Un reciente estudio del think tank brasileño Geopizza que normalmente emite estudios porcentuales sobre distintos aspectos socioeconómicos de las Américas, ha publicado el porcentaje de funcionarios públicos respecto de la fuerza laboral de cada país en América Latina.
Las cifras no pueden ser más reveladoras.
Por supuesto el puntero del campeonato es Venezuela con prácticamente el 50% de la fuerza laboral del país siendo funcionaria pública (49.20%), es decir un país en donde ya se está haciendo realidad aquello de que el Estado ocupa todo el espacio social y poco menos que da de comer en la boca a los ciudadanos (si es que algo de comer hay, porque la hambruna y la miseria forman parte de la actual crisis humanitaria del país que está protagonizando, a su vez, el éxodo voluntario más importante del siglo).
Estoy seguro que no les costará mucho deducir quien ocupa el segundo puesto. Sí, efectivamente, cómoda si tuviera que clasificar para la “Copa Libertadores del Socialismo”, aparece la Argentina con casi el 20% de su fuerza laboral total siendo empleada pública.
En tercer lugar aparece Uruguay con el 17%. Y aquí hacemos la salvedad de que efectivamente Uruguay es un país muy escasamente poblado (3.3 millones de personas) y muy burocrático, cuestión que se refleja en esta cifra. Desde ya que la baja población no es excusa para que todos sean empleados públicos. De hecho, Nueva Zelanda tiene 4.4 millones de habitantes y el cuadro es muy diferente, con el 98% de su fuerza laboral total trabajando en el sector privado.
Cuarto aparece Brasil con 12%; quinto México con 10.4%, sexto Ecuador con 9%, séptimos Perú y El Salvador con 8.2%, octavo Paraguay con 6%, noveno Bolivia con 5%, décimo Colombia con 3% y último Chile con 2%.
Me quiero detener en este último caso. Chile está mostrando números en distintos aspectos de sus mediciones socioeconómicas de un país desarrollado. Sus índices de apertura económica, de libertad de mercados, de vigencia institucional, de libertad individual, de seguridad pública y, ahora, de funcionarios públicos sobre la fuerza laboral total, dan muestras de que el país ya esta en un sendero muy marcado de desarrollo económico al que solo se accede con la ampliación de la libertad y con la integración global.
Las economías cerradas, con baja calidad institucional, intervenidas por el Estado y donde un porcentaje alto de su fuerza laboral total trabaja para el Estado, están estancadas o directamente en franca decadencia, cuando no cayendo directamente como un piano.
La experiencia mundial es contundente respecto del standard de vida que alcanzan las sociedades que se abren y comercian libremente entre sí respecto de las que permanecen cerradas y con la ilusión de la autosuficiencia, de “vivir con lo nuestro”. Quizás haya pocas frases en la ciencia socioeconómica que sean un símbolo más perfecto de la pobreza y de la escasez que esa: “vivir con lo nuestro”. Y pensar que en la Argentina se la mira y se la escucha como si fuera un mérito.
La economías cerradas y no competitivas inconscientemente deben abrir los grifos del empleo estatal pata intentar empatar el crecimiento demográfico de la población. Pero como el trabajo estatal es burocrático y no productivo (no genera riqueza nueva sino que vive de exprimir la poca que siguen generando los pocos focos privados productivos) su existencia ni siquiera es neutra a los fines económicos sino que representa una carga cada vez más insoportable para los sectores que aun producen riqueza genuina.
Resulta particularmente llamativo que la Argentina aparezca en el segundo lugar en América Latina (y en muchos ítems en el mundo entero) detrás de la dictadura bolivariana en cualquier índice del cual pueda deducirse el nivel de vida de la gente y el standard de confort social.
Lo más grave es que varios cráneos del país siguen proponiendo como remedio al problema las recetas que los provocaron, esto es, menos libertad, más cierre de la economía, menos derechos individuales, más impuestos, mayor control estatal, más intervencionismo, más regulaciones y menos comercio.
Estas verdades son nuevamente corroboradas por esta investigación. Los cinco primeros puestos de la tabla están ocupados por países cuyas economías están estancadas o en franca decadencia. Y tres de los cinco son miembros del Mercosur, la Unión Aduanera más cerrada del mundo.
Dejando aparte el caso uruguayo -que responde a características sociológicas diferentes- los otros cuatro (Venezuela, Argentina, Brasil y México, que a su vez fueron históricamente desde el punto de vista económico los cuatro países más grandes de América Latina) son países que han experimentado procesos de populismo político de diversa magnitud que los han depositado en la situación en la que se encuentran hoy.
¡Pensar que la Argentina de principios del siglo XX tenía un PBI superior a todo el resto de América Latina combinada! Es decir la suma de los PBI de todos los países de América Latina (incluidos Brasil y México) no alcanzaba para empatar el PBI argentino. ¿Qué ocurría en el país en ese momento? Muy sencillo: regía la libertad de la Constitución y eso era suficiente para que medio mundo sospechara que en el sur de América estaba emergiendo un nuevo Estados Unidos.
A fines de los años cuarenta la Argentina sola participaba en más del 3% del comercio mundial. Hoy no llega al 0.3%. Las consecuencias del encierro están a la vista.
Mientras el país siga creyendo en la magia estatal no dejará de caer; su población vivirá peor y sus rankings mundiales empeorarán, se los mida por el índice que se los mida.
La magia del empleo público está incluida en ese esoterismo general. Y nuestra posición relativa en ese rubro nos hará pelear con más fiereza aun un campeonato detestable.