Los que la conocen bien dicen que, al lado de ella, Eugenio Zaffaroni es un estricto militante de la aplicación severa del Código Penal. La nueva interventora cristinista del servicio penitenciario federal, María Lauga Carrigos de Rébori, fundadora del engendro más inverosímil que podría haberse pensado jamás en un Estado de Derecho -Justicia Legítima- anticipó, luego de una reunión con Fernández, que se viene un pico de los delitos contra la propiedad después de la pandemia.
En una muestra de cinismo pocas veces vista, Carrigós nos advirtió sobre el comienzo de otra fase en el camino hacia el socialismo del siglo XXI, esto es, el ataque, por medio de avanzadas facinerosas, a la propiedad privada más elemental.
Por supuesto que esa etapa es parte del plan de avance totalitario sobre la decencia, el esfuerzo, el mérito y la honradez de la sociedad trabajadora que sale a ganarse lo que tiene en base al trabajo lícito.
El fascismo cristinista copó antes de ayer la cabecera de playa del servicio penitenciario para, desde allí, continuar con la fase del plan que se relaciona con el uso de la mano de obra delincuente para llevar adelante dos objetivos de una sola vez: por un lado continuar con el arrebatamiento de la propiedad a sus dueños (obviamente por la fuerza) y, por el otro, con la expansión del terror y el miedo entre la gente decente.
Carrigós no tiene frenos morales. No le importó incrustar en el seno de la Justicia -el poder imparcial por naturaleza de los tres en que se divide el gobierno de la república- una agrupación partidaria -y por lo tanto, obviamente, parcial- delante de los ojos de todo el mundo.
Luego, como todos sus integrantes, no solo continuó con esa avanzada sino que pretendió “venderla” como correcta y normal dentro del funcionamiento de las instituciones, cuando a todas luces el injerto de una agrupación partidaria en un poder imparcial es, por definición, una anomalía incalificable.
Desde ese cinismo casi profesional, Carrigós se propone instrumentar la parte del plan que necesita de los presos. Fue, calcado, lo que ocurrió en la Venezuela de Chávez y después en la de Maduro, en donde acarraladas de delincuentes presos salieron de las cárceles para ser entrenados por agentes cubanos de inteligencia, disfrazados de médicos, para robar a la población, causar terror y servir de avanzada armada del régimen en las calles. La concordancia del plan para liberar presos, con la habilitación de “médicos” de Castro en ha sido, en la Argentina, temporalmente notoria y sugestiva.
La sociedad asiste impávida a esta entrega por capítulos de un plan orquestado en distintas fases y sobre distintos campos de la vida argentina. Aparece como adormecida sin que muchos se den cuenta de la notable coordinación de objetivos y del avance combinado de todos ellos en diferentes frentes, pero todos orientados a la misma meta.
No hay ninguna diferencia entre las iniciativas que llevan al kirchnerismo a expropiar Vicentin de las que lo llevan a colocar a Carrigós en el Servicio Penitenciario: son todos escalones de la misma escalera. En esa escalera no hay escalones pequeños o poco importantes: todos tienen valor.
Mucha parte de la sociedad, lamentablemente, se guía por el principio de que tener razón a destiempo es lo mismo que estar equivocado. Por eso muchos que estamos preanunciado este plan coordinado desde hace mucho quedamos como locos exagerados, como paranoicos, partidarios de las teorías conspirativas.
El problema es que cuando se reúne suficiente masa de convencimiento para advertir que efectivamente venían por todo lo nuestro, ya es demasiado tarde.
El manejo del tiempo es aquí preponderante. Por eso, si bien no es obligatorio que todos adviertan el peligro, al menos no tratemos de locos a los que lo hacen. Simplemente invirtamos diez minutos de nuestro tiempo para tratar de juntar las piezas del rompecabezas que se presentan delante de nosotros. Es más, para los que no las han visto hasta ahora, hay gente que les ha adelantado parte del trabajo y, al menos les ha traído las piezas separadas y se las ha puesto delante: solo es cuestión de ensamblarlas.
La sociedad honrada no tendría perdón si no lo hace por desidia o por la aplicación del principio “quédate tranquilo, eso no va a pasar acá”. Pues señores, no solo que puede pasar sino que está pasando.
Todos los días el fascismo toma una cabecera de playa nueva. No importa su tamaño. A muchos, esos pequeños pasitos les pueden parecer una nimiedad. No son pequeños para ellos. Todo es ganancia.
No por muy repetida deja de tener peso la fábula de la rana en la sartén: con el aceite en plena ebullición si tiramos la rana, es muy posible que se salve porque con un salto evitará quedar frita en el instante. Pero poniéndola con el aceite frío e ir friéndola de apoco por la vía de aumentar imperceptiblemente la llama, la llevará a una muerte segura. Son los “pequeños” pasitos del fascismo.
Por supuesto que la rana podría tratar de loco paranoico al que tratara de advertirla sobre el aumento de la temperatura: “solo me estoy sintiendo más cómoda en esta calidez”, podría decir. Pero al rato estaría lista para ser engullida por el cocinero.
Aquí estamos frente a un cocinero atroz, maléfico. Si no advertimos rápido cómo nos van subiendo la temperatura en varios frentes de la sartén, terminaremos todos fritos, listos para que nos coman de un bocado.