
En el campeonato de fútbol de este país imaginario se practicaba un fútbol de calidad, de gran respeto por el espectáculo, lo que en la jerga de los aficionados se había popularizado en el nombre de “jogo bonito”, quizás rindiendo un secreto homenaje a esa maravillosa escuela del Brasil histórico, algo que hasta el propio Brasil parecía estar perdiendo.
Todos parecían disfrutar de aquellos floridos campeonatos y el hecho de que las coronaciones estuvieran concentradas en cuatro o cinco equipos de los denominados “grandes”, no parecía incomodar a nadie, ni siquiera a los simpatizantes de aquellos otros equipos que nunca salían campeones.
De repente, un equipo de los denominados chicos comenzó a utilizar algunas tácticas al filo del reglamento para tratar de equiparar los tantos y así tener alguna posibilidad. Al principio los árbitros lo juzgaban severamente, tratando de mantener la esencia del juego. Sin embargo, al tiempo, una corriente -cuyos orígenes nadie podía establecer con seguridad si se hallaba en los simpatizantes de aquel equipo o en ciertos sectores de la parte más “intelectual” de la prensa deportiva- comenzó a quejarse de los árbitros y a acusarlos de defender un sistema elitista del fútbol en contra de los humildes que, con sus armas, trataban de plantearle un desafío a los grandes.
La ola de quejas creció y los árbitros empezaron a prestarle atención, permitiendo, cada vez con mayor asiduidad, que aquel equipo mañoso se saliera con la suya. Los campeonatos siguieron desarrollándose hasta que el equipo que había propuesto aquella forma “alternativa” de jugar, se salió con la suya y consiguió consagrarse campeón.
Una enorme discusión nació entre los aficionados al fútbol: ¿era justo que un equipo que jugaba al borde del reglamento, que ensuciaba el juego y que utilizaba unas maneras nunca vistas hasta ahora en los campeonatos de aquel país obtuviera lo mismo que otros que se preocupaban por respetar las formas, por jugar apegados a la ley y que intentaban dar un espectáculo civilizado a los espectadores?
Al lado de esta discusión teórica que inundó por igual bares, cafés, programas de radio y estudios de televisión, los campeonatos continuaron con la diferencia de que los demás equipos, viendo que aquel “precursor de las nuevas formas de jugar al fútbol” obtenía resultados, comenzaron a imitarlo.
En los medios y en la sociedad futbolera se instaló la discusión sobre si, en aras de la “democracia del fútbol”, se debía permitir que los que trataban de seguir practicando el “jogo bonito” fueran enfrentados con tácticas que algunos llamaban “vivezas” pero que otros no dudaban en calificar como “trampas”.
Más allá de esos debates, lo que contaba era que, en los hechos, eran cada vez más los equipos que imitaban las formas del “precursor” hasta el punto en que TODO el fútbol de aquel país acabó adoptando las maneras y las formas de quien, en su momento, había inventado “esta otra manera de jugar”.
En unos años todos los torneos del país se habían convertido en una fealdad absoluta: cada vez se jugaba menos tiempo neto, las simulaciones, engaños y demás “avivadas” seguían reinando sobre los que, pese a todo, aún trataban de proponer un fútbol honesto.
La situación se extendió por décadas. Cuando ya casi todo el mundo creía que el fútbol de aquel país nunca volvería a recuperar su sentido original, un club prometió dar batalla y volver a sentar las bases del fútbol que alguna vez se había jugado en aquellas tierras: juró que iba a hacer desaparecer de la faz de la Tierra al “fútbol populista” y que restauraría las bases según las cuales para jugar al fútbol hay que tener ciertos méritos técnicos y ciertas destrezas cuya ausencia no podía reemplazarse con el uso de malas artes, disimuladas bajo el principio de que “cada uno compite como puede”.
Muchos aficionados del fútbol en general -más allá de los simpatizantes del equipo que quería plantarse- respaldaron la actitud de aquel club. Tantos años de bastardeo del juego habían asqueado a aquellos que gustaban del fútbol bien jugado y respetuoso de unas formas de civilización deportiva que, en su criterio, nunca debieron perderse.
El punto fue que cuando aquel club presentó su equipo y comenzó a jugar los torneos, los aficionados vieron que -sin bien efectivamente trataba de volver a las fuentes del “jogo bonito”- al mismo tiempo aplicaba muchas tácticas parecidas a las que se suponía venía a erradicar. Comenzaron las dudas.
Hasta que, a boca de jarro, le preguntaron al Director Técnico del equipo qué era lo que estaba pasando: “Usted dijo que venía a cambiar el fútbol, que se proponía terminar con estas maneras tan bajas a las que nos acostumbraron las últimas décadas y, si bien reconocemos que intenta bastante aquel “fútbol de antes”, lo cierto es que, en algunos momentos, usa formas muy parecidas a las que todos queremos cambiar y por las que usted recibió tanto apoyo, no solo de sus propios hinchas sino hasta de simpatizantes de otros equipos…”, le platearon crudamente.
El técnico no sin algo de ira dijo “¿Ustedes quieren que yo enfrente toda esta mugre vestido de guantes blancos…? No se puede hacer eso: cuando enfrentas la mugre de tantos años no podes ser idiota y tenés que aprender que, a veces, tenés que usar (temporalmente) las mismas tácticas que querés erradicar si no querés que ellas te erradiquen (una vez mas) a vos… Si tanto les preocupa que yo sea un señorito francés en la cancha, ¿por qué fueron tan indulgentes, durante tantos años con quienes fueron los inventores de toda esta roña…? La única forma que el fútbol vuelva a ser lo que alguna vez fue en este país es que yo aplaste en la cancha -en la cancha que ellos propusieron jugar, que es la cancha de los resultados- a los que deformaron el fútbol y lo convirtieron en la pobreza que hoy tenemos… Si a ustedes les gusta eso síganme criticando y el que arruinó todo va a ganar otra vez…”
El técnico de los pelos raros acababa de pasarle la pelota a quienes lo increpaban. ¿Era verdad que para terminar con lo que te molestaba tenías que imitar (en alguna medida) las técnicas que implementó el que había arruinado todo? ¿No era eso equivalente a admitir que el que arruinó todo te había arruinado a vos también? ¿Se podía tener la esperanza de que, por la aplicación temporal de “algo” de anti futbol, se terminara el anti fútbol para siempre…? Las discusiones futboleras en aquel país imaginario continuaron.
Todo el mundo percibía que se vivían los tiempos previos al enfrentamiento final. Dentro de poco el equipo del técnico de los pelos raros se enfrentaría, de visitante, con el epítome de los equipos del anti fútbol. Es posible que se estuviera en los prolegómenos de un partido de época. Cuando el resultado estuviese puesto quizás nada volvería a ser igual…
(Cualquier parecido de este relato con la realidad política de la Argentina es una mera coincidencia.)