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“Tener razón a destiempo es lo mismo que estar equivocado”

Voy a contar una historia personal y por eso pido disculpas. Pero es tan fuerte lo que está ocurriendo que no puedo evitar sacar a la luz lo que mantuve en penumbras durante años. No es un “yo se los dije”, pero casi. De nuevo, perdón por eso.

En las redes está circulando un video con un reportaje de Jaime Bailey a Javier Milei cuando era candidato a la presidencia en donde el periodista peruano le hace al hoy presidente electo la observación de que en general “la intelectualidad” y “los artistas” son socialistas, o de izquierda o, más genéricamente, “progresistas”.

Milei contesta rápidamente: “Si y tengo una explicación para eso: Gramsci… Gramsci advirtió que el comunismo se impondría sobre el liberalismo si lograba ganar una batalla cultural contra sus valores. Para eso sugirió la estrategia de copar las usinas culturales de una sociedad: la academia, las artes, el cine, el teatro… Para ellos los recursos no serían un problema porque los conseguirían saqueando al Estado. Y así lo hicieron. El liberalismo perdió esa batalla. Por eso siempre dije que la idea de Milton Friedman sobre el deber social de los empresarios no estaba completa. Friedman sostenía que el deber social de los empresarios terminaba en el hecho de ganar dinero, porque suponía que lo que era necesario hacer para ganar dinero generaba un bien adicional a la sociedad (en trabajo, en bienes baratos, en oportunidades, etcétera) que era suficiente. Yo considero que no es suficiente. Yo creo que los empresarios deben invertir en algo que sería parecido a comprarse un seguro. ¿En qué consiste ese “seguro”? En financiar a los que divulgan y sostienen las ideas de la libertad que no son otras que las que les permiten a ellos seguir operando sus empresas”.

Les juro que no podía contener la emoción cuando escuché esas palabras por primera vez. De repente me pareció que la vida me metía en una enorme máquina del tiempo y me teletransportaba a 20, quizás 30, años hacia atrás.

En esas imágenes nítidas me veía a mí mismo recorriendo las siempre agitadas calles de Buenos Aires para llegar puntual a mis reuniones con empresarios. Tenía muy claro lo que iba a decirles: “Apoyen mis programas y mis proyectos editoriales porque su contenido siempre estará dirigido a defender el conjunto de principios que hacen posible que esta empresa exista. El “otro lado” se mueve. No deja solas a sus espadas: las apoya, las sostiene. Ellas hacen un trabajo importante imponiendo una agenda. Si esa agenda triunfa esta empresa va a morir o tendrá enormes dificultades. Si ese trabajo de hormiga no es contrarrestado por otro igual de sentido opuesto, la actividad privada en la Argentina correrá serio riesgo…”.

En la mayoría de los casos, hable a la pared. Aunque hubo excepciones honrosas a las que siempre les estaré agradecido. Ellos sí vieron el peligro e intentaron ponerle una ficha a un loco.

-Sabes que pasa, nosotros tenemos que seguir operando en este contexto y si apoyamos a alguien tan crítico del sistema podemos tener problemas…

-Es que los problemas los van a tener igual… O peor…

-Yo te entiendo. Es más, en lo personal no tengo dudas que eso es lo que tendríamos que hacer. Pero yo no tengo la última palabra. Lo lamento…

Y allí salía yo, con mi plan bochado, con mi estrategia derrotada. No buscaba publicidad; buscaba respaldo. Lo buscaba porque sabía lo que se venía. Lo veía tan claramente que no podía entender cómo los demás (que encima eran los que más iban a perder) no lo veían. Es más, nunca tuve un “productor comercial”. Intenté tenerlo, pero no funcionó. Era lógico: yo ofrecía una idea, no un producto. Y para “vender” una idea no hay nadie mejor que el que la tiene.

Todo aquello se cumplió al pie de la letra. El concepto puro de empresa privada dejó de existir prácticamente en la Argentina. La libertad de trabajar a propio riesgo exponiéndose al veredicto de los consumidores fue reemplazada por un complejo sistema de presiones y contrapresiones de resultas del cual surgían hijos y entenados pero nunca operadores libres que buscaran maximizar su utilidad para -de ese modo- generar una ola de beneficios sociales adicionales de los cuales todos se beneficiaran y actuaran como una enorme palanca que elevara el nivel de vida argentino.

Entonces me pregunté qué parte de mi razonamiento estaba equivocada. Llegué a una conclusión que siempre surge de buscar al beneficiado. Como en las novelas de crímenes en donde una pauta de la investigación puede consistir en averiguar quién se beneficia con la muerte, empecé a pensar si realmente los que yo consideraba que se beneficiarían con la defensa de los principios de la libertad, se beneficiarían realmente… ¿Y si en realidad se beneficiaran con la continuidad del infernal sistema de controles?

Nunca descubrí de qué manera ese laberinto podía ser mejor que la libertad pero lo cierto es que, lentamente, tuve que aceptar que mi romántico razonamiento principista estaba muy lejos de tener vigencia y, mucho menos, de jugar a mi favor.

Ahora, cuando escucho a Javier decir estas cosas y veo cómo, justamente, ese tramo de la entrevista con Bailey se viraliza en Tik Tok, pienso en lo que alguna vez, en un Café Martínez de Belgrano, me dijo un amigo periodista al que no veo hace muchos años: “Sabes qué pasa, querido, tener razón a destiempo es lo mismo que estar equivocado”.

¡Cuánta verdad! “Tener razón a destiempo es lo mismo que estar equivocado”. Nunca lo había pensado así hasta que este amigo me lo dijo. Ya era tarde, de todos modos. Además no podía cambiar lo que había creído toda la vida para amoldarlo a lo que la realidad me demostraba.

Semi-emigré y preferí buscar otras formas de satisfacer necesidades del mercado. Continuaría con mi prédica casi por vocación. Dicen que cuando uno hace con pasión aquello que está convencido que debe hacer; cuando uno hace lo que debe hacer y se desprende del resultado, la vida lo toma a uno firmemente de la mano y lo lleva a ese lugar que su alma anhela.

Ahora que los tiempos se acomodaron; ahora que ya no soy un contracorriente sino que el discurso que repito desde hace más de 45 años ha recibido el endoso social de un voto contundente, ¿me tomará la vida firmemente de la mano para llevarme al lugar que siempre anhelé? Estaría bueno. Ver que la Argentina ya no es un páramo de “vivos” haciendo esgrima con recursos ajenos para ver quién se lleva la mejor tajada será reconfortante. Ver por fin que, hacer lo que hay que hacer, no es una inocentada, será un mimo al alma. Cuando llegue ese momento no me importará haber “vivido equivocado” tanto tiempo.

Ojalá nunca más quienes deben defender la libertad le cedan el terreno a los que quieren aniquilarla.

Por Carlos Mira
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4 thoughts on ““Tener razón a destiempo es lo mismo que estar equivocado”

  1. Oscar Mary

    Carlos: todos tus editoriales son muy buenos, pero este es excelente. Abrazos desde Texas.

  2. Anónimo

    Realmente excelente Carlos, but just in case seguí buscando perlas así en el inagotable cajón de los recuerdos que tenemos los argentinos. Lamentablemente lo que más nos falla es la memoria. Abrazo

  3. deleatur

    No comparto la frase. Es como decir q un cuerdo entre locos es como un loco entre cuerdos. Y no. Aunque en la práctica las situaciones tengan ribetes semejantes, son fundamentalmente diferentes, y es solo una cuestión de tiempo q las diferencias se vuelvan patentes. Ojo con dejar q el árbol no te deje ver el bosque.

  4. Edith

    ¡Al fin alguien expresa claramente mi pensamiento! A los 82 años soy optimista y todavía tengo esperanza de que Argentina salga de este pozo aunque yo tal vez no lo vea. Gracias. Excelente editorial.

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