Frente al desastroso manejo de la vacunación que viene haciendo el gobierno kirchnerista, que ha combinado -como siempre- la ineficiencia con el robo, se han empezado a escuchar propuestas para que fuentes alternativas de provisión de vacunas sean autorizadas.
Esta idea propone que entidades del sector privado (prepagas, sanatorios, obras sociales, empresas farmacéuticas, ONGs, etc) puedan salir a celebrar contratos privados con laboratorios internacionales para traer vacunas por su cuenta y empezar a aplicarlas cobrando su costo a quienes puedan y quieran pagarlas.
El presidente Fernández salió al cruce de estas iniciativas bajo el argumento de que “las vacunas deben ser para todos”, no para quienes puedan pagarlas. Sin querer, el presidente, al utilizar ese razonamiento confirma la naturaleza de la que está hecho el gobierno, el kirchnerismo en particular y el peronismo en general.
En cuanto abren la boca se destila la hilacha de resentimiento y de envidia de la que están hechos. La lógica detrás de la argumentación de Fernández es muy sencilla de percibir y podríamos definirla así: “Vos, aunque podrías vacunarte, no te vas a vacunar hasta que me vacune yo. Y si yo me puedo morir por no tener vacunas, vos también te vas a morir”.
Ese es el principio que guía todo el gobierno y que le imprime su sello a todas las decisiones. Un sello clasista, envidioso y resentido.
El gobierno entiende que las vacunas deben estar “socializadas” y el Estado tener el monopolio de la distribución. Claro que hay algunas excepciones para este principio. Y naturalmente los usufructuarios de esas excepciones son ellos mismos.
Así, cuando llegaron las escasas primeras remesas de las vacunas “socialistas para todos”, los primeros en manotear los cargamentos para vacunarse fueron ellos mismos. Es decir, el socialismo vacunatorio sirve para hacer demagogia e inyectar más odio de clases en la sociedad. Pero cuando la salud de ellos mismos está de por medio, el socialismo va a parar al diablo, y los primeros que se vacunan son ellos con las vacunas supuestamente traídas “para todos”.
¿A qué lugar puede llegar un país con gente de esta calaña gobernándolo? ¿Qué cosa buena puede salir de este caldo de odio clasista?
Por lo demás, cuando un “rico” se vacuna usando su propio dinero para ello, no le roba ni le saca la vacuna a nadie. Nadie va a dejar de tener “vacunas socialistas” porque un rico se vacune con “vacunas capitalistas”.
En cambio, someter, incluso a los que tendrían medios para evitarlo, a la obligación de depender de la eficiencia de un conjunto de improvisados corruptos es un acto de maldad pura: es tener la posibilidad de que muchas personas se las arreglen con sus medios (liberando, de paso, quizás millones de dosis para los no pueden pagarlas) y negarla por el solo hecho del odio de clase; por someter a todos a una dictadura clasista que no quiere darle el gusto a la gente que podría vacunarse de que se vacune.
Es más, hubo delirantes en mi propia profesión (saben que la siguiente posición más demagógica del mundo después del atril político es la del periodista irresponsable) que salieron a criticar a los argentinos que se vacunaban en otros países bajo el vacío argumento de que “eso está mal”, pensando secretamente -estoy seguro- en qué forma podría encontrarse para prohibirlo.
Quizás nada, en los últimos años, haya permitido descubrir la enorme envidia que late en el corazón argentino como este tema de las vacunas. Es ese odio de clase el que el kirchnerismo explota a su favor y el que le da la base de sustentación electoral; en ese resentimiento bajo se apoyan.
El argumento de “todos”, que aparece en todas partes (desde el nombre de la agrupación que gobierna hasta los discursos vacíos en los que encima se les agrega el tedioso “todos y todas”) es el que explica por qué la Argentina nunca se desarrollará, nunca dejará la miseria atrás y, al contrario, descenderá aún más en los puestos de esas infamias.
Mientras el país siga decidiendo prohibir a unos lo que podrían hacer porque otros no lo pueden hacer, nadie lo hará, unos porque se lo prohíben y otros porque no pueden. Solo miseria puede esperarse de una organización social que se maneja por esos principios.
Los países despuntan cuando algunos despuntan. No todos pueden avanzar al mismo ritmo, al mismo tiempo. Detener el avance de algunos por el peso de una bota totalitaria que pisa la cabeza de quien quiere asomarla, solo porque otros no pueden asomarla solo hará que nadie pueda asomarla nunca.
Ese es, dicho sea de paso, el objetivo real perseguido por estos sistemas de servidumbre: que todos estén en la miseria y a merced de los caprichos de la nomenklatura. Si una porción entusiasta y pujante de la sociedad le discutiera ese poder a la élite gobernante, ésta perdería sus privilegios, su ascendencia y el usufructo de sus prerrogativas.
Es de la mayor prioridad para ese grupo de parásitos que nadie les discuta su monopolio. Sea para traer vacunas o para dar de comer. Convencer a incautos de que “todos” están en sus manos y de que “todos” dependen de ellos es el corazón central del mensaje que deben imponer para que nadie discuta su autoridad y sus órdenes.
La cuestión de las vacunas ha puesto este debate sobre la mesa como quizás ningún otro tema en la Argentina de las últimas décadas. Aquí la bota del Estado les está prohibiendo a los argentinos que podrían salvar sus vidas que la salven, porque aquí impera el principio de que el Estado va a decidir quién muere.
Ninguna performance individual servirá para hacer que el destino de unos sea diferente del de otros. El “socialismo vacunatorio” pone de relieve la naturaleza criminal del socialismo. Solo esos sentimientos humanos bajos, que anidan en perfiles oscuros de la mente han permitido que el mundo diera a luz semejante idea del mal. Y con esos mismos sentimientos como motor, esa máquina fría de matar progreso y de matar personas -que es el socialismo- sigue reproduciéndose como una hidra venenosa. Mientras nuestro veneno sea más poderoso que nuestra buena fe, la Argentina no tendrá remedio. Con vacunas o sin ellas.
Siempre achatan, hacia abajo.
Llevo tiempo esperando que me llamen para vacunarme. Mi obra social podría cubrirla (como la de la gripe y otras) o, de última, me la puedo pagar yo. Es arbitrario que esta gente disponga quién sí y quién no.
Es un bien muy demandado y x lo tanto, escaso. Allí se juega nada menos que la calidad de vida q los adultos mayores *pretendemos* tener en el corto lapso de vida que nos queda.
No hay remate.