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Que el aparente despertar no sea dormido por el fraude

El periodo que corre entre las elecciones primarias y las elecciones generales del 14 de Noviembre está plagado de interrogantes.

Por la naturaleza propia de este sistema extraño que inventó Néstor Kirchner, el resultado de las PASO puede coincidir o no con el de las legislativas o presidenciales, según el caso.

En 2019 el resultado de las primarias fue apabullante para el FdT, sin embargo, luego, en las presidenciales, el entonces presidente Macri logró remontar gran parte del terreno perdido y quedó a solo 7 puntos de distancia de los votos de Fernández.

En el escenario actual, por supuesto que el gobierno se planteó un desafío similar y para eso eligió un camino. El problema para el kirchnerismo es que el camino que eligió -si es que aún queda algo de pensamiento racional en la Argentina- debería hundirlo aún más en la derrota, antes que sacarlo de ella.

En efecto el gobierno se ha inclinado por la práctica del soborno, que es una costumbre inventada por el más rancio peronismo inicial, cuando al General y a su esposa, se les ocurrió la brillante idea de regalar (usando el dinero público y el que a mano armada le sacaba a los individuos y a las empresas) elementos materiales con el cual compraban las voluntades de los votantes.

Desde bicicletas hasta pan dulce  eran la moneda de cambio que Evita y Perón habían encontrado para pavimentar sus triunfos entre las clases más pobres.

Esa mentalidad no cambió. Tuvo transformaciones y adecuaciones a los tiempos pero la raíz de la táctica no se ha modificado. El peronismo siempre creyó que el argentino era un ser comprable por plata: algunos se conformarían con una bicicleta, otros con la seguridad de obtener un gran negocio. Pero en el fondo la concepción era la misma: la convicción de estar tratando con un ser que no tenía la más mínima dignidad y que todos -cada cual en su medida- aceptarían el soborno con tal de obtener un beneficio instantáneo.

La cuestión hoy, más de 70 años después, es que muchos argentinos parecen haber comprendido que el placer inmediato produjo una decadencia de largo plazo que torna inútil el placer inmediato.

¿De qué sirve la bicicleta regalada si los que me la regalaron no fueron capaces de concebir un sistema de seguridad como para que yo pueda disfrutar de mi bicicleta sin que me la roben? ¿De qué sirve el conchabo del gran negocio si los que me lo aseguraron destruyeron la economía del país a tal grado que la Argentina no tiene moneda, no tiene mercado que me compre mi producto porque tiene el 50% de pobres y tiene una inflación de tal magnitud que no me permite proyectar mi negocio, aun cuando su origen haya sido un “regalo”?

Y la única idea que se le ocurrió al peronismo kirchnerista desde que perdió las PASO hasta ahora ha sido esa: la de seguir encontrando caminos de soborno para comprar argentinos con plata.

Como plata genuina no hay, cayó en otra trampa típicamente peronista: generarla por la simple impresión de billetes. El circulante de pesos en poder de los argentinos pasó de 900 mil millones a 2 billones en apenas catorce meses y desde las PASO el ritmo de emisión no ha dejado de subir. Eso producirá un océano inflacionario que arrojará más argentinos a la pobreza aun cuando tengan abundantes papeles pintados en el bolsillo.

Esta cuenta sencilla fue explicada mil y una vez en el curso de los últimos 70 años por cientos de economistas que trataron de hacer entender que el método de la generación espontánea de dinero a través de una imprenta para salir de la pobreza era igual a la pretensión de tener generaciones y generaciones de argentinos doctorados en alguna rama de la ciencia simplemente imprimiendo diplomas.

La diferencia con la época actual es que un conjunto de argentinos -aún de los que están hundidos en la peor pobreza- parecen haber comprendido, finalmente, esta ecuación y no están dispuestos a seguir dejándose sobornar. O peor aún para el peronismo: están dispuestos a aceptar lo que les den y luego castigarlos con el voto.

Y es aquí en donde uno de los temores de la oposición surge como interrogante entre las primarias y las generales: ¿podría echar mano el gobierno a un fraude masivo para dar vuelta el resultado?

Estas elecciones que pasaron fueron las primeras en las que un peronismo unido, sin desmembramientos, no supera el 30% de los votos. La pandemia no tuvo nada que ver con ese resultado. O en realidad sí: la gente comprendió que el manejo de la situación por parte del gobierno de los Fernández fue espantoso. Robaron vacunas; embarcaron al país en la adquisición de inmunizantes de segunda categoría para favorecer proyectos geopolíticos de terceros países (como quedó probado con la carta de Cecilia Nicolini al politburó ruso) en lugar de fijar la atención en lo que más convenía a la salud de los argentinos; encerraron al país, sin escuelas, sin comercio, sin producción por más de un año, fundiendo pymes y mandando a la pobreza al 20% de la clase media.

En esas condiciones de desesperación la posibilidad del fraude no debe descartarse. La oposición debería estar consciente de eso. El nuevo jefe de gabinete, Manzur, es considerado un as en la materia. Es lo que ha venido haciendo sistemáticamente en Tucumán.

Quizás como nunca en la Argentina estén dadas las condiciones para que se escuche fuertemente una voz que dé cuenta que se ha producido, de verdad, una definitiva toma de conciencia de cómo son las cosas. Pero el sonido de esa voz debe ser cuidado para que no se le aplique una sordina fraudulenta. ¿Es capaz el peronismo de intentarlo? ¡Por supuesto que es capaz!

El mal humor que se detecta en amplias franjas de la sociedad que comprueban que el peronismo sigue apostando a la táctica del soborno para comprar votos es muy evidente. Eso debería llevarlos a una derrota aún peor que la de las PASO. Pero de todas maneras la oposición no debería dar por descontado un triunfo fácil y debiera instrumentar un sistema de fiscalización riguroso para que la voz que diga “muchachos peronistas, nos costó mucho darnos cuenta pero finalmente lo entendimos: lo que ustedes nos regalan nos sale muy caro a todos los argentinos, así que basta: no los queremos más” se escuche como un verdadero estruendo en la noche del 14 de noviembre.

Por Carlos Mira

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