No hay dudas de que en tiempos turbulentos las posibilidades de escuchar disparates se multiplican poco menos que al infinito.
Ayer uno de los principales analistas de la Argentina, en el prime time de la televisión, dijo que, en “gran medida, el país se había mantenido libre de estallidos como el chileno gracias al sindicalismo que tiene, a las organizaciones sociales y a que una elección estaba cerca, con lo que la gente podía decir ‘bueno, esto ya termina y viene otra cosa…’”
Resulta verdaderamente increíble que una persona ponderada, seria, centrada, moderada y considerada por todos como alguien criterioso (no lo vamos a nombrar para mantener el decoro del anonimato) haya caído en semejante comentario.
En primer lugar, el tipo de organización sindical de la Argentina es un drama, no es solución de nada. Si para evitar caer en lo que ocurre en Chile debo aguantar durante 80 años una organización mafiosa, prepotente, que vive del atropello, integrada por verdaderos matones y que no vacila un segundo en hacer cualquier cosa (repito: cualquier cosa, entendiendo por “cualquier cosa”, cualquier cosa) con tal de mantener sus privilegios, entonces se empieza a comprender mejor lo que ocurre en y con el país. Y más aún cuando ese comentario, proviene, reitero, de uno de los más prestigiosos analistas que tiene la Argentina.
El sindicalismo argentino, siendo una calamidad, no ha sido el último escalón del enquistamiento mafioso en el orden jurídico formal. El país se las ingenió para escalar a una instancia superior del sindicalismo mafioso y genero el engendro de las llamadas “organizaciones sociales”.
Estas verdaderas guaridas de capitostes vivos, que encontraron un yeite perfecto para vivir sin trabajar de los impuestos que le exprimen a la clase media que labura, constituyen bolsones de corrupción que absorben miles de millones de pesos del presupuesto nacional, sin que eso haya servido para mejorar la vida de la gente.
Al contrario, ese ha sido un mecanismo para cooptar la última gota de libre voluntad que quedaba en las personas -si es que en realidad quedaba algo y el fascismo peronista no la había absorbido toda ya- a las que ahora se lleva de las narices de aquí para allá, muchas veces sin que siquiera sepan adónde van y para qué van.
¿Y esto es lo que, según este prestigioso analista, impide que la Argentina estalle como Chile? Bastante carito nos sale el antídoto. Y lo que es peor es que es un antídoto que impide que el pus salga a la luz, de modo que la infección, oculta, no hace otra cosa que propagarse y agrandarse.
Detrás de esta extorsión -que efectivamente ha sido explotada primero por el sindicalismo peronista y luego por las organizaciones sociales en una onda “¿querés tratar con nosotros o te ponemos a los zurdos radicalizados en la calle?”- ha permitido que una casta de jerarcas alcance el nivel de vida de verdaderas oligarquías mientras la gente (a la que usan como carne de cañón) vive en la miseria.
El trabajo de esta organización (el sindicalismo peronista y las organizaciones sociales) ha calado tan hondo que no solo ha convencido a millones de que a lo máximo que pueden aspirar es a cagar en un balde, vivir en barro y estar bajo el agua ante la primera inundación, sino también a una intelectualidad que le atribuye efectos benéficos, a un Estado que los colma de recursos que provienen de los bolsillos de los contribuyentes y a unos sectores sociales que le agradecen el hecho que de no ser por ellos la Argentina estaría expuesta al comunismo. Es como aquel que para no morir de un síncope acepta morir de a poco.
Otro párrafo aparte merece la mención de este analista referida a que parte de la “suerte” que tenía el país era que había “una elección cercana con lo cual la gente podía decir: ‘bueno, esto termina y viene otra cosa’”
¿Para quién está trabajando este señor? ¿Acaso supone que lo que viene, si no es la reelección del Presidente Macri, será mejor para la Argentina? ¿Acaso insinúa que Macri no representa valores diferentes de los del fascismo peronista?
El gobierno ha cometido una cantidad innumerable de errores. Los marcamos y los discutimos aquí desde el primer día. No haber dicho una sola palabra sobre cómo el autoritarismo había destruido las bases mismas del país, fue el primero. No haber desenmascarado las maldades ocultas que con toda insidia el kirchnerismo dejó escondidas debajo de cada alfombra de la Casa Rosada, fue otra. No haber confiado en la libertad para desatar las cadenas de asfixia que mantienen atadas las fuerzas productivas del país, fue un pecado. Creer que el “gradualismo” iba a suplir lo que solo remedian las grandes cirugías, fue otro.
Pero de allí a sugerir que “bueno, esto ya termina y ahora viene otra cosa…” y que gracias a eso y al sindicalismo peronista y las orgas sociales el país no estalla como Chile, me parece demasiado sesgado como para provenir de alguien que todo el mundo no duda en calificar como centrado y moderado.
Es evidente que la borrachera fascista es muy profunda en el país. Encontrar estos ejemplos que demuestran que hasta los que parecen más a salvo también están infectados, no deja de asombrarme.