Todos los días aparecen consecuencias del triunfo que logró, en la interna del gobierno, la línea “amor y paz”. En efecto, ni bien Macri asumió la presidencia, se detectaron dos corrientes bien diferenciadas dentro de la administración. Una entendía que el nuevo gobierno debía revelar el verdadero estado en que había encontrado el país, con lujo de detalles, sin escatimar, incluso, nimiedades cotidianas.
La otra, por el contrario, apostaba a una línea de olvido, a que los límites con el kirchnerismo se esfumaran en el tiempo, en la creencia de que eso contribuiría a una mejor “onda” y a una transición pacífica.
Por supuesto que si no hubiera que hacer lo que hay que hacer, éste último sería el camino más simpático y el que todos quisieran transitar. Pero lamentablemente el gobierno de los Kirchner destruyó el país, lo volvió un conjunto e escombros, con sus fuerzas caídas y sus recursos seriamente deteriorados.
Sin embargo, en aquella primera disyuntiva interna se impuso la idea de no informar con mayores detalles el estado en que había quedado la Argentina después del saqueo populista.
A partir de allí, todos los días se aprecian las consecuencias de los que significó el triunfo interno de esa postura. Es cierto que el gobierno, luego, inició un proceso informativo desarticulado, incompleto y espasmódico de lo que había encontrado en diciembre de 2015 y, en alguna medida, esa fue la prueba de lo inoportuna, inocente e inútil que había sido la postura “amor y paz”. Pero lo cierto es que esas erupciones no reemplazaron lo que hubiera sido un informe prolijo, didáctico, serio y responsable de cómo los Kirchner dejaron la Argentina.
Hoy estamos asistiendo al que quizás sea el capítulo más dramático de esa historia: las consecuencias que para el país tuvieron las prácticas populistas de los Kirchner en el área energética. El plan meticulosamente pensado de un perverso no hubiera sido más efectivo para destruir las bases productivas del país. Si la Argentina hubiera estado en guerra y un conjunto de espías enemigos infiltrados hubiera logrado hacerle poner en práctica al país esas políticas, seguramente ese cuerpo de elite hubiera sido recibido con honores y condecorado por el enemigo. Ninguna acción militar hubiera sido tan efectiva como para ponernos de rodillas de manera semejante.
El kirchnerismo le chupó la sangre al país y hoy no tiene energía para pararse sobre sus débiles piernas. Semejante estado debió ser explicitado a la sociedad con lujo de detalles, para que todos supiéramos la dimensión de la tarea de reconstrucción que nos espera.
Con esa información los remedios no hubieran sido más simpáticos pero, al menos, todo el mundo sabría por qué hay que tomarlos y quién fue el responsable de que ahora estemos atravesando esta enfermedad.
Dentro de ese marco fueron muchos los que desde los medios tomaron partido por una u otra postura. La nuestra fue clara desde el comienzo: el gobierno debía convocar a una gigantesca conferencia de prensa para decirnos cómo estábamos. Seguramente en ese informe el capítulo energético se hubiera llevado gran parte de la estelaridad.
Otros muy importantes e influyentes comunicadores entendieron que el informe sobre la herencia era innecesario “porque todo el mundo sabe cómo estamos”. Mentiras. Todo el mundo (o al menos la mitad del país) vivió creyendo la fantasía del populismo kirchnerista durante más de 10 años y estuvo convencido de que era efectivamente posible que el Estado regalara la energía sin que eso trajera consecuencias serias. Ahora vemos en toda su magnitud lo pueril de esa creencia. Tan pueril como haber hecho “campaña” por el no-informe sobre el verdadero estado de la Argentina al término de la presidencia de la Sra. Fernández.
La sociedad tiene derecho a saber. Es más, es una obligación de los gobiernos informar la verdad. Y más en el caso de un gobierno que sabe que deberá pedirle al país un esfuerzo muy importante para recuperar el terreno que el populismo le hizo perder.
Los argentinos -quizás no todos, pero una gran parte- hubieran entendido y se habrían mostrado más comprensivos frente a las medidas que era necesario tomar. El gobierno no solo cometió aquí errores técnicos sino que no midió con la debida responsabilidad aquellas cuestiones etéreas e inasibles pero en las que paradójicamente se deposita su activo más importante: la paciencia social.
Una sociedad enterada de sus males suele tener más paciencia que aquella que cree que vive en el bienestar. Cuando a esta última alguien viene a notificarle el fin de la siesta, sin explicarle por qué la está despertando a los cachetazos, es posible que se enoje y que no entienda por qué este insensible quiere cambiarle su vida cuando ella estaba tan tranquila.
Por eso era necesaria la explicación. Ahora, hasta los militantes del “amor y paz” la piden. Pero quizás sea un poco tarde. Y en la administración de un país, como en los negocios, como en los deportes, como en la vida, la gracia de conseguir una ventaja consiste en ver las cosas ANTES, no después.
Coincido en que se cometió un error al no decir la verdad sobre el estado del país. Las “ondas de amor y paz” generadas a partir del pánico a que la oposición ponga en riesgo la maldita “gobernabilidad” traen irremediablemente estas consecuencias. Dejo unos versos del tango “Las Cuarenta”: “La vez que quise ser bueno / en la cara se me rieron; cuando grité una injusticia / la fuerza me hizo callar; la experiencia fue mi amante / el desengaño mi amigo: toda carta tiene contra / y toda contra se da”. Se dio “contra” y el gobierno paga el pato.