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Peronismo, mayorías populares, democracia y violencia

Este es un posteo de X que escribió ayer el diputado Cafiero a raíz de la discusión en la comisión de Presupuesto y Hacienda que preside el diputado Espert: “Apagan micrófonos pero no podrán apagar la Democracia y la defensa de los derechos de las mayorías. Nada de lo que quieren hacer le va a mejorar la vida a nadie. No aceptar eso es negar la realidad”.

Vamos a comenzar primero por lo más grosero que, generalmente, tiende a separar las verdades objetivas de las mentiras objetivas.

Resulta obvio, por lo expresado en su propio posteo, que el diputado Cafiero -incluso hasta el día de hoy- no leyó los diarios del día 20 de noviembre de 2023. Si lo hubiera hecho sabría que las ideas que él representa no son las de las mayorías ni su voz es la voz de las mayorías. Le guste o no a Cafiero, su voz defiende derechos de minorías (que está muy bien que defienda porque para eso fue ideada la república) pero en sus expresiones sería interesante que no falsee lo que fue la manifestación popular expresada en las urnas el 19 de noviembre último.

Eso en cuanto a la inveterada costumbre peronista de arrogarse la representación de las mayorías aunque electoralmente haya sido suficientemente probado que el peronismo es una minoría. La mayoría se expresó, sólidamente, en un sentido diferente al peronista.

Luego las cuestiones de forma o de procedimiento. Cafiero tenía, como todos, cinco minutos para hacer preguntas a los miembros informantes del gobierno. Cuando terminó su tiempo siguió hablando otros tres minutos adicionales. Nadie le apagó el micrófono porque parece que cuando el que viola las reglas de juego es un peronista, hay que dejar que lo haga.

No obstante, cuando estaba en el uso de la palabra otro diputado, Cafiero comenzó a hablar encima dirigiéndose a su anterior interlocutor. Por una razón obvia de orden y de justicia, el presidente de la Comisión Espert le cortó el micrófono para que quien tenía derecho a hablar en ese momento pudiera hacerlo.

Entonces Cafiero se levantó, en una actitud claramente amenazante, y se dirigió a la cabecera de la mesa donde estaba el presidente. Al término de ese cruce, en donde Espert logró mantener el orden legítimo del uso de la palabra por el democrático turno que correspondía en ese momento, Cafiero publicó el posteo de referencia.

Antes de volver a una cuestión de fondo incluida es sus dichos, me gustaría detenerme en una duda que ya hemos planteado aquí en otras oportunidades pero que viene al caso recordar: ¿hasta dónde el peronismo está dispuesto a usar la violencia, el atropello, la amenaza y el patoterismo para conseguir el doble objetivo de mantener sus privilegios y evitar que gobiernen los que lo vencieron legítimamente en las urnas?

El interrogante no es menor porque el peronismo es el fruto de la violencia armada (nació de un golpe militar que volteó un gobierno civil, hizo gala de la violencia verbal y de hecho durante los gobiernos iniciales de Perón, no dudó en sumir al país en un baño de sangre fratricida en los ’70, y tiene los modales, las formas y los procedimientos que usan los matones) y no parece tener intenciones de abandonarla.

De hecho, desde antes de las elecciones, viene amenazando con “ríos de sangre por las calles”, “voltear al gobierno”, “rersistir” y otros amedrentamientos similares, en el caso de que perdiera el voto popular.

Muy bien: perdió el voto popular. Y todo da la sensación de que sus huestes están empezando a implementar -desde que el presidente Milei asumió- el plan de violencia verbal, callejera y de redes sociales que habían anticipado.

El capítulo de Cafiero de ayer, levantándose de su asiento para ir a cacarear delante de la presidencia de la comisión, es la traducción “institucional” de esa violencia intrínseca que caracteriza a este engendro.

¿El resto de la sociedad va a permitir la continuidad de este modelo de compadrito que, hasta ahora, siempre le rindió sus frutos al peronismo? Si decide no permitirlo, ¿qué elementos prácticos tiene pensado utilizar para oponersele? ¿Una violencia igual pero de sentido opuesto? Mmm… No parecería ser ni lo recomendado ni lo que pudiera esperarse de gente que, en principio, justamente descree de la violencia verbal y física como medio para resolver disputas.

Entonces se produce allí una interesante disparidad entre lo que están dispuestos a hacer algunos y lo que están dispuestos a hacer otros. Es como que, puestas las cosas en un punto máximo de tensión, el peronismo estaría dispuesto a utilizar métodos que sus adversarios políticos no utilizarían. Eso pone al peronismo en una situación de ventaja de hecho porque sabe que, de última, quienes se le oponen no van a llegar tan lejos como él sí no tendría inconvenientes en llegar.

Antes de las elecciones, frente a alguna declaración altisonante de la entonces oposición, el novio de Mami Moria, Fernando “Pato” Galmarini, un ex militante montonero, dijo sin que se le moviera un pelo: “Si se quieren hacer los duros y malandras, sepan que nosotros sabemos de eso”.

Es decir, el peronismo admite ser “duro” y “malandra” y también que está dispuesto a serlo más que los demás, si fuera necesario.

Este caldo de violencia que corre por debajo de lo que ocurre en la superficie no debería ser menospreciado.

Ahora una última referencia a algo de fondo contenido en el escueto pero muy interesante posteo de Cafiero. Él dice: “nada de lo que quieren hacer le va a mejorar la vida a nadie. No aceptar eso es negar la realidad”.

Estas veinte palabras contienen tantas mentiras y contradicciones que hasta parece increíble que un idioma tenga la capacidad para reducir a solo 20 términos tantas inexactitudes.

En primer lugar, resulta obvia la pregunta si Cafiero insinúa que “para mejorar la vida” de los argentinos había que seguir aplicando el modelo que los hundió. Seguidamente habría que decirle que la continuidad de ese modelo le fue ofrecida, como opción electoral, a los argentinos y estos la rechazaron, sólidamente, por un margen de 56 a 44, doce puntos porcentuales de diferencia.

En tercer lugar, la historia comparada de la propia Argentina demuestra que si un modelo socioeconómico sirvió “para mejorar la vida” de todos, ese modelo fue el de la Constitución original 1853/60 y, al contrario, el modelo que generó un país con un 10% de la población con una riqueza obscena (gran parte perteneciente a la nomenklatura estatal copada por los propios peronistas) un 45% de pobres y un 45% que apenas “duran” en una mediocridad sin futuro y sin sueños, ese fue el modelo del fascismo peronista.

Entonces, una vez más, ¿qué plan tiene la parte de la sociedad que le dio el triunfo a Milei el 19 de noviembre para evitar que los que perdieron la pudran? Esa es una pregunta que debería estar a la altura de los más grandes dilemas que el país enfrenta hoy.

Por Carlos Mira

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