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Un héroe detrás de un desfalco

Detrás de hitos importantes en la historia de los países hay héroes que, sin llegar a ser de ningún modo anónimos, sí son personas que posibilitan la ocurrencia de acontecimientos paradigmáticos simplemente por el hecho de cumplir su trabajo. Sin estridencias, sin las luces de un estrellato desmedido.

Sin embargo, esas personas sí cargan -sin que mucha gente se entere- con las incomodidades y hasta los sufrimientos que el desempeño de esa tarea les acarrea. Persecuciones, amenazas rastreras, inseguridades para sus familiares, hechos -todos ellos- que harían recular a más de un valiente.

Pero ellos siguen adelante como si el llamado del deber y del trabajo bien hecho tuvieran una fortaleza mayor que todas aquellas adversidades.

En ese sentido, alguna vez, la Argentina deberá encarar un debate serio sobre el trabajo bien hecho. No son pocos los que, sin que les falte la razón, argumentan lo mucho que trabaja el argentino. Pero cuando hay tanta distancia entre la carga de ese trabajo y los producidos que la sociedad recoge, algún misterio ocurre entre una cosa y otra como para que no haya una relación directa más ponderada en esa ecuación.

La persona a la que hoy queremos dedicarle estas líneas quizás reúna en sí misma parte de las explicaciones a ambos interrogantes. No recuerdo muchas oportunidades en que esta columna haya sido dedicada a alguien. Con la excepción quizás del día siguiente al fallecimiento de mi papá -cuando estos editoriales eran, más que nada, la versión escrita de mis comentarios en la radio y aparecían en un newsletter, y sí dediqué las palabras de ese día a la memoria de mi padre- no recuerdo otra ocasión en que le haya dedicado el comentario a una persona.

Ese hombre es Carlos Stornelli, el primer fiscal que tuvo la causa “Cuadernos”, una vez que el periodista Diego Cabot decidió acudir a la Justicia porque entendió que lo que tenía entre manos excedía en mucho los limitados alcances de las columnas de un diario.

Stornelli es un auténtico apasionado de los tribunales. Dedicó toda su vida a perseguir delincuentes con la letra de la ley en la mano. Cuando Cabot le mostró lo que tenía, inmediatamente se dio cuenta de que allí estaba parte de la explicación de por qué el duro trabajo de los argentinos no termina redundando en un beneficio acorde para la sociedad. Fuera de que, pese a trabajar mucho, muchos argentinos no trabajan bien, la otra explicación que hay al misterio irresuelto entre el nivel de trabajo y el nivel de vida, es el robo.

Y ese día Stornelli vio desplegada ante sus ojos la prueba más contundente de uno de los más extraordinarios robos de la historia argentina. Ese robo tornaba explicable, al mismo tiempo, el hecho de que después de 10 años de la soja a 600 dólares y el petroleo a 150, con tasas de interés bajas, relativa tranquilidad mundial, el mayor spread que se recuerda a favor de las materias primas en lo que Prebish llamo los “términos de intercambio”, la mitad del país navegara en la pobreza.

Todavía no podia mensurar la cifra, pero el olfato de su experiencia le indicaba que estaba frente a documentos que guardaban -en las modestas paginas de aquellos cuadernos “Gloria”- una fortuna incalculable.

Se puso a trabajar. Y allí comenzó su via crucis y el de su familia. En el medio, el juez con quien trabajaba codo a codo, murió. A Bonadio también lo habían amenazado y los habían perseguido. Hasta le había puesto una bomba en su casa.

La familia de Stornelli no tuvo paz. Su hermano fue sometido a una persecución constante por parte de la entonces AFIP con inspectores que prácticamente se le instalaron en su empresa. El rostro de sus hijos apareció en los diarios afines al kirchnerismo. Le pusieron una bomba en la puerta de la casa de uno de ellos…

Los sicarios del robo, comandados por el impresentable Eduardo Valdez (el auto promocionado amigo de Bergoglio) idearon en Pinamar la “Operación Puf”, con la participación del juez militante Alejo Ramos Padilla y un falso abogado -Marcelo D’Alessio- para hacer caer a Stornelli y a un grupo de periodistas de investigación entre los que se encontraba Daniel Santoro, en una trampa de la más baja estofa.

Pero Stornelli siguió. Quizás imbuido de su otra pasión -los relojes- intuía que, en un momento, el tiempo iba a hacer pesar el peso de la prueba. Y ese tiempo llegó.

Varios personajes que habían participado de la rueda de la fortuna kirchnerista que le birló de las manos al pueblo argentino más de 40 mil millones de dólares (que hoy no están en el estomago de los pobres, en la mente de los chicos, en las rutas donde la gente se mata y en la escasez de la infraestructura que no nos permite competir) empezaron a desfilar ante su escritorio, interesados en interiorizarse sobre las condiciones que establecía la “ley del arrepentido”.

La trama de una operación propia de una banda de delincuentes comunes formada en los bares de Rio Gallegos, pero que había logrado calzarse los trajes de “politicos’ para alcanzar los sillones del Estado, empezaba a salir a la luz con miles de relatos coincidentes que corroboraban con día, hora, minutos y segundos los relatos itinerantes de los cuadernos de Centeno.

Stornelli hilvanó cada eslabón de la cadena hasta que logró conformar el caso entero para que todo reuniera los requisitos necesarios para la elevación de la causa a juicio oral.

Hoy empieza lo que ademas de ser el “Juicio del Siglo” (porque el monto involucrado explica la decadencia argentina en la que, justamente, debió haber sido la década que le posibilitara el gran salto hacia adelante) debería ser el reconocimiento al trabajo bien hecho de un hombre de carrera que, pese a que tiene un nombre conocido y hasta familiar para todos, no es una estrella rimbombante de los medios ni lo quiere ser.

Si cada argentino fuera en lo suyo lo que Stornelli es en lo de él, el país sería otro. Cada uno calladamente haciendo bien su trabajo, por el simple orgullo de hacerlo bien. Sin robar y dando cuenta de su producido. Irlanda, Australia, Suiza, Suecia, Nueva Zelanda, Holanda… No sé, nombren ustedes el país que, cuando piensan en una sociedad vivible, tranquila y normal, les guste más. Eso simboliza Stornelli: un tipo que hace bien su trabajo y que justifica con resultados el pan que lleva a su casa.

La contracara de los que hoy están en el banquillo de los acusados: esas lacras que se llenan la boca con la demagogia de los pobres y solo nacieron para cagarlos de arriba de un pino. Solo la esperanza de tener un Stornelli en lo suyo supera la repugnancia que uno siente por los que no son más que una arquerosa banda de ladrones.

Por Carlos Mira

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3 thoughts on “Un héroe detrás de un desfalco

  1. Jorge José Bacigalupo

    Gracias Sr. Periodista, si ud. hubiera hecho una mejor descripción de los hechos, sus autores y el Sr. Fiscal Federal Carlos Ernesto Stornelli…..¡estaría mal!.

    De muchos ciudadanos como el Dr. Bonadio y el Dr. Stornelli, precisa la República Argentina para renacer como el ave fenix de sus cenizas, para volver a ser el país que construyó la maravillosa generación del 90, el país que gobernado por Julio Argentino Roca, fué a principios del siglo XX la octava potencia económica del planeta.-

    En fin, si se quiere, se puede.-

  2. José Luis Castiglione

    Excelente nota!
    Realmente debemos premiar aunque más no sea de esta manera la tarea honesta y desinteresada de estos integrantes de la JUSTICIA!
    FELICITACIONES!

  3. Raúl F. Santillán.

    Muy merecido reconocimiento al Dr. C. E. Stornelli y una póstuma y muy merecida mención del buen y valiente trabajo del Dr. Bonadio. Gracias a ellos hoy el pais pone en los tribunales orales a lo peor de los ladrones que esquilmaron el Estado.
    Quiera Dios que se los condene para bien de la Nación hoy y del futuro.

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