Un titular de Ámbito Financiero de ayer era toda una definición de la Argentina económica. Allí se decía: “Automotrices preocupadas por las trabas a las importaciones de 0 KM”.
Sin dudas la palabra clave de este título es “trabas” porque, efectivamente, trasmite la idea correcta de esta hora: todo el país está trabado, atado, amordazado, encadenado…
Ninguna fuerza productiva de la Argentina se haya liberada para producir y crecer. Todo está regulado, prohibido, cercenado; seriamente embretado debajo de un enjambre de normas casuísticas, indicativas, limitantes.
La Argentina va camino de convertirse en un país en donde no existe el más mínimo margen para la autonomía de la voluntad y para la libré elección privada: todo lo que no es obligatorio, está prohibido. Esas parecen ser las dos únicas posibilidades de elección del argentino: o el Estado lo obliga a determinada conducta o le prohíbe determinadas todas las demás.
En ese marco es imposible pensar en el crecimiento y en el aumento de la riqueza; solo queda la opción del saqueo y el robo.
¡Y que decir del “mercado” de cambios! Con un cepo ultraviolento que pretende borrar de la faz de la tierra a la moneda norteamericana, cada vez se hace más difícil el trabajo de miles de importadores y exportadores que están a merced de una cúpula de burócratas.
El gobierno sigue anclado en la jurásica idea que los que buscan dólares los quieren para fugarlos: una típica deformación mental de gente que nunca trabajó.
Todas las operaciones productivas de la Argentina dependen en una u otra medida de la importación.
Se trata de insumos o productos imprescindibles en la cadena de producción. Miles de industrias combinan piezas nacionales con otras que son producidas en otros países para luego terminar aquí un proceso de ensamblado.
Si esos insumos no llegan a tiempo todas las líneas de producción se traban (de nuevo la misma imagen) y los empleos -ya bastante complicados por esta insólita pandemia- entran en riesgo.
En el área específica de los automóviles, el país tiene tratados especiales con Brasil y -en menor medida- con México para intercambiar autos producidos en todos esos mercados. Los convenios también comprenden un sinnúmero de autopartes.
Todas las disposiciones inquisitivas del gobierno neutralizan esos convenios y degeneran en parates y caídas de producción.
Entre las complicaciones generadas por el confinamiento, el encierro y las regulaciones enfermizas el país está completamente ahogado.
La UIA, que quiere salvar aquellos acuerdos de la industria automotriz sugirió (en lugar de las prohibiciones) un sistema de “cupos” para tratar de conformar la avidez regulatoria del Estado.
Se trata de una reacción grave: es la respuesta manifiesta de la naturalización, acostumbramiento y aceptación final de una “normalidad” que transita por las imposiciones prohibitivas.
Las empresas deberían negarse de plano a aceptar un esquema de trabajo por el cual, precisamente, se les impide trabajar. Un sistema de “cupos” es como aceptar un sistema de libertad condicional en donde alguien acepta una condena siendo inocente a cambio de que lo dejen ver la luz del sol.
Uno no sabe si todas estas medidas son el fruto de la ignorancia, de la ceguera ideológica o de un plan específico para destruir al sector privado.
Si uno pone esas alternativas en perspectiva parecería que la que mejor cuadra es la última.
Aunque también es posible que esta gente entienda que lo mejor que le puede ocurrir a la Argentina sea la destrucción del sector privado justamente porque son unos ignorantes a quienes esa neblina mental los ha llevado a abrazar una ideología igualmente oscura y cavernícola.
Lo cierto es que si aquí no hay una reacción poderosa en contra de este aluvión de populismo prohibitivo, la Argentina se encaminará a una profunda miseria, a una multiplicación a escala nacional de lo que es el histórico partido del conurbano que simboliza a todo el peronismo (ese peronismo que lo gobernó desde que existe): La Matanza, la misma que le dio el triunfo frente a Macri.
La Argentina se haya maniatada. Envuelta en un encierro sin solución, también mantiene atadas a todas sus fuerzas del trabajo; las mismas que podrían sacarla de la pobreza en que la sumieron aquellas mismas prohibiciones.