2017 será recordado seguramente como el año de origen de un cambio de paradigma en la política argentina. Si Cambiemos logra moderar sus mareas internas -en muchas ocasiones fogoneadas por Lilita Carrió- y puede constituirse en una fuerza clara, convincente, sólida y con objetivos políticos bien definidos, no cabe duda que recordará por siempre este año que se termina como el de la iniciación de un ciclo de dominio sobre la escena política nacional como probablemente no se veía en el país desde el advenimiento del peronismo.
En efecto, luego de la contundente victoria electoral de octubre pasado, en donde el oficialismo se impuso en seis de los siete distritos más grandes del país (algo que no ocurría hace 32 años), luego de que lograra un nuevo pacto fiscal con las provincias (el primero desde 1992), después de haber sancionado leyes clave como la nueva fórmula para el cálculo jubilatorio, la reforma tributaria, la reforma fiscal y la sanción del presupuesto que supone una transferencia monumental de dinero a la provincia de Buenos Aires (la más poblada del país, en la que se registran los índices de pobreza más chocantes y donde funciona ese cinturón peronista de la política conocido como conurbano bonaerense) el gobierno de Mauricio Macri y de María Eugenia puede producir un quiebre en el futuro de la democracia argentina que nadie sabe qué consecuencias tendrá.
Por supuesto que tanto Macri como Vidal encarnan un contramodelo muy diferente al del peronismo. Los dos apuestan a la definitiva sepultura del populismo, que podría ser definido como aquella anomalía política que convence a una mayoría electoral decisiva de que se puede vivir proporcionalmente mejor de lo que indica su productividad, de que la culpa de los males que se padecen es exterior a nosotros mismos y que lo que hacemos en la vida tiene poco que ver con cómo nos va. Eso es el populismo.
Y eso es lo que Macri y Vidal intentar cambiar: si su modelo se termina imponiendo, los argentinos habremos aprendido que el nivel de goce que el país puede darse está directamente relacionado con su productividad; que si sufrimos reveses, las causas de los mismos deberemos buscarlas dentro nuestro y no afuera; y que lo que logremos en la vida está directamente conectado con lo que hacemos con ella.
Insistentemente digo “Macri y Vidal” porque creo que la gobernadora de Buenos Aires será, más tarde o más temprano, la que continúe este proyecto y la que eventualmente pueda protagonizar el pase definitivo de un modelo (el populista) a otro (el republicano). No hay dudas que el presidente lo sabe. Y creo que también sabe que Vidal estará en mejores condiciones que él para lograrlo. De allí que produjo este cambio en la estructura fiscal para dotar de una formidable cantidad de recursos a la provincia que gobierna su delfín.
Con más de 100 mil millones de pesos extra por año, Vidal puede dar vuelta como una media la situación de millones de pobres que viven en la provincia. Como efectivamente Macri y Vidal no se van a robar ese dinero como sí hicieron los Kirchner, esa plata caerá indefectiblemente sobre la cabeza de la gente. Esas mejoras se van a medir en agua corriente, cloacas (lo que derivará en una mejor salud pública), escuelas, caminos, rutas rurales para extraer la producción de los campos, obras hídricas que eviten que media provincia se convierta en un lago con cada crecida del Salado, en autopistas, en hospitales; en fin, en una base de infraestructura que mejorará la cotidianeidad ciudadana y bajará los costos productivos de las empresas que -si la reforma laboral también sale- podrán lanzarse a la aventura de crear trabajo nuevo.
Si ese escenario particular de la provincia de Buenos Aires pudiera ser completado con un detenimiento del proceso de migración interna por el cual ciudadanos de las demás provincias emigran de ellas hacia el conurbano porque no tienen nada que hacer en sus lugares de origen, se producirán dos fenómenos con un impacto político tan fuerte como desconocido.
En primer lugar si la migración interna hacia el conurbano se detiene querrá decir que los ciudadanos de las provincias han encontrado algo para hacer en ellas. Si eso es así es porque actividades privadas se han instalado allí a generar riqueza nueva. Si ocurre eso, habrá menos empleados públicos en las administraciones provinciales y eso disminuirá la dependencia clientelar de centenares de miles de ciudadanos que hasta ahora debían atar su voto a caudillos fuera de época porque de lo contrario se morían. Ese sería un cambio copernicano en el país que quizás no se ve en la Argentina desde fines del siglo IXX.
En segundo lugar, ese cambio demográfico comenzaría a alivianar un país macrocéfalo que no se hunde en el Océano Atlántico (por el peso de su cabeza) porque la fuerza de gravedad lo mantiene en su lugar. De lo contrario hace rato que todos nos hubiéramos ahogado.
Como se ve se trata de cambios mayúsculos en el escenario político. ¿Podrán hacerlo Macri y Vidal? Hay muchas variables de las cuales depende su éxito. En primer lugar, deben evitar toda la tentación a la que pueda someterlos la soberbia. Desgraciadamente el gobierno cayó en ese pecado varias veces. Lo hizo cuando no escuchó a quienes una y mil veces le dijimos que debía decir el estado en que recibió el país poco menos que el mismo día en que se hicieron cargo del gobierno. Una sociedad consciente de sus males está más proclive a tomar las medicinas que la salven de la muerte. Una sociedad que alegremente ignora su propio estado de salud maldice al médico cuando éste comienza a escribir las recetas.
En segundo lugar, Cambiemos debe construir un puente razonable con el peronismo razonable. ¿Perdón? ¿Peronismo razonable?, ¿pero es que existe semejante fenómeno? Si no existe el propio gobierno debiera inventarlo, identificando a un puñado de dirigentes de ese sector para hablar con la verdad de modo casi cotidiano con ellos. El senador Pichetto parecería ser una figura clave en ese sentido.
La democracia es alternancia y Macri y Vidal habrán fracasado si estando ellos fuera de las posibilidades electorales (porque ya no pueden presentarse o porque de hacerlo perderían las elecciones) el país volviera al populismo. Quizás el mayor desafío político del presidente no sea, como él dice, disminuir la pobreza (cosa que claramente se necesita y debe hacer) sino “inventar”, como si fuera un orfebre, un nuevo peronismo que no sea populista. Si el presidente –y eventualmente la gobernadora de Buenos Aires- logran eso habrán conseguido el que quizás sea mayor milagro de la historia política de la Argentina moderna. Y si alcanzan ese objetivo, no caben dudas que 2017 será recordado como el año en que el embrión de una nueva República comenzó a formarse.
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¡Que 2018 nos traiga salud, paz, trabajo y prosperidad…! Gracias por seguirnos fielmente, por sus comentarios, por sus criticas, por su cercanía. Y que Dios vuelva a acordarse de este país para ponerlo a salvo de la envidia, del resentimiento, de la rabia, del cinismo, de la delincuencia, de la ironía barata, de la falta de clase y de la deshonestidad. Dios quiera que los argentinos pensemos bien, tangamos una mente clara y huyamos de la vagancia y de los cuentos fáciles como de la mismísima peste. ¡Feliz año nuevo para todos!