Ayer comentamos aquí mismo el choque en la Argentina de dos concepciones que nacieron con el país y que aun hoy continúan vigentes como el primer día.
Una de esas corrientes, recordamos, considera que lo único verdaderamente argentino es el gaucho y su cultura. A caballo de esa idea madre se montan otros elementos que cancelan todo lo que no tenga las características que coincidan con ese patrón fundante, a saber, “lo popular”, “la causa de los pobres”, “lo nacional”, la condena al “cipayo”, “la superioridad moral de los que menos tienen”, etcétera.
Esta concepción nunca rechazó el uso de la violencia para intentar aplastar a la otra corriente (que ayer personificamos aquí en la figura del “señorito” y que muy a trazo grueso digamos que defiende la integración internacional de la Argentina, la defensa de la libertad como herramienta de progreso, la educación como mecanismo de ascenso social, el mérito como estímulo del cambio y el comercio libre como canalizador de la riqueza) y en muchas etapas de la Argentina forzó una lucha a muerte para acabar con lo que ella misma define como “enemigos de la patria”.
(Solo para no ser tildado de inocente introduzco aquí -antes de seguir con el comentario- un párrafo para aclarar que tengo perfectamente claro que, aunque quizás en el origen haya habido rasgos de sinceridad en las creencias de esta concepción “nacionalista”, a poco de andar los años la misma fue identificada como un verdadero negocio por hipócritas y demagogos de la política que adoptaron el verso del nacionalismo para acceder al poder y volverse millonarios ellos, mientras provocaban un estrago de miseria entre aquellos que, paradojicamente, deberían ser los destinatarios de sus preferencias).
Dicho esto, está claro que el último capítulo de violencia pública que la corriente “nacionalista” desplegó en la Argentina para intentar aplastar a la corriente que ayer llamabamos “mundialista” (porque consideramos que la característica principal que destaca a esa concepción es la integración de la Argentina al mundo, adoptando, básicamente, los patrones y programas de vida que son mayoritarios en el mundo libre) fue la guerra de guerrillas de los ’70.
(Nótese aquí una sugestiva particularidad que confirma y refuerza la idea de que durante toda la historia argentina las fuerzas enfrentadas siempre fueron las mismas: por un lado, las que se arrogaban ser “el pueblo pobre” y, por el otro, las que creían encarnar la modernidad. En efecto, no parece raro en ese contexto que una de las organizaciones terroristas de los ’70 llevara el nombre de “Montoneros” que deriva, obvimante, del nombre que llevaban las turbas de bandoleros que constituían las fuerza de choque de los caudillos, los primeros que, claramente, enarbolaron el primer verso populista que conoció la Argentina).
Así entonces, la interpretación que se hiciera de los hechos de los ’70 sentaría un mojón importante en la guerra cultural que también se mantenía con el “mundialismo”. No hay duda que en esa guerra, la batalla por la interpretación histórica de los hechos de los ’70 era la más importante.
Muy bien: el “nacionalismo” ganó esa batalla. Logró imponer, en efecto, una interpretación según la cual quienes se sublevaron con armas y violencia (incluso en democracia) en los años ’70 fue un conjunto de jóvenes que quería defender la verdadera argentinidad contra la extranjerización, que venían a poner el pecho por los desposeídos en contra de los grandes capitales explotadores y que se jugaron la vida para defender a la patria contra aquellos que querían venderla.
Ese ralato también logró instalar que los partidarios del “mundialismo” fueron a buscar a los militares para que enfretaran a aquellos idealistas populares hasta aniquilarlos sin dejar huella, en un genocidio producido a partir del uso de los recursos del Estado.
Toda la instrucción pública de todas las generaciones que se educaron en democracia después de 1983 recibió este mantra. El mantra se ha consagrado hasta hoy como una verdad indisputable.
Ayer también asemejamos esa división tajante entre “nacionalistas” y “mundialistas” -con la que el país nació en su mismísimo origen- con una falla geológica que produce movimientos tectónicos violentos e inesperados.
Los movimientos de los “mundialistas” hasta ahora siempre han sido vergonzantes porque la mayoría de las veces quienes los protagonizaban eran conscientes de que culturalmente representaban una minoría.
Sin embargo, parecería que esas verdades instaladas comienzan a ser sometidas (quizás por primera vez en los tiempos de la democracia recuperada desde 1983 hasta hoy) a un desafío nuevo y, en muchos sentidos, inesperado y hasta “improcesable” por los “nacionalistas”. (Digo “improcesable” en el sentido de que muchos de ellos ni siquiera pueden creer que la verdad que habían logrado instalar después de tanto machacar, esté siendo sometida a un desafío).
Ayer en la Legislatura porteña, Victoria Villarruel, la candidata a vicepresidente deLa Libertda Avanza convocó a una reunión de conmemoración y recuerdo para las víctimas inocentes que murieron víctimas de la guerrilla terrorista en los ’70, particularmente durante el período democrático que corrió entre 1973 y 1976.
Si bien ha habido manifestaciones públicas en el pasado que intentaron recordar esas muertes, la vorágine de la narrativa oficial las sepultó y el eventual ruido que pudieran haber causado quedó ensordecido por la ruidosa cantinela del relato.
Esta vez no. Esta vez, Villarruel logró captar la atención pública de todos (por la vía de plantar su acto nada menos que en un foro legislativo oficial) y forzó a que las fuerzas perennes del “nacionalismo” aparecieran para repudiarla a cara descubierta y casi provocando que tuvieran que admitir que estaban allí para defender asesinos. No importa que el “nacionalismo” no llame “asesinos” a quienes matan “mundialistas”: Villarruel logró instalar la idea de que los “mundialistas” son personas y en tanto otros los maten, esos otros son asesinos, no importa que, antes de eso, se hayan envuelto en la bandera del “pueblo”.
El dato saliente aquí es que Victoria Villarruel no es cualquier persona. Villarruel es la candidata a vicepresidente de la Nación en la fórmula más votada en las recientes elecciones PASO.
¿Estamos aquí ante un cambio de paradigma? ¿Acaso algunas de las batallas ganadas por el “nacionalismo” empiezan a ser revertidas? ¿Lo que pasó ayer en la Legislatura, es la punta del iceberg de lo que está ocurriendo en el fondo de la sociedad que, por los motivos que fueran, se ha dado cuenta que no sirve de nada vivir bajo una mentira inútil?
Hoy las generaciones que vivieron los ’70 en una edad consciente (digamos que tuvieran en ese momento 16 años o más) tienen hoy más de 60 años. Son los testigos vivos de lo que ocurrió. Hubo muchos argentinos que también podían dar fe de lo que ocurrió que ya murieron, porque en los ’70 ya eran personas maduras. Quedan, por supuesto, los documentos históricos que demuestran lo que ocurrió. Pero su peso siempre dependerá de investigadores de buena fe que, sin haber vivido aquellos años, estén dispuestos, sin embargo, a contar lo que pasó de verdad.
Si lo que sucedió ayer puede ser interpretado (por carácter transitivo del sentido que tuvo el voto en las PASO) como una nueva mayoría que viene a desafiar el relato “nacionalista” nada más y nada menos que en el corazón de una las principales batallas de la guerra cultural que ellos creían que tenían ganada, podríamos estar, efectivamente, frente al fin de una era. Una era caracterizada por la mentira y que -como no podía ser de otra manera para lo que se basa en un embuste- profundizó la decadencia y la miseria de todos.
Muy bueno el artículo es muy bueno que la mayoría y la juventud además entiendan cual es la realidad y cuál la mentira condenando cualquier muerte por supuesto !!
Los q nacimos en el 50/51 conocemos lo q ocurrió , me parece muy bien contar objetivamente lo q paso, sin juicios de valor, solo una descripción de aquella realidad. Muy bueno el artículo !