Victoria Donda acusó a Horacio Rodriguez Larreta prácticamente de asesino por la muerte de Ramona Medina en la villa 31, la referente de medios audiovisuales del barrio, principalmente la radio llamada “Garganta poderosa”.
De paso dijo que la muerte era la consecuencia del “racismo recurrente” del jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Horacio Rodríguez Larreta no es ni por lejos el epítome de lo que pienso. Se trata de un tecnócrata prolijo, obsesionado por la eficiencia en los servicios, pero sin demasiados cimientos a la hora de defender principios que, paradójicamente, harían posible y sostenible esos servicios que tanto lo apasionan. De modo que lo que sigue no es un panegírico de su defensa.
Pero la Villa 31, que fue una creación obviamente peronista por años de desgano y probrismo adrede consistente en atraer como un imán gente descalzada de sus lugares de origen por falta de oportunidades allí, vivió olvidada por los gobiernos de quienes la hicieron posible; de quienes la crearon.
Cristina Fernández se enorgullecía por esas edificaciones sin permisos ni controles, con considerables peligros de derrumbe, mostrándose contenta por esa gente hacinada que, ciega por su cerebro lavado, la vivaba sin advertir -ni reclamar- que aquella mujer hiciera algo para que las condiciones de vida mejoraran allí.
La villa no tenía luz, ni calles, ni veredas, ni cloacas, ni agua potable, ni servicios, ni escuelas, ni servicios médicos. Esa era la Vila 31 de Donda y de Fernández.
Larreta inició un programa de urbanización. Trazó planos para abrir calles y veredas. Para llevar luz, agua y cloacas. Trasladó allí la sede del ministerio de educación e innovación de la ciudad. Arregló edificios, construyó plazas, espacios para hacer deporte, centros sanitarios, dio seguridades al paso de la autopista Illia con una parquización elevada. Obviamente no es suficiente. Pero ese comportamiento dista mucho del “racismo recurrente” del que fue acusado el Jefe de Gobierno.
Es más, me animo a ir un paso más allá y plantear que el racismo es practicado por aquellos que lo enarbolan como crimen de los demás. En efecto, el peronismo y todas sus variantes de izquierda socialista -entre las que se inscribe Donda- es profundamente racista; de ese racismo rancio que cree que determinada gente no puede elevarse más allá de una altura y debe estar condenada a vivir de la dádiva que (a veces) entrega su mano clientelar.
Quizás no haya definición político-sociológica más descriptiva del peronismo que esa, precisamente: la de un movimiento profundamente elitista. Desigualitario que condena a priori a cierta gente a la pobreza marginal porque cree que “esa gente” está para eso.
El liberalismo constituye una revolución contra eso; la verdadera revolución de la posibilidad de la igualdad. El liberalismo no entrega esa igualdad envuelta en un paquete y terminada: te da la oportunidad de que la busques y te garantiza que removerá todos los obstáculos legales que te impidan alcanzarla. Pero no te la regalará.
El peronismo (y como ya dijimos todas sus deformaciones de izquierda socialista retrógada), al contrario, te la prometen, te juran que te darán la igualdad terminada. Que te la van a regalar. Y cuando fracasan te dicen que no pudieron dártela porque los “poderosos” que quieren discriminarte se lo impidieron.
Son tan obviamente patéticos que causa verdadera indignación ver que la gente no lo advierte y cae cautivada frente a estos encantadores de serpientes.
Desde 1983 hasta hoy el peronismo gobernó siempre el país y la provincia de Buenos Aires, excepto 11 años y medio repartidos aisladamente ente Alfonsín, De La Rua y Macri (en la Nación) y ocho (Armendariz-Vidal) en la provincia; el resto todo fue peronista. Durante los años minoritarios en que no fueron gobierno tuvieron mayoría en el Congreso y en la Legislatura de la provincia. Resulta repugnante que, desde ese lugar, se suban a una alta torre para dar lecciones de gobierno y lancen acusaciones indignantes contra otros dirigentes que, dentro de sus posibilidades, trataron (o aun tratan) de mejorar el desquicio social que ellos armaron.
Donda debería ser señalada por la sociedad entera como una hipócrita, como una cínica política que acusa a los demás de lo que ella encarna. Su ideología odiosa, llena de rencor y mierda mental es la que creó estos bolsones de pobreza estructural mediante regulaciones que prohibieron el trabajo individual para que la gente pudiera progresar en base a su esfuerzo; todo para beneficiar a una casta de dirigentes privilegiados que hoy son todos millonarios y se llenan la boca con la palabra “pueblo”, de ese mismo pueblo que hundieron en la miseria.
El peronismo ha sido una desgracia para el país. Su potenciación con el kirchnerismo fascista multiplicó por miles los gérmenes venenosos que se esparcen gratuitamente por las mentes argentinas.
Solo espero que la grosería que escuchamos de esta impresentable -que no debería estar cobrando un ingreso pagado con el esfuerzo de la sociedad honrada- haya ayudado a abrir los ojos de esos honestos que aún creen en el conjunto de ridículas payasadas que promueven.