La Argentina tuvo ayer el mal gusto de poner en el aire una cadena nacional de hecho de la vicepresidente Cristina Fernández desde La Plata, donde habló ante la mirada obediente del enano marxista, el gobernador de Buenos Aires, sobre la salud de los argentinos.
Comenzó, siguiendo su inveterada costumbre de culpar a todo el mundo excepto a sí misma, hablando de los “países” que acapararon vacunas, acusándolos de que lo que ganaron no es “libertad” (la pronunciación por su boca de esa sola palabra resulta repugnante) porque no compartieron esos inmunizantes con los demás.
Parece que a la “señora” no le dio el cuero para nombrar con todas las letras a los Estados Unidos de América y prefirió recurrir a esa insidia de baja estofa que consiste en lanzar acusaciones ponzoñosas usando indirectas.
Muy bien, aquí queremos simplificarle el camino, “señora”: si, Estados Unidos usó las cuatro vacunas que desarrolló en tiempo récord (para las que invirtió cientos de miles de millones de dólares) vacunando primero a gran parte de su población. ¿Qué esperaba usted que hiciera? ¿Que se las regalara a usted?
No obstante, un laboratorio de ese origen privilegió a la Argentina asegurándole 14 millones de dosis que usted rechazó por razones que aún desconocemos y que lo que más le convendría que pensemos es que fue por razones ideológicas, que, aunque aberrantes, serían las que la dejarían mejor parada frente a cualquiera de las alternativas.
Más aún, cuando consideró tener una base de inmunidad en su propio país, el presidente Biden donó 500 millones de dosis Pfizer a países pobres. ¿Qué hicieron sus socios del “Estado presente”, señora? ¿Cuál de ellos donó una puta vacuna?
Luego de haber cumplido con su capítulo de echarle culpas al mundo, la “señora” se ocupó de nosotros.
Allí se encargó de decir que muchos de los fallecidos habían muerto porque no quisieron vacunarse, en otra mano de bleque para alguien que no es ella, ni ellos. Siempre la culpa afuera.
Pero no se dio por conforme con eso. Acto seguido dijo que eso había ocurrido porque los medios le habían dicho a la gente que la vacuna era mala. ¿Dónde se ha visto eso? ¿Qué operativo mancomunado de la prensa existió para decirle a la gente que no se vacune? Respuesta: ninguno. Solo en la afiebrada y enferma mente de la “señora” puede haber germinado semejante dislate.
Los medios reclamaron las vacunas que los vacunados VIP se robaron; los militantes que llevan tatuado su nombre. Esos cerebros quemados por tanto resentimiento que, cuando fue el momento de poner el brazo ellos, aunque fuera fraudulentamente, lo hicieron, como el propio Procurador del Tesoro, el maoísta, soldado de los Kirchner, Carlos Zannini que, encima, tuvo el tupé de decir que la gente como él y Verbitzky era “tan importante que la sociedad debía protegerlos” por lo que no solo no estaba arrepentido de haber fraguado su declaración como personal de salud sino que debía haberse sacado una foto al momento de vacunarse. Tanta impostura da asco.
Todo esto bajo el manto increíble de decir que “no debemos usar la pandemia como un elemento político”. ¿Perdón? ¡Pero si eso y no otra cosa es lo que hicieron usted y los suyos desde que comenzó todo esto!
Finalmente no iba a desperdiciar la oportunidad para fijar una vez más sus ojos sobre una caja millonaria: la de la salud prepaga.
Bajo el eufemismo de “repensar un sistema integrado de salud”, Fernández insinuó con pelos y señales lo que ya sugirió en un documento de hace un tiempo su careta preferida -La Cámpora-: la estatización de la medicina privada.
Si bien en ese terreno se puede dar la paradoja de que encuentre la horma de su zapato en los compañeros sindicalistas cuando intente robarle las cajas de las Obras Sociales, el solo hecho de insistir sin ningún escrúpulo en ir a robar la organización que los argentinos previsores de su salud construyeron en los últimos 50 años, es un dislate propio de una desquiciada.
Encima lo hizo con ese aire doctoral de engolamiento impostado y barato desde el que dio a entender que el sistema privado de salud poco menos que estaba “pidiéndole la escupidera” al Estado, cuando todo el mundo conoce las diferencias de prestaciones entre uno y otro.
Y cuando digo “todo el mundo” empiezo naturalmente por ella que cuando tuvo que operarse no fue a un hospital público sino a la Fundación Favaloro y que, cuando tuvo que internar a Florencia, hace unos días, eligió el Sanatorio Otamendi, no alguno de los muchos hospitales bautizados Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, muchos de los cuales ni siquiera han sido terminados.
El kirchnerismo avisa. Siempre lo hizo. Esta no es la excepción. Identificó un dineral remanente y ya lo tienen entre ceja y ceja.
Si los argentinos no detienen este dislate. Cuando quieran reaccionar no tendrán nada: la hydra nacional socialista se habrá llevado todo puesto.