
Quizás estemos en presencia del peor de los horizontes en la Argentina: las personas privadas se están plegando a los deseos del fascismo de modo voluntario y anticipado, incluso antes que se confirmen las órdenes del Duce.
Es lo que está ocurriendo con el bloqueo de las cuentas en dólares por parte de entidades financieras privadas que han comenzado a inhabilitar esas cuentas sin que haya una indicación expresa del BCRA.
Esto nos hace concluir que el miedo infundido por el Estado ha impactado en el sector privado de modo brutal y las personas (jurídicas en este caso) están siendo “más papistas que el Papa” simplemente para congraciarse con él o para evitar que aquel se ensañe con ellas.
Bloquear las cuentas de ciudadanos particulares porque, de modo completamente subjetivo, se decide que han transferido más fondos que “los normales” es de una vaguedad tal que podría dar pie a cualquier decisión basada en inmaterialidades muy peligrosas.
Por lo demás, estamos hablando de transferencias de U$S 200 cada una. O sea, a ver si nos entendemos: ¡doscientos dólares!
Es más, se supone que, dada esa subjetividad, algunas de esas operaciones podrían ser elevadas a la UIF como “Reporte de Operación Sospechosa” (ROS) y ser el eslabón inicial de una causa por lavado de dinero.
No hay que investigar mucho para encontrar entre estos procederes y los que aplica la República Bolivariana de Venezuela (la misma que un ofendido Víctor Hugo Morales salió a defender hoy y a cuyo gobierno un apichonado Alberto Fernández declaró “legítimo” luego de que el vocero argentino en las Naciones Unidas, Fernando Villegas, lo condenara por la violación de los derechos humanos y por la situación humanitaria y social desesperante) un parecido notable.
El nivel de reducción de derechos al que los ciudadanos están sometidos hoy alcanza ribetes nunca antes vistos en la Argentina, con la posible excepción de los que se sufrían durante la dictadura militar.
En ese sentido el gobierno del FdT capitanea una tabla de posiciones deshonrosa para cualquiera como es aquella que lista a los países en donde sus ciudadanos están sometidos a imposiciones indigeribles.
Lo que está ocurriendo con el accionar de los bancos y de las cuentas en dólares demuestra que este tipo de gobierno autoritario y fascista llega para suprimir derechos y no para ampliarlos como propagandísticamente declaran sus capitostes.
Estos gobiernos llegan para ampliar los derechos de los jerarcas que los componen pero no para proteger y cuidar los derechos civiles de los ciudadanos. Que estas operaciones que ahora los bancos objetan sean por valores risibles también da cuenta de la insoslayable e inconfundible decisión de las personas a esquivar los obstáculos a la libertad para tratar de seguir viviendo libremente.
Pero eso describe también una realidad trágica simbolizada en una lucha sin treguas entre el ingenio individual de las personas para gambetear al fascismo y la potencia de éste para dominarlas.
Resulta obvio que un país que dilapide las energías individuales de ese modo, para invertirlas en gran medida en luchas estériles contra un poder omnímodo, no progresará y se hundirá en la miseria.
¡Y qué decir de los inversores que observan anonadados la tristeza de un país cerrando cuentas de doscientos dólares! ¡Qué pensamiento “a lo grande” -que no sea el que surja de enormes actos de corrupción- puede tenerse en un lugar donde se persigue a la gente por doscientos dólares!
Que estas limitaciones estén siendo impuestas por bancos privados, sin que hasta ahora se haya conocido una directiva expresa del BCRA, empeora la situación porque transmite la idea de una sociedad a la defensiva frente a un enemigo brutal.
Resulta triste que hayamos llegado a esto. Que empresas privadas persigan a sus conciudadanos privados poniéndose en el lugar de un gestor del Duce, es lamentable. Es como si la infección hubiera calado tan hondo que, gratuitamente, el Estado y su nomenklatura tuvieran agentes orgánicos que trabajan ad honorem para él, perfeccionando cotidianamente la tarea de la persecución y del sometimiento.