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Tiempos de brocha gruesa

La idea de las discusiones binarias (blanco/negro, bien/mal, verdad/mentira, etcétera) suelen levantar polvareda y, en general, tienen mala prensa. 

Parecería que lo elegante, lo civilizado y, en cierta manera, lo sofisticado, es traer al debate otras mil consideraciones que lo hagan más rico, más interesante y más elaborado.

Es más, quienes tienden a reducir ciertas discusiones a dos visiones opuestas y excluyentes de toda otra consideración son calificados de “poco pulidos” y de no tener la capacidad de análisis suficiente como para abordar civilizadamente una determinada cuestión.

Sin embargo, cuando se enfrentan disyuntivas radicales, la ramificación de la discusión y la tendencia a poblarla con argumentos de mil grises teóricos, en general conduce a dos puertos no muy productivos: o deja la respuesta envuelta en una bruma indescifrable o paraliza las acciones de modo que la cuestión no se resuelve.

Lo que la Argentina debe hacer con el kirchnerismo se encuadra perfectamente en estas descripciones. Los que creemos que el kirchnerismo es una anomalía ontológica de la naturaleza (o sea algo así como un ser que nunca debió ser) generalmente somos calificados como “binarios” o poco menos que como trogloditas que no tenemos la capacidad para desmenuzar la realidad y separar la paja del trigo.

Acepto -para este caso- con orgullo esas calificaciones: prefiero ser un troglodita dispuesto a cancelar una anomalía, que un “racional” que le de alguna chance de supervivencia.

El kirchnerismo se ha propuesto -y en mucha medida lo ha logrado- embarcar al país en una corriente contracultural de reivindicación de lo marginal que incluye, obviamente, el orgullo por lo marginal. 

Desde la defensa de la cultura tumbera hasta el tratamiento concreto frente a la delincuencia y desde el uso del Estado para saquear el Tesoro Público en beneficio personal hasta la asociación con regímenes mafiosos de cualquier lugar del mundo, el kirchnerismo es la encarnación del mal. ¿Binario? Sí, muy binario. Y a mucha honra, agregaría. 

Nada de esa horda de delincuentes puede ser defendido. Ni la banalizacion de la Patria; ni la marketinizacion de los derechos humanos; ni el robo de las arcas publicas; ni la defensa de la delincuencia (no en vano arrasan en las cárceles con niveles de votación que superan el 80% de los votos); ni la defensa descarada de modelos politicos basados en la desaparición de la division de poderes; ni la teorización sobre los “excluidos”; ni el fomento de la construcción de un país en donde la cultura del excluido se transforme en el mainstream social; ni su vinculo con las dictaduras más vomitivas de la Tierra; ni sus métodos de apriete violento basados en la extorsión, la amenaza y el miedo; ni su estética (que ellos venden como “transgresora” pero que en realidad está dirigida a destruir subliminalmente los valores de la belleza, de la limpieza, de la puntualidad); ni su discurso barato preformateado y aprendido de memoria; ni su tendencia a tapar al otro gritándole encima; ni su hipócrita asociación con grupos paraestatales de millonarios a los que beneficia y de los que se beneficia; ni su plan para pauperizar la mente de un pueblo sumido en la escasez y en la dependencia de no poder valerse por sí mismo…

Toda esa montaña de mierda debe ser demolida; no debe quedar un solo rastro de ella. Es tanto lo que hay en juego detrás de ese objetivo que los que tengan el más tenue vínculo con lo que represente la antítesis de todo eso deben aunarse en un esfuerzo de “brocha gorda” para lograr eliminar esta anomalía de la Argentina.

Cuando esos extremos que, efectivamente están mal, hayan sido demolidos del horizonte argentino, entonces habrá llegado el momento de transformar la brocha gorda en pinceles de fileteros. 

Pero mientras cuestiones tan básicas como que los delincuentes tienen que estar encerrados y los ciudadanos honestos, libres, viviendo seguros en un entorno tranquilo; mientras esté en duda sin una condenada por robarle la comida de la boca a los argentinos más pobres pueda o no postularse a representarlos; mientras la obviedad de un enriquecimiento meteórico -ganado en base a robar lo que era el patrimonio común- pretenda ser explicada con argumentos banales y hasta ofensivos de la inteligencia del pueblo al que se dice defender; mientras los métodos de la amenaza mafiosa no sean erradicados del debate público; mientras pensar de una manera sea considerado “cipayo”; mientras el amor al país propio sea confundido con el nacionalismo chauvinista de odiar a otros países; mientras todo eso no se logre, entonces deberemos seguir bajo el reinado de la “brocha gruesa”.

La brocha gruesa es binaria por definición, es ordinaria, es poco sofisticada. Pero es clara. Su trazo define claramente hasta dónde llegan los colores.

Lamentablemente el kirchnerismo llevó a un extremo tan maquiavélico las estrategias para mantenerse en el poder, pudrió tanto el hipotálamo nacional a fuerza de adoctrinamiento, de manipulación de los medios públicos de comunicación, de reparto de dinero para comprar voluntades y de lisas y llanas mentiras (entre las que el uso hipócrita, político y mercantil de los derechos humanos debe contarse entre las más mas vomitivas) que hoy no queda otra que plantear la cuestión respecto de ellos desde una perspectiva asquerosamente binaria: es su modelo o el modelo de los países que viven una vida confortable y en donde la suerte de la ciudadanía está íntimamente vinculada a los que los ciudadanos hacen.

No debería haber fisuras en ese frente binario. Como no la tuvieron ellos (porque claramente los primeros “binarios” fueron ellos al proponerse el exterminio y la cancelación de todo lo que no fuera kirchnerista) no la deben tener, ahora, los que han llegado para marcar el final definitivo de esta tortura.

La belleza de la multiplicidad de colores vendrá luego. No se puede llevar un enorme tacho de pintura negra a un civilizado gris por la via de ir agregando dosis de gris al tacho de pintura negra: se necesitarían décadas para que esa mezcla alcance el “gris civilizado” por esa vía. Hoy solo puede aspirarse al “gris civilizado“ (como modelo final) arrojando ingentes cantidades de pintura blanca al tacho de pintura negra. Hoy hay algo en juego mucho más grande como para andar discutiendo si el color de mi blanco es más mas “nieve” o más “tiza”. Tenemos latente la posibilidad de que todo vuelva a teñirse de negro. Mientras ese peligro no sea definitivamente conjurado no tendremos más opciones que la de una elección trogloditamente binaria. Con perdón de los “sofisticados”. Su tiempo no ha llegado aun, muchachos.

Por Carlos Mira

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4 thoughts on “Tiempos de brocha gruesa

  1. Gustavo Lionel Rodríguez

    Así es nomás estimado Carlos la comunicación entre Macri y Milei aparentemente parece tener en cuenta lo que bien expresas en ésta nota. Abrazo

  2. Carlos

    Como siempre de 10 su Editorial pero
    No alcanza con dar “la batalla cultural”
    Hay q dar batalla en todos los frentes
    Dejar la “comodidad” y los ” vicios” de
    Lado y proceder premiando a quien actua bien y dejar q Dios lo ayude a quien procede mal.
    Asi nos enseño Lita de Lazzari….

  3. Juan

    Miren la diferencia Lacalle Pou se va
    Maduro se sigue quedando como hacen los Dictadores de izquierda q se quedan
    Hasta su muerte Venezuela no es una
    Democracia es una Dictadura…..

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