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Trump presidente: un cambio de era que la Argentina puede aprovechar

Ayer comentábamos la previa de la inauguración del presidente Trump sin haber visto, lógicamente, lo que iba a ocurrir en la ceremonia y luego durante todo el día.

La jura y los eventos que siguieron fueron muestras que, más allá de que uno da por descontado que ocurran en un país como EEUU, no puede evitar comentarlos cuando, de hecho, ocurren y se verifican en la realidad.

Me refiero al ambiente civilizado y pacífico que rodeó la transferencia del mando. Hasta los propios analistas y protagonistas de los hechos lo resaltaban: una tradición de  caso dos siglos y medio que sistemáticamente se reitera cada 4 años.

Cierta pompa aristocrática acompañaba el evento más emblemático de la democracia: una atmósfera culta y civilizada mezclada con expresiones más populares y bullangueras, cada una respetando su lugar y sus circunstancias.

Los americanos utilizan la palabra “gracious” para referirse a lo que en este caso nosotros traduciríamos como “cortesía”, “galantería” o, incluso “generosidad”: el idioma inglés, con ser más rústico que el español, siempre se caracterizó por ser más preciso con las palabras… Por eso necesita menos para decir lo mismo, a veces incluso, para decir más. Es una especie de eficiencia lingüística.

Y fue esa cortesía o generosidad la que tuvo todo el arco de políticos demócratas que, empezando por el presidente y la vicepresidente salientes, se bancaron una de las horas más gloriosas de Trump y del partido republicano con un  estoicismo espartano conmovedor que -más allá de que fue reconocido por los seguidores de Trump- Biden no tuvo cuatro años atrás cuando desde las huestes del presidente saliente en aquel momento se adoptaron actitudes completamente ajenas, justamente, a esa preciada tradición norteamericana.

Cuando uno contrasta esas imágenes con lo que, lamentablemente es la norma en la Argentina, no puede menos que entristecerse al comprobar lo lejos que está el país de la civilización política. El proceso de deseducación -profundizado como nadie por el peronismo adoctrinador- arruinó en el argentino (si es que alguna vez lo tuvo) ese sentido del respeto al oponente. Deberá correr mucha agua debajo del puente para que esto cambie, si es que alguna vez fuera a cambiar.

El nuevo presidente lanzó un tsunami de executive orders (lo que nosotros llamaríamos “decretos”) para erradicar muchos de los pilotes sobre los cuales se construyó la cultura woke de los últimos 20 años. Desde terminar con la posibilidad de que los menores se cambien de sexo aun antes de cumplir la mayoría de edad hasta cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América, Trump quiso asegurarse desde el primer minuto, dar un golpe de efecto muy fuerte y simbólico sobre lo que él considera fueron las políticas que minaron la autoestima de los EEUU.

En su discurso de inauguración dijo que por muy imposible que parecieran esos cambios, los iban a lograr porque, justamente, “lo que mejor hacemos los americanos es lo imposible”. Hay que tener la vara de la autovaloración muy alta para decir eso. Con una salvedad: las realizaciones históricas del país avalan esa creencia. No hay ninguna otra nación sobre la Tierra que en menos de dos siglos (fuera del hecho de que sus logros en materia científica, de inventos y de aportes a la humanidad haya continuado más allá de esa marca cronológica y que alcance hasta nuestros días) haya conseguido tantas realizaciones y tantos avances que mejoraron, no solo su propio estándar de vida, sino que sirvieron de guía para el resto del mundo y funcionaron como una especie de horizonte aspiracional para las demás naciones.

Trump quiso dejar bien en claro que lo que guiará su presidencia es la restauración de ese espíritu que, para él, décadas de wokismo gradual pusieron en peligro.

Pero como lo que es un acontecimiento en el fondo puramente local (como es su propio recambio presidencial), en el caso de los EEUU se transforma en un hecho global por el peso y el extraordinario protagonismo del país, hay naturalmente toda una serie de análisis e interrogantes a partir de la llegada de Trump a la Oficina Oval.

Prácticamente no hay acontecimiento mundial que no se vea influido o alterado por ese evento, desde los rehenes israelíes de Hamas, hasta la guerra en Ucrania, el futuro de la NATO, de Europa y de América Latina.

¿Cómo jugará Trump en todos esos terrenos? El presidente ha dado ya algunas señales o tips como para desentrañar las respuestas. En primer lugar a Trump le interesan los resultados, siempre que esos resultados dejen a salvo su prioridad, que él resumió en su eslogan de campaña: “Los EEUU primero”.

Así, entonces, a Trump le importa que los rehenes del 7 de octubre regresen a casa, que la guerra en Ucrania termine y que los dólares de los contribuyentes americanos no terminen en playas extranjeras. Después verá qué hace con Hamas, con Putin y con la NATO. Pero por empezar quiere que las “anormalidades” que, según él, fueron provocadas por todos ellos, terminen.

En cuanto a la Argentina, yo entiendo que el siempre presente principio de “ir al toro” haga suponer que lo más importante que puede hacer Trump para “ayudar” al país y al gobierno de Milei, sea influir en el board del FMI para que se liberen fondos que permitan levantar el cepo cuanto antes.

Con el perdón de los analistas que creen que eso es lo único a lo que podría aspirarse, digo que, con ser muy importante que suceda, no es ni el hecho clave ni el más saliente. Lo que realmente podría significar un aporte decisivo para contribuir a dar vuelta definitivamente la realidad argentina es la influencia que Trump pueda tener en su comunidad de negocios para convencerla de que en la Argentina están dadas las condiciones para traer dinero nuevo, fresco y no financiero. Allí quizás Elon  Musk pueda jugar un rol importante.

¿Qué debería hacer la Argentina para, a su vez, convencer a Trump de que el cambio al que estamos asistiendo es un cambio real, profundo, de toda la sociedad y… definitivo?

Bueno, por empezar la sociedad, este año, debería ratificar el rumbo que el presidente Milei eligió. Y lo debería hacer emitiendo una fortísima señal fundamentalmente en la provincia de Buenos Aires. Si eso ocurre, allí sí creo que Milei no es Macri y el presidente actual no va a desaprovechar la oportunidad que le brinde ese edge electoral, como la desaprovechó Macri en 2017.

Un Milei reloaded por una performance electoral de los argentinos en 2025 podría avanzar para consolidar los cambios que convenzan, no solo a Trump y Musk, sino a todos de que el camino que emprendió la Argentina a hacia mayores dosis de libertad y de “occidentalismo” no tiene vuelta atrás.

Muchos habrán notado que dije “performance electoral de los argentinos”. Lo hice a propósito para remarcar que lo que tiene que ocurrir no es un mero triunfo de LLA sino una notificación enviada al mundo de que el cambio es definitivo. Si para escribir esa notificación, LLA necesitara sellar acuerdos con quienes sean parecidos a ella, pues que lo haga: no puede haber dudas de que lo importante es la notificación, no quien la firme. Es más, si la notificación fuera una notificación que no se puede adjudicar a un solo sector sino a un consenso mucho más amplio, mucho mejor aún.

Respondiendo a una pregunta de una periodista brasileña (curiosa por saber qué iba a pasar con la relación con Brasil) en el Salon Oval ayer por la noche mientras continuaba firmando executive orders, Trump, luego de preguntarle si ella era brasileña, le dijo “ellos nos necesitan a nosotros, nosotros no los necesitamos a ellos, así que depende de ellos”.

La respuesta puede haber sonado soberbia pero no deja de ser cierta. Los EEUU siempre han sido un país abierto para “hacer negocios” siempre que ciertas cuestiones que ellos consideran fundamentales se respeten. Bueno, la propiedad privada, la libertad de mercado, los derechos civiles y la civilización política son importantes para ellos. Si sabemos leer el mundo que empezó a configurarse a partir de ayer y no nos ataca el maldito complejo del chauvinista “rebelde sin causa”, es probable que, esta vez, el alineamiento de ciertos planetas nos ayuden.

Por Carlos Mira

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