociedad temerosa de que gane las elecciones de medio término una fuerza que pone en peligro la vigencia del derecho de propiedad no vaya, justamente, a tratar de cubrirse todo lo que pueda para que no le saquen lo que es suyo?

Porque si partimos de lo que realmente se enfrenta en estas elecciones (como en muchas otras de la Argentina), la reacción de los “mercados” es la más normal del mundo: si te dicen que van a gobernar el coronavirus y el sida juntos, lo más lógico es que trates de vacunarte previendo que el virus te pueda venir a buscar.

Tener en claro estas reacciones de la gente sirve también para demostrar lo simple que es ver lo que se pone en juego aquí. Porque cuando, efectivamente, removemos toda la hojarasca que empasta el escenario y que confunde los términos de la real discusión, lo que queda es eso: un enfrentamiento entre fuerzas que defienden, una un orden jurídico que garantice a como de lugar el derecho a la propiedad privada y otra que pretende profundizar un esquema en donde la propiedad privada sea confiscada o muy severamente regulada por una nomenklatura estatal integrada por… adivina adivinador: ¡Siiiiii…! ¡Ellos mismos!

Cuando Milei habla de la línea que divide a los que estamos del lado de las “ideas de la libertad” y a los que están del lado del colectivismo, parece que hace referencia a cuestiones “grandes”, alejadas de la diaria de la gente. No: no hay nada más “diario de la gente” que la propiedad de lo que es tuyo. Y el enfrentamiento es entre una concepción que defiende un tipo de orden jurídico que te asegura esa propiedad y otro que, no solo la pone en riesgo, sino que te la viene a robar.

Este temor es lo que mueve a las personas a tomar decisiones de cobertura. Porque más allá de los que puedan ser las posturas románticas de muchas de esas mismas personas, cuando llega la hora del bolsillo propio todo el mundo dice “todo muy lindo con el verso de la igualdad y de la justicia social pero, lo mio es mio”.

Claramente, los primeros que dicen (y hacen) eso son los profesionales de la igualdad y de la justicia social que se suben al banquito del Che Guevara para lanzar consignas revolucionarias, pero después cobran dos jubilaciones de privilegio, fuerzan las disposiciones de la ley para cobrar compensatorios por desarraigo diciendo que viven donde no viven y tienen una fortuna que nadie puede calcular muy bien a pesar de que, a esas personas, no se les conoce un solo trabajo privado exitoso a lo largo de toda su vida.

Esta profunda hipocresía campea por doquier en la Argentina. Desde personajes que critican todo lo que huela a norteamericano pero se zambullen de cabeza en el primer Apple Store para comprar la última versión del iPhone, hasta los que, muy sueltos de cuerpo, te dicen “yo con mi yugo hago lo que quiero” olvidando que si las ideas que ellos defienden se impusieran total y definitivamente no habría derecho de propiedad individual sobre el fruto del yugo propio.

Entonces, del sistema que defiende la propiedad privada te gusta la parte que te permite decir que algo es tuyo pero la parte de las responsabilidades, el mérito, la recompensa diferenciada según el esfuerzo, la seriedad en el manejo de los fondos públicos y la honestidad, esa parte no te gusta tanto o la haces pasar como un “sistema desigual preparado para defender a unos pocos”.

Resulta obvio que no se puede vivir preso de semejante incoherencia o con un “sí pero” permanente. Y no se puede vivir porque cuando los ciudadanos comunes (“los mercados”) asisten a ese espectáculo corren desesperados a buscar un paraguas de cobertura en previsión de que llegues vos para asegúrate TU propiedad al tiempo que les robas la de ellos.

Los sistemas más o menos colectivistas, que promueven distintas variantes de redistribución dirigista del ingreso (es decir en donde es el Estado -y no los ciudadanos privados- el que decide quién gana y quién pierde) SIEMPRE suponen una u otra forma de robo.

Instalados en el poder, ellos logran disfrazar ese robo (es decir la apropiación de riqueza generada por otro) mediante el plasmado en la ley de esas exacciones vía impuestos confiscatorios que le impiden a los que generaron la riqueza real disfrutar del fruto de su trabajo, de su creatividad, de su invento, de su innovación o de su audacia. 

Cuál es el fundamento para llamar a eso un sistema “socialmente justo” cuando por la aplicación de ese sistema el que hizo posible que la riqueza existiera no puede disfrutar de su producido, no lo sabemos. Pero así están planteadas las cosas.

¿Hay algo más injusto que arrancarle el fruto del yugo a quien se lo ganó legítimamente? Pues claro que no. Es más, es precisamente ese el argumento que utilizan los que fogonean la instalación de un sistema colectivista (siempre PARA LOS DEMÁS) cuando le cuestionas, por ejemplo, que les guste viajar por el mundo: “yo con mi yugo hago lo que quiero”, te responden, quizás sin reparar la profunda naturaleza capitalista que tiene esa respuesta.

Es obvio que uno se los recrimina no por envidia sino porque aplicando los principios de su propias convicciones ellos NO PODRÍAN HACER LO QUE QUISIERAN “CON SU YUGO” porque el fruto de ese yugo debería ir a una “bolsa” común que el jerarca estatal va a repartir (teóricamente) de modo igualitario entre los ciudadanos, hayan participado o no del “yugo”.

Si los Santucho, los Firmenich y los Taiana de los ‘70 hubieran ganado aquella guerra civil, ¿ustedes creen que ellos serían pobres como un campesino cubano de hoy o ricos como Raúl Castro?

Entonces, hacerse el revolucionario con la plata de otro es fácil. Lo difícil es meter la mano en el bolsillo, atornillar guita propia a un determinado orden jurídico y tratar de que la guita que haga con esa apuesta supere a la guita que puse. Eso es lo difícil.

Ponerse el traje de político para camuflar mi verdadera naturaleza delincuencial (que consiste en robar con la fuerza de la ley la riqueza que generó otro) es facilísimo. Ser un hipócrita para que MI PROPIEDAD quede a resguardo de mis propios ataques, también. 

Lo difícil es impedir que frente a toda esa asquerosidad la gente no intente protegerse. Aun cuando desde las fuerzas del cielo bajen Milei, Trump, Bessent, y la mar en coche para decirte: “quédate tranquilo que todo va a estar bien”.

La Argentina tiene una larga historia de desencantos como para que esas inocencias puedan ser reclamadas.

Por Carlos Mira

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One thought on “Dólar, historia e hipocresías.

  1. Eduardo Barreira Delfino

    Los ultimos 80 años de la Argentina, demuestran que los predicadores de la justicia social y de la solidaridad con los desposeidos, son los que se ubican arriba de la puramide social; no los de abajo a quienes desprecian.

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