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Sobre la “crueldad”, la “sensibilidad, la “grandeza” y la “mediocridad”

La columnista de La Nación, Luciana Vázquez, plantea un muy interesante análisis sobre la “crueldad”, el nuevo caballito de batalla kirchnerista para “frenar a Milei”.

La estrategia se basa en presentar al presidente como un alienado al que no le importa la suerte de los sectores más desfavorecidos de la sociedad con tal de avanzar con su plan de mantener las cuentas fiscales en orden.

La pregunta que deberíamos plantearnos aquí es ¿Quién es el verdadero cruel en esta película llamada “Fracaso Argentino”?

¿Es el que se propone atacar la raíz del mal que descompaginó todo el funcionamiento del país y de la sociedad hace más o menos unos 90 años? ¿O es quien sugiere seguir haciendo un uso demagógico de la “sensibilidad” a costa de que sus políticas en el mediano y largo plazo condenen a las personas por las que dicen preocuparse a una vida gris, con privaciones, sin horizonte ni futuro y con el larvado pero muy devastador efecto de ir convencido subliminalmente a todo el mundo de que, sin la ayuda del Estado, esas personas no sirven para nada?

Porque a mí me parecen mucho más crueles los que se identifican con las políticas del segundo grupo que aquellos que respaldan a quien quiere cortar definitivamente con la causa madre del problema.

Y aquí voy seguramente a disentir incluso hasta con el ala más ortodoxa que, en el extremo, seguramente representa el propio presidente: para mí la causa madre del problema no es el déficit fiscal (producido por un desequilibrio en las cuentas públicas producto de gastar más de lo que se produce). Para mí la causa madre del problema es que por una cuestión cultural y de herencia de tradiciones los argentinos no se sienten con la capacidad de ser los dueños de sus vidas; no les caen bien los sistemas que depositan en ellos mismos las posibilidades de estar mejor o de estar peor y que tienen una tendencia natural a preferir sistemas que les digan que los van a ayudar.

Esa preferencia es incluso más fuerte que el hecho de verificar que, luego, esos sistemas no los ayudan: fuera de algún rechazo circunstancial a esas concepciones, al cabo de un tiempo vuelven a caer en ellas como si nada hubieran aprendido.

A su vez quienes se dedican a la política profesional (que, en el fondo, son personas dotadas de la habilidad de detectar lo que la gente demanda de una supuesta dirigencia) no han tardado en percibir esas inclinaciones de los argentinos y, por lo tanto, diseñar discursos y narrativas que, siendo compatibles con esa mentalidad, les lleven agua (votos) para su molino.

La Argentina ha tenido (encima) la mala suerte (o quizás tampoco sea mala suerte sino la consecuencia de una inclinación natural de la cultura nacional por la cuasi-delincuencia) de que una importantísima parte del clan político que abrazó el verso demagógico de profundizar las concepciones más equivocadas de la sociedad, también resultó ser una banda delictiva común que, una vez instalada en el poder (ganado gracias a haber endulzado los oídos de la gente vociferando palabras que son las que la gente quería escuchar, como las del “Estado presente”, la “ayuda a los más débiles”, el “de todo para todos”, la “sensiblería de los jubilados”, etcétera etcétera) se dedicó a robar vilmente los fondos aportados con esfuerzo al erario público por todos los argentinos.

Pero ahora resulta que parece que esa banda de ladrones son los “sensibles” y el que vino a tratar de arreglar el problema es el “cruel”. Yo pregunto ¿hay algo más cruel que robarle la plata a la gente que el propio ladrón sabe que no tienen para comer, cuando, desde la tribuna política, ese mismo ladrón se valió de convencer a ese que no tiene para comer que venía para ayudarlo?

Eso debe ser algo así como el colmo de la crueldad. Eso es sadismo o quizás incluso haya que inventar una palabra nueva para definir semejante bajeza.

Lo más grave de todo, sin embargo, es que yo creo que el discurso de la “sensibilidad” todavía tiene muchos adeptos. Gente que el propio presidente (más allá de que ahora se comprometió a no insultar y a moderar su lenguaje) diría que no sabe sumar ni con un ábaco.

No hay más que echar una ojeada simple en X para llegar a la conclusión de que gente que parecería tener alguna dosis de entendimiento, sigue enarbolando la idea de que “hay que hacer algo con los jubilados para no matarlos” sin advertir que lo mejor que se puede hacer para evitar seguir matándolos es lograr que su ingreso les sirva y no que acumulen un pilón deslumbrante de papales en sus manos que, en los hechos, no sirven para nada.

Parece mentira que gente adulta crea que la abundancia y el estar mejor es poner más unidades monetarias en las manos de la gente haciendo que esas unidades monetarias cada vez valgan menos.

Pero, de vuelta, no quiero caer aquí en una explicación técnica sobre el valor del dinero sino insistir en la influencia de una cultura clientelar heredada de la tradición colonial y de la metrópoli colonizadora, según la cual las personas DEBEN recibir ayuda del Estado para vivir porque, dejadas a su suerte, perecerían victimas de su propia inservibilidad.

Y si hablamos de crueldad, yo pregunto si hay algo más cruel que (usando palabras bonitas, naturalmente) decirle a la gente en la cara “Mirá, ¿sabes qué?, la verdad es que sos un inservible… No te podes valer por ti mismo en la vida… Si yo no te ayudo estas condenado a morir de hambre… Así que votame a mi así te ayudo…”

Pero la inclinación inconsciente de nuestra cultura nos lleva a creer que el cruel es el que te dice “Yo te creo capaz, así que te voy a dar las condiciones para que te arregles solo en la vida, que no dependas de mi ni de nadie, y que llegues tan alto como puedas… No te voy a garantizar ningún resultado: pero quédate tranquilo que voy a remover todos los obstáculos que te molestan para avanzar…”

En suma, el que es cruel con los crueles, ¿es cruel o es , en el fondo, el verdadeo “sensible”?

Esta fue (y es) la filosofía de la Constitución, después de todo…

El problema es que el tiempo demostró que esa Constitución “formal” (que es el producto de la creación racional de una elite) está en directa contradicción con la Constitución “material” (que es el resultado de costumbres, tradiciones ideas y creencias que nos vienen de lo ancestral de nuestra cultura).

Por supuesto que, al menos para mí, hay hechos objetivos: sea cual sea el bagaje cultural de una nación, toda sociedad debería tener en claro que es mucho más cruel (casi un ser un hijo de puta, diría yo) el que se monta sobre la tradición paternalista de la sociedad para venderle el curro del Estado protector y luego robarle la comida de la boca, que el que le dice “yo confío en tu capacidad de enfrentar la vida” y luego trata de adecuar el marco jurídico del país para que los que quieren enfrentar la vida puedan hacerlo.

Por lo tanto, la pregunta final, más que al presidente o a la propia oposición, los argentinos deberían hacérsela a sí mismos: ¿les gusta un sistema que les permita ser libres  y llegar tan lejos como puedan aunque ese sistema conlleve el riesgo de que no lleguen a nada; o prefieren un sistema que les diga que no van a tocar el cielo con las manos pero que tampoco caerán al infierno?

Y esa es una pregunta incluso previa a la valuación empírica de que los sistemas que les DIJERON a los argentinos que los iban a ayudar (y que si bien las normas que había que sancionar para ayudarlos les iban a cortar las alas que podrían hacerlos tocar el cielo con las manos, les iban a asegurar que no conocerían las penurias del infierno) terminaron robándose todo.

Porque, encima del verso de la crueldad, en la Argentina está PROBADO que los que DIJERON que venían a ayudar a los débiles se ROBARON la plata de todos.

Pero insisto, dejemos ese dato (que, de por sí, sería suficiente para dar por terminada la discusión) de lado: fuera del ROBO, ¿los argentinos prefieren un sistema libre que no les corte las alas y les dé la POSIBILIDAD de llegar al cielo (aunque no se lo garanticen), o prefieren otro sistema que aunque les haga vivir una vida más mediocre les DIGA que, en esa mediocridad, no les faltará lo esencial?

Entonces la pregunta más que “crueldad” o “sensibilidad” debería ser “grandeza” o mediocridad”.

Lo único vedado en estas disyuntivas es una preferencia que pretenda combinar las bondades de ambas concepciones: un orden jurídico que, al mismo tiempo, posibilite la grandeza (sin asegurarla) y garantice una vida sin privaciones aunque no se llegue a ser “grande”. Para tener la posibilidad de ser grande hay que construir un orden jurídico que también contemple la posibilidad de que te quedes sin nada.

Eso sí: ladrones no. En ninguna de las dos concepciones debería estar consentido el robo. Que el que te dijo que te venía a ayudar sea el mismo que te robó todo es la más grande de las crueldades que puedan imaginarse. Y que el cruel acuse de cruel a otro es el colmo del sadismo. Eso, es el kirchnerismo. Por eso hay que termiar con él… A cualquier precio.

Por Carlos Mira

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