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Palabras vs hechos

La bandera china flamea en Neuquén mientras se construía la base del Ejército Popular de Liberación

A veces la demagogia y el cinismo son tan groseros y evidentes que no causan otra reacción que no sea la repugnancia.

Si uno se toma el trabajo de hacer un listado de los temas a los que el perokirchnerismo ha echado mano para hacer campaña en la previa de estas elecciones, no tarda en advertir que todos están cruzados por un mismo objetivo: apuntar a sentimientos primarios y estomacales de los argentinos antes que a un planteo racionalizado de lo que ocurre y de lo que podría plantearse como soluciones.

Es obvio que debe haber muchos que, al terminar de leer el párrafo anterior, muchos habrán estallado en una carcajada al advertir que, en algún lugar, se supone que yo guardo la esperanza de que el perokirchnerismo presente alguna vez una aproximación racional a los problemas argentinos. Y créanme que los entiendo.

A mi tampoco me quedan dudas de que no hay un solo milímetro de espacio para la discusión racional con un perokirchnerista.

Pero solo a los efectos del beneficio del debate y, también, porque si ésta máquina de cálculo electoral que es el peronismo lo hace debe ser porque algún resultado causa en la masa de electores, prestemos atención por un instante a la naturaleza de esos mensajes y, fundamentalmente, a ese denominador común que cruza a todos ellos.

Listemos entonces las principales temáticas que aparecen en esos mensajes:

-la “patria”

-la bandera

-lo “argentino”

-la “sensibilidad” (punto en el que aparecen referencias a los jubilados [a los que muchas veces se llama “abuelos”], el Garrahan, las universidades, los discapacitados, etcétera)

¿Qué son ante todo estas cosas? Pues, palabras: estas cosas son, antes que nada, palabras.

Las palabras tienen una connotación, es decir una fuerza psicológica que impacta en una capa cerebral dominada no por la observación racional sino por reacciones de otra naturaleza que nublan la capacidad de análisis y disparan conductas pasionales, gregarias, mâs propias de una manada que de un conjunto de individuos pensantes.

La referencia a “la patria” en el peronismo ya es un clásico. Convencido de que ellos SON la nación, se han apoderado de sus colores, de su simbología, de su nombre, de sus fechas, de los nombres de sus referentes (desde San Martin hasta Maradona) y han llevado al inconsciente colectivo la idea de que todo lo que no sea peronista NO ES argentino.

La palabra “patria”, de hecho, ha figurado expresamente en el nombre de los sellos con los que el kirchnerismo se ha presentado en la mayoría de las últimas elecciones.

Esa apelación a un chauvinismo barato sigue pegando positivamente, sin embargo, en el ánimo decisivo de una parte del electorado.

Señalar a todo lo que no sea peronista como “entreguista” de la soberanía y de la propia argentinidad es un clásico en los mensajes de campaña del peronismo. Que luego sea el peronismo el que ofrezca a la Argentina como puerta de entrada de Rusia a Latino América, o el que le regale porciones de territorio nacional contante y sonante a China, o el que resigne la jurisdicción argentina para juzgar a criminales iraníes que mataron argentinos o el que respalde la expansion territorial pseudo mapuche en el Sur, poco importa: lo importante es MACHACAR CON PALABRAS la idea de que ellos SON la patria y los DEMÁS son entreguistas.

Otro tanto podría decirse de la bandera. El peronismo se ha adueñado de los colores de la bandera argentina como si solo le pertenecieran a ellos (como por otra parte se ha adueñado de edificios públicos, lugares, emblemas, jugadores de fútbol y todo lo que produzca un lazo sentimental con “lo nacional”).

Hoy se pueden escuchar spots del increíblemente vigente Jorge Capitanich (solo en un país como la Argentina este impresentable puede seguir allí, dando vueltas) en donde se convoca al a electorado a defender (de Milei) la bandera argentina, como si no hubiera sido el gobierno del que Capitanich fuera Jefe de Gabinete el que, a libro cerrado, ha hecho flamear la bandera China en un porción de territorio argentino donde la ley, la jurisdicción y la soberanía argentinas han cesado para dar paso a la autoridad del Ejército Popular de Liberación de cuyo permiso depende que cualquier argentino pueda entrar en ese territorio, hoy técnicamente extranjero aunque este enclavado en el corazón de la provincia de Neuquén.

La idea de que lo “argentino” es solo peronista tiene profundas raíces en la tradición argentina. La línea del tiempo que une a Saavedra con Rosas y con Perón explica esa tendencia muy evidente en la historia nacional en donde unos iluminados se presentan como los lideres de la parte del pueblo que se asume como la verdadera esencia del todo.

El estigma de lo extranjerizante está íntimamente vinculado a esta concepción. Así, Mariano Moreno era “lo extranjero”, Sarmiento era el “cipayo” y lo no-peronista es “Braden”. Todas apelaciones al estomago, todo muy berreta y primitivo…  Todo muy peronista, que es lo único “argentino”.

Otra de las tácticas gramscianas que encuentran en la dialéctica de las palabras y en el peso inasible de sus emociones la razón de su uso a modo de ametralladora lavadora de cerebros, es la “sensibilidad”.

Colgarse la cucarda de “sensible” ha sido otro de los objetivos peronistas, prácticamente desde que la Argentina vio nacer este engendro. Es obvio que resulta sugestivamente repugnante que los sensibles hayan elevado a la “n” potencia la cantidad de villas miseria que había en la Argentina cuando asumió Perón, que hayan multiplicado (ya no se por qué factor) la cantidad de pobres que había en el país cuando asumió Perón, que hayan reducido dramáticamente la generación de riqueza que hacía que la Argentina participara del 3% del movimiento comercial mundial (hoy no llega al 0.2% ) al terminar la SGM y que, ella sola, tuviera un PBI mayor que el de toda América Latina combinada (incluidos Brasil y México). Todo antes de Perón.

Pero, bueno, la fuerza de las palabras y su apelación a emociones primarias tuvo más peso que la contundencia de esas cifras.

Hoy, cuestiones como la de los jubilados (que el peronismo pauperizó como consecuencia de un socialismo achatador que mandó a la lona a millones de trabajadores, que perdieron -por desvalorización y por robo- todos sus aportes), la del Garrahan, la de los discapacitados o la de las universidades han sido identificadas por el peronismo como potenciales activos sensibles a ser explotados políticamente porque -certeramente- especulan con la idea de que nadie puede oponerse a que esas temáticas sean “defendidas”.

Por supuesto, también es parte de la especulación la idea de que la Argentina -o una buena porción de argentinos- olvidará luego cómo el peronismo gestiona la cuestión de los jubilados, del Garrahan (o de la salud publica en general) de los discapacitados o de las universidades. Gestión que, a las pruebas me remito, ha sido calamitosa y que ha hecho que muchas de las dependencias encargadas de la atención de esas necesidades se convierta en cuevas de localización de militantes (con ingresos asegurados y fondeados por la sociedad) y, en muchos casos, se caigan literalmente a pedazos.

Sin ir mas lejos, el ultimo gobierno peronista de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner cortó 70 mil millones de pesos del presupuesto universitario sin que ninguna agrupación juvenil, estudiantil o revolucionaria saliera a la calle o acusara al peronismo de “destruir la educación publica”.

Tampoco se recuerda a ningún periodista llorando por televisión durante las gestiones peronistas debido a la proliferación de las villas miseria, a la pauperización del ingreso jubilatorio o por la inflación galopante que comía los bolsillos de los trabajadores. 

Por lo tanto, en la consolidación de estos “logros”, no solo hay una pericia gramsciana peronista. También hay una increíble permeabilidad argentina (o de un sector electoralmente importante de la Argentina) a que esas tácticas hayan podido ser, justamente, exitosas: es decir, fueron exitosas (más allá de la destreza peronista en el uso demagógico de las palabras) porque había un caldo de cultivo altamente receptivo a ellas y preparado para recibir con agrado ese tipo de mensaje con esa clase de contenido.

¿Entonces, qué es? ¿El huevo o la gallina? ¿Fue el peronismo el que logró imponer la eficiencia de una práctica o había en la sociedad algo que la hacía receptiva a esa práctica?

En el hilo histórico argentino parecería haber argumentos para adherir a esta ultima posibilidad: el país siempre tuvo una misteriosa tendencia al nacionalismo hueco, irracional y sesgado y a la explotación sensiblera de la escasez. Pero fue el peronismo el que con mayor astucia detectó esos flancos de la personalidad nacional y el que mejor los explotó al punto de lograr casi mimetizarse con ellos.

La combinación de ambas realidades fue una bomba molotov para la Argentina que sigue creyendo, alegremente, que en la fuente en la que nacen todos sus problemas hallará, finalmente, las soluciones a todos sus sufrimientos.

Por Carlos Mira

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