Todavía tengo en el recuerdo de muy pequeño esas etiquetitas blancas con un escritura azul que decían “precio fijo y uniforme en todo el país” pegadas en algún lugar visible del producto. También recuerdo que, pese ser yo muy chico, me molestaban las palabras “fijo” y “uniforme”. No sabía muy bien por qué. Era, más que nada, un rechazo visceral.
Nunca pensé que cincuenta años después iba a escuchar proyectos que propusieran hacer aquello de nuevo. El kirchnerismo es tan antiguo que propone hacer lo que ya falló hace 5 décadas.
Crease o no, La Cámpora (que obligó a Massa a dar por concluido su plan de ajuste) está a cargo de la economía ahora. Sus propuestas son las que el inescrupuloso ministro de economía que tiene el país intentará implementar.
Dentro de esas medidas, un dependiente suyo, el secretario de comercio, Matías Tombolini, anunció un programa de “Precios Justos” (curiosamente con el mismo nombre que tuvo el que Maduro lanzó en Venezuela como prólogo a la hiperinflación de 2015) con la esperanza que la semántica resuelva lo que no pudo resolver “Precios Cuidados”: el mismo perro con distinto collar.
Dentro de ese anuncio se especula con la novedosísima idea de las etiquetas. Esta gente, que nunca trabajó en su vida, no tiene la menor idea de lo que significa una estructura de costos y un sistema de logística. Sugerir este absurdo implicaría para las empresas un formidable aumento de sus gastos que, al no poder trasladar teóricamente a los precios, produciría un efecto olla a presión que las haría volar por los aires, con etiquetas y todo.
El subsiguiente y obligado sinceramiento de toda esta parodia desembocaría en la misma hiperinflación que hace seis años explotó en la dictadura venezolana. Pero no hay caso: los cabezas de termo del socialismo camporista insisten con lo mismo.
Pablo Moyano -otro de los caciques que gobiernan este país (porque en los hechos es así)- exigió controles de precios, multas para las empresas, congelamiento, un aumento de suma fija y paritarias libres. Esto es: “vayamos a robarles lo que les queda”. Todo en medio de un tono de amenaza y extorsión, onda “es esto o…” ¿O qué, Moyano? ¿Si no se hace lo que usted exige, qué va a hacer? ¿Va a paralizar el país con sus camiones? ¡Hágalo! A ver cómo sale de ese enfrentamiento.
En Venezuela, que empezó a transitar este mismo camino antes que la Argentina, el 94% de la población es pobre, es decir, se logró configurar el ideal del socialismo bergogliano: todos comiendo polenta de una olla popular al mismo tiempo que una nobleza privilegiada vive en el lujo de los reyes medievales, como Francisco.
Tombolini también anunció que iban a reforzar la presencia de inspectores en todo el país para controlar los precios, creyendo que persiguiendo con la “policía” a la gente por la calle se puede gobernar un país y, fundamentalmente, hacer fluir su economía hacia un desarrollo sostenido.
¿Qué generador de trabajo genuino arriesgaría su capital en un país gobernado por inspectores policiales?
Son demasiados años los que el país vive bajo el imperio de las ataduras y los controles. La etapa superior de esas creencias paleolíticas ha sido, desde ya, el kirchnerismo que vino a refinar los absurdos de hace 80 años. La cultura de la imposición es la que ha dominado la escena económica y social del país. Y ha producido lo que tenemos: pobreza de la mitad del país y creciendo; jóvenes sin futuro que emigran; sensación de tristeza, frustración y amargura; inseguridad rampante; un país decadente que hace alarde de la decadencia, que reivindica lo que está mal, que se enorgullece de lo vergonzante… “Groncha Peronista”, “Trava Peronista”, se podía leer en algunas remeras que lucían los manifestantes del 17 de Octubre.
Dar vuelta este tuco de fracaso será una tarea titánica. Es más, es muy probable que las primeras medidas que haya que tomar para intentar empezar un camino de retorno a lo que está bien, produzcan más “daño” en un primer momento. Si no hay una convicción profunda sobre la decisión de salir de las adicciones, el período en el que el síndrome de abstinencia arrecie puede tener ribetes dramáticos, máxime con una dirigencia responsable de la catástrofe que, lejos de asumir su culpabilidad, pondrá todos los palos en la rueda habidos y por haber para evitar perder sus privilegios y que el país se convierta en una república normal (en ese orden).
Si en la oposición no tienen en cuenta esto y, encima, no presentan un frente sólido, comprometido y convencido de lo que hay que hacer, el populismo seguirá imperando y ya no tendrá vuelta atrás.
Las etiquetas en los precios de los productos es una especie de metáfora gráfica de la Argentina: un país empeñado en un voluntarismo soberbio y tiránico que sueña con que sea posible diseñar una realidad en un laboratorio y luego imponerla por la fuerza del garrote: una especie de reconstrucción cultural del muro de Berlín y de la Unión Soviética cuyo derrumbe hay muchos que aún no han logrado digerir.
La pregunta es si los que se presentan para -supuestamente- venir a “arreglar” esto tienen en claro ese fracaso o si creen que el sistema fracasó porque lo hicieron otros y no ellos. Desgraciadamente hay aún, en JXC, bolsones de esos trasnochados, aunque no se pueda creer. Si esas divergencias sobre la ciclópea tarea que hay por delante no se resuelven, el pretendido remedio puede ser peor que la enfermedad.
El problema, estimado Carlos, es que, como en aquellos actos de magia realizados de forma repetida por el mago que recorría los pueblos junto al circo, “el público se renueva”. De allí que nuestra sociedad pueril, banal y egoísta, permita que nos sigan engañando con los mismos trucos, por años y años. Por eso es tan importante para los tiranos reescribir la historia. No sólo para quedar en ella como los héroes, sino para poder seguir haciendo en vida los mismos trucos fáciles que nunca han funcionado antes. La desgracia de Peronia, básicamente.
El que quiera arreglar ésto, sólo debe prometer “sangre, sudor y lágrimas”; y el argentino no comprenderá.