
Muchos dicen que las “ideas” que Osvaldo Zubeldia trajo al fútbol solo podrían haber surgido en la Argentina. Para los más jóvenes, digamos que Zubeldia fue un técnico de Estudiantes de la Plata de finales de la década del ‘60 que creó una escuela de fútbol para impedir jugar al fútbol.
Exprimiendo el reglamento al límite, llegando al mismísimo límite de lo permitido (y muchas veces ultra pasándolo, pero ensuciando de tal modo el entorno que no era posible distinguir quien había infringido la ley) haciendo tiempo, simulando faltas, encontrando lagunas reglamentarias para filtrar trampas, Osvaldo se proponía sacar ventajas.
Poner nerviosos a los rivales -que procuraban jugar según las reglas limpias- sacarlos de quicio, explotar en su propio beneficio ese ambiente revuelto, eran también parte de la estrategia.
El hecho de que algunos digan que esa “escuela” no podría haber nacido en otro lugar que no fuera la Argentina tiene que ver, seguramente, con el hecho que el país tiene, efectivamente, una cuestión irresuelta con la trampa y con la vigencia puritana de la ley.
La aparición de Cristina Fernández de Kirchner ayer -utilizando ilegalmente las oficinas públicas del Senado para referirse a un caso judicial que la involucra privadamente a ella pero no a las instituciones de la República- tuvo un giro indudablemente “zubeldiano”.
La teoría de salir a enchastrar todo e incitar a la violencia callejera se parece mucho a la táctica de ensuciar los partidos a la que era tan afecto Don Osvaldo.
Resultó particularmente patético ver y escuchar a la señora de Kirchner echar loas al peronismo, al tiempo que pretendía extender lo que ella considera una persecución a todo el “Movimiento”, después de que los mandara a suturarse el orto y de que se supiera que ni se le pasaba por la cabeza poner un peso para el monumento a Perón, al que consideraba “un viejo de mierda”: ¡Resultan increíbles los milagros que puede obrar el temor!
Cristina Fernández de Kirchner eligió no defenderse en juicio. La pantomima que protagonizó ayer para “ensuciar el partido” bien podría haberla desplegado cuando estaba abierto el período de prueba.
No lo hizo quizás con la estrategia de no legitimar el proceso. Ahora cuando el juicio está por concluir elige esta fantochada para “hacer tiempo” y “embarrar la cancha”. Zubeldía en estado puro.
No sería descabellado pensar que está usando esta oportunidad a su favor para volver a generar una épica electoral que radicalice a la sociedad y le de una posibilidad política el año que viene, cuando todos los demás ingredientes que suelen pesar en una elección le dan mal o muy mal.
Estrangulada por la pésima performance económica y social de quien ella puso para que se hiciera cargo del gobierno, podría tranquilamente echar mano de las técnicas de Zubeldia para sacarle agua a las piedras.
Si bien contaba con buenos jugadores, aquel Estudiantes de Zubeldía, era bastante menos que muchos de los otros equipos: jugando limpio nunca podría haber llegado donde llegó.
Fue el amañamiento de las reglas, el forzar los fallos en base a simulaciones lo que equiparó las fuerzas de su equipo con las del resto.
Hoy el peronismo kirchnerista, camporista, cristinista tiene todos los números para perder si las reglas fueran limpias. Muchos de sus referentes, empezando por Cristina Fernández de Kirchner, deberían estar ya en la cárcel si el juego limpio imperara.
Si esa fuerza aún está viva y con aspiraciones de competir es porque una aplicación sistemática de las reglas que Zubeldia trajo al fútbol fueron trasladadas a la política y al manejo de los actos públicos.
Esa táctica ha podido prender en el país porque la Argentina tiene una cuestión con el fair play. Del mismo modo que un Zubeldia solo podía haber nacido aquí y haber tenido éxito aquí, el peronismo kirchnerista solo puede ser identificado, como fenómeno político, con la estructura mental argentina, completamente permeable a la trampa, al juego sucio y al embarre de todo lo que de otro modo estaría limpio.
En ese lodo indescifrable, en esa mierda esparcida por todo el “campo de juego” el público no distingue a los limpios de los sucios.
Estudiantes no quería jugar bien. Quería ganar. Del mismo modo, Cristina Fernández de Kirchner no quiere ser inocente (de hecho nunca gritó su inocencia, ni amagó probarla): ella quiere ganar; ganar y retener el poder para seguir robando.
Si para eso tiene que “pudrir” el partido, lo va a pudrir.
No le importa confesar que su Secretaría de Inteligencia escuchaba a medio país (para tener más armas para ensuciar los partidos), no le importaría admitir, incluso, que su gobierno era corrupto si logra convencer que los demás también lo eran, igual que Don Osvaldo era capaz de perder por expulsión a un jugador propio si, en la revoleada, podía hacerle perder un jugador también al adversario.
Del mismo modo que aquellas sucias estrategias del fútbol abrieron una grieta nunca más cerrada en las discusiones del fútbol argentino, Cristina Fernández de Kirchner no duda en echar leña al fuego de la división peronista-antiperonista (a pesar de las trágicas consecuencias que ello podía traer) para ganar el partido.
Mientras el país está sufriendo recortes en el presupuesto público (¡ojo!: totalmente necesarios) de todo orden en materia económica y social (educación, salud, programas sociales, etcétera), la señora despliega esta bomba de humo para que la militancia se coma en silencio este sapo “neoliberal” que, por mucho menos, selló la suerte de Ricardo López Murphy como ministro de Fernando De La Rua.
Zubeldia era capaz de generar bombas de humo también: esas simulaciones le permitían sacar ventajas por otro lado.
Es una ironía que Cristina Fernández de Kirchner, simpatizante de Gimnasia y Esgrima de La Plata, reproduzca casi 60 años después y en un terreno tan diferente al fútbol, las técnicas de un ídolo de Estudiantes de la Plata.
Pero, como ella misma dice, todo tiene que ver con todo.