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Siempre el mismo culpable

Parece mentira que hasta las calamidades nos hagan dar cuenta del tipo de mentalidad en la que hemos caído.

En efecto, el drama de coronavirus nos permite escuchar el tipo de razonamiento de la autoridades y eso, a su vez, nos permite sacar una serie de conclusiones sobre el punto al que hemos llegado como sociedad.

El presidente Fernandez se ha referido en varios pasajes de sus intervenciones, con motivo de la pandemia, a los “especuladores” y a los “vivos”.

Lo ha hecho en particular respecto de aquellos que producen y ponen en el mercado el alcohol en gel y los barbijos y lo ha hecho tratándolos poco menos que como delincuentes.

La sociedad a su vez ha absorbido ese mensaje como un karma verdadero: los innombrables industriales y comerciantes que especulan con la necesidad e incluso con el padecimiento ajeno.

Fernández adelantó que aplicará las medidas coercitivas que considere necesarias, entre ellas la de retrotraer los precios y la de imponer precios máximos.

Resulta obvio que el presidente no tiene un adecuando conocimiento sobre cómo funcionan los más elementales mecanismos económicos. La economía no es muy difícil si uno decide no rebelarse contra el más escencial de los sentidos comunes. En cambio, sí entra a patalear cuando uno le presenta batalla.

Yendo por el lado sencillo, los precios son directamente proporcionales a la demanda e inversamente proporcionales a la oferta. Eso quiere decir que a más demanda, más precio y a más oferta, menos precio. Es una ley de hierro. Nadie puede salirse de ella a menos que quiera emprenderla con bayonetas contra la libertad.

A los precios no les interesa el motivo por el cual aumenta la demanda o la oferta: solo responden subiendo o bajando conforme se comporten aquellas.

Muy bien, por el coronavirus ha subido la demanda de alcohol en gel y barbijos y eso ha disparado los precios. Uno puede ponerse a zapatear arriba de una mesa como un chico caprichoso contra ello, pero el hecho es ese: los precios de cualquier cosa aumentarán si aumenta su demanda.

Frente a este hecho irrebatible de la realidad económica el presidente podría haber hecho dos cosas: una compatible con la libertad y otra compatible con nuestra mentalidad destruida por el populismo y el fascismo. Obviamente decidió hacer esto último.

De allí que salió a culpar al sector privado por el aumento de los precios, calificando públicamente como “canallas” a quienes producen y venden esos productos. La gran mayoría de la sociedad comparte este criterio. Siempre el sector privado es el “canalla”. Siempre el único sector productivo del país, el que agrega valor, el que inventa, el que innova, el que produce, el que trabaja, es el canalla. El parásito nunca es el canalla. 

El sector público, que siempre sale en la foto para meterle la mano en el bolsillo a la gente que trabaja, nun ca es culpable de nada y, desde ya, nunca debe contribuir con nada para mitigar un mal que le toca a todos.

Si el presidente entendiera el funcionamiento económico, en lugar de aparecer como un cócoro demagogo tratando de canalla a quien trabaja, podría haber hecho una contribución a que los precios del alcohol en gel y de los barbijos bajen  dramáticamente. Y podría haberlo hecho de un modo sencillo sin atentar contra las libertades individuales y sin esgrimir ninguna amenaza de barricada.

Por el simple expediente de bajar los impuestos a cero de esas actividades el presidente habría dado un enorme impulso a la oferta. Y como los precios son inversamente proporcionales a ella, al subir la oferta los precios habrían bajado.

Ahora bien, calculen lo podrido que debe estar nuestro sentido común medio que a nadie en la sociedad civil se le ocurrió salir a calificar de “canalla” al sector público porque no baja los impuestos. Para los argentinos el Estado, el sector público, siempre es un santo; todo lo que hace esta bien. Ahora cuando haya algo que no guste, no hay dudas que los culpables son los ciudadanos individuales, las personas que  trabajan y que pagan salarios. Es así. Está escrito en piedra: siempre el malo de la película es el sector privado, y allí vendrá el Estado santo a poner las cosas en su lugar a fuerza de rebencazos.

Lo peor de todo esto es que sirve para poner de manifiesto lo ignorantes que somos, no ya de la economía más sencilla, sino del funcionamiento de la naturaleza humana.

El funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda no ha sido establecido por ningún legislador. Eso de que se la llame “ley” no quiere decir que haya pasado por las sacrosantas manos del Estado y haya recibido el sello oficial de ningún legislador. 

El funcionamiento de la ley de la oferta y la demanda está escrito en las estelas del cosmos. Es como la ley de gravedad. No hay Cristo que pueda rebelarse contra ellas. El Estado podrá embestirlas con todo su ejército de fachos, usando su fuerza bruta y sus amenazas y todo lo que conseguirá es el desabastecimiento (en el caso de la ley de la oferta y la demanda) y que las cosas se estrellen contra el piso (en el caso de la ley de gravedad)

Pero los argentinos seguimos creyendo que el hijo de puta es el sector privado y que el santo es el Estado. Seguimos creyendo que el delincuente es la víctima y que el inocente es el victimario. Seguimos creyendo que el canalla es el productor y que el “bueno” es quien lo esquilma. Lo tenemos internalizado. Setenta años de populismo fascista nos han formateado la cabeza para que nuestros primeros pensamientos sean esos. Nuestro espíritu esta vestido con las ropas de la demagogia y de allí solo saldrá la pobreza y la miseria.

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