Entre las numerosas pérdidas que el populismo fascista le generó a la Argentina se encuentra una que, por el peso reputacional que significa para el país, asciende a uno de los primeros lugares del oprobio: se trata del prestigio y del respeto internacional por la Argentina.
Detrás de una fachada “neutral” el fascismo histórico del país (que, a mediados del siglo XX, llegó al éxtasis con la toma del poder por el peronismo) se las ingenió para asociar y aliar a la Argentina con las dictaduras más atroces y los regímenes más vergonzantes que ha conocido la humanidad.
La humillante postura de la Argentina en la Segunda Guerra Mundial, sus decisiones posteriores (que la llevaron a darle refugio a la jerarquía más rancia del nazismo [incluido, para algunos que no creen en el suicidio del monstruo, el propio Hitler]) la exacerbación kirchnerista de ese delirio -que unió al país con dictaduras como Irán, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Rusia y otras vergüenzas parecidas- terminaron por señalar a la Argentina como una nación sin apego a las garantías más elementales de la dignidad humana y como un país decididamente identificado con una corriente que resiste la supremacía del orden occidental, aquel que le reconoce a las personas, por el solo hecho de nacer, derechos inalienables que ninguna autoridad puede desconocer entre los que se encuentran los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad.
Venezuela, el aliado protegido del kirchnerismo, cuyo régimen criminal produjo el éxodo más extraordinario de la era moderna con cerca de 10 millones de venezolanos exiliados en una diáspora que cubre medio mundo, viene secuestrando, torturando y asesinando opositores en una sistemática persecución que se propone reducir a sus ciudadanos a la servidumbre al menos desde hace 16 años.
En realidad desde que asumió Hugo Chávez nadie tuvo dudas de que lo que se había instalado en Caracas era un satélite cubano manejado por la jerarquía de La Habana que, por primera vez desde 1959, había conseguido su objetivo de ganar una cabecera de playa continental desde la cual seguir exportando su dictadura al resto de los países latinoamericanos.
Sin embargo el dictador, que camufló sus pretensiones bajo el eufemismo del “socialismo del siglo XXI”, se cuidó durante sus primeros años en el poder de hacer evidentes sus crímenes.
Fue cuando la miseria del régimen arreció y Nicolás Maduro y Diosfado Cabello se encaramaron a la cúpula del poder cuando la cara más cruenta del sistema salió a la superficie.
Miles de personas fueron perseguidas, encarceladas, ejecutadas sin juicio… “Elección” tras “elección” el régimen hizo gala de un fraude colosal y de amenazas brutales contra todos los que se atrevieran a desafiar el poder de los jerarcas comunistas sostenidos por el castrismo cubano.
Colombia, Brasil, la Argentina, Chile, los Estados Unidos, España son solo algunos de los países adonde millones de venezolanos buscaron refugio saliendo del infierno básicamente con lo que llevaban puesto y dejando atrás familiares y las pocas pertenencias que el régimen no les había robado aún.
En ese contexto la comunidad internacional señaló a Maduro, a Cabello y a otros muchos cabecillas como genocidas, responsables de crímenes de lesa humanidad susceptibles de ser perseguidos más allá de la jurisdicción territorial en la que los delitos habían sido cometidos.
Es en ese marco en donde la Argentina encuentra la posibilidad de restaurar el prestigio internacional que el fascismo le hizo perder.
Como receptora de uno de los principales flujos del éxodo venezolano se han conformado en el país instituciones civiles que se han propuesto traer ente un tribunal de justicia a los jerarcas del régimen que cotidianamente asesina decenas de sus compatriotas.
Los hechos que rodearon las “elecciones” del 28 de julio último en las que el régimen fue aplastantemente derrotado por un torrente millonario de votos que puso las cosas en su lugar desde el punto de vista de las formas, fueron la gota que rebasó el vaso.
La derrota fue de tal magnitud que Maduró, para desconocerla y mantenerse en el poder, redobló sus amenazas, persecuciones, encarcelamientos y asesinatos.
Se calcula que en los dos meses que van desde aquel momento más de 1000 personas fueron asesinadas y otras tantas fueron encarceladas, destituidas y, como el mismísimo presidente electo Eduardo González Urrutia, obligadas a exiliarse bajo amenazas de muerte o prisión.
En ese contexto, recientemente la Sala 1 de la Cámara Criminal y Correccional Federal con la firma de los jueces Mariano Llorens, Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi, acaba de habilitar la jurisdicción argentina -basada en la Constitución Nacional y en Tratado de Roma- para que se investiguen los crímenes de los jerarcas venezolanos y se traiga ante los tribunales a Nicolás Maduro y a Diosdado Cabello, cuya detención se solicita a los organismos internacionales pertinentes para que a los acusados se les tome de la declaración indagatoria.
La investigación por el Ministerio Público estará en manos del fiscal Carlos Stornelli, una garantía cuando se trata de perseguir corruptos. El escrito de las jueces de la Cámara Federal asusta por el mero contenido del relato de las víctimas,
El régimen de Maduro ha respondido ordenando la detención de 16 argentinos bajo la excusa de la investigación que la justicia del país ordenó cuando aquí llegó un avión venezolano tripulado por iraníes que no supieron explicar cuál era el motivo de su aterrizaje en Buenos Aires.
Las órdenes emanadas desde Caracas (aunque todo se origina claramente en la ingeniería diseñada en La Habana) incluyen desde Javier Milei, Patricia Bullrich y Waldo Wolf hasta Carlos Stornelli, Karina Milei y María Eugenia Talerico, la ex vicepresidente de la UIF que viene investigando los ilícitos narcofinancieros de Maduro desde que era funcionaria de Macri.
Lo que está claro aquí es que la Argentina tiene la posibilidad, de la mano de la investigación de Stornelli y de los cientos de testigos citados, de recuperar algo del prestigio perdido, si por prestigio entendemos estar del lado de la libertad, de la democracia y de los principios de dignidad humana occidental.
En estas horas en que el mundo vuelve a poner a prueba dónde está parado cada uno frente a la pretensión fanática de algunos de hacer desparecer a Israel de la faz de la Tierra, el país tiene la enorme posibilidad -como dijo el presidente en la ONU- de dejar atrás la pusilánime y falsa “neutralidad” para abrazar con todas sus fuerzas los ideales de la libertad y de la dignidad humana demostrando que, al menos, hará todo lo que está a su alcance para traer a la luz pública las fechorías y asesinatos de una cúpula cruel e impiadosa que, desde hace 25 años, sumió a un país próspero y con futuro en las profundidades de una miseria vergonzante y en los temores de vivir una vida que solo pende del capricho de un tirano.