
Hay una cantinela -que, incluso, quizás haya sido la primera que apareció cuando a alguna lumbrera del mal se le ocurrió encontrar nombres simpáticos y con fuerte apelativo y atracción social para embaucar incautos- que vuelve a colocarse a la vanguardia de los principales versos con los que los corruptos de siempre intentan correr el “modelo Milei” por el lado de la importancia que tiene el Estado cuando se trata de ciertas cuestiones que ellos definen como estratégicas o de importancia significativa para los argentinos.
Me refiero, en este caso, al tachín tachín de la obra pública.
Este sonsonete con el que el kirchnerismo quiere convencer a la sociedad de que el modelo del presidente implica el desentendimiento del Estado de la realización efectiva de obras que hacen al bienestar de la sociedad, es una burda y vil mentira. Una más de las tantas a las que esta banda criminal intenta echar mano para volver al poder.
Empecemos por el principio y recordemos, sin ir más lejos, la historia del que fuera el mismísimo edificio del ministerio que llevaba ese nombre y que fue creado por el peronismo en los años ‘40.
Esa mole inmunda, descuadrada, que rompe el diseño de una de las avenidas más importantes de la ciudad, se convirtió en su momento -confesado por los ingenieros y arquitectos que tuvieron a su cargo su construcción- en un monumento a la corrupción al punto de que quienes lo levantaron tuvieron la picardía de dejar mensajes encriptados en su diseño que hasta el día de hoy dan cuenta de la comisión de esos delitos.
Así, sobre el frente de ese edificio que da sobre la esquina de la calle Moreno se puede ver claramente una escultura de una mujer (figurativamente, “la corrupción”) que, mientras gira la cabeza para mirar para otro lado, pone su mano dada vuelta para recibir algo (dinero) a sus espaldas.
No hace falta extenderse mucho para demostrar lo que ha sido la historia de robo al pueblo y de corrupción que ha significado la monopolización por parte del Estado de la realización de ciertas obras que SIEMPRE estuvieron rodeadas de sospechas, sobreprecios estratosféricos, acomodos, oscuridades, cárteles y otras calamidades que convirtieron en millonarios a una serie de delincuentes con trajes de políticos y dejaron al pueblo sin las obras, con demoras siderales para terminarlas (en el mejor de los casos) y con una “evaporación” inexplicable de fortunas que la gente común nunca supo adónde fueron.
Lo que el gobierno de un país civilizado debe hacer (en lugar de engañar a la gente con versos adornados pero que solo están destinados a embaucar a idiotas) es crear las condiciones jurídicas, económicas y de mercado para que los propios ciudadanos detecten dónde están las necesidades insatisfechas de la gente y, con inversión propia y sabiendo que nadie vendrá luego a robarles el fruto de su trabajo, de su visión de negocios y de su creatividad, hagan las obras que la gente pide, sean estas puentes, caminos, autopistas, puertos o lo que sea.
También hace falta que se termine un tipo de mentalidad según la cual quienes -como se acostumbra a decir ahora- “la vieron” y apostaron su propio capital a la realización de algo (sea lo que sea) cuando ese “algo” de sus frutos, no sean mirados como “un conjunto de hijos de puta que se llenaron de guita”, porque ese “conjunto de hijos de puta que se llenó de guita” arriesgó quizás todo lo que tenía a una apuesta que podia salir bien (si la demanda pública estaba bien detectada) o podía salir mal (si el cálculo sobre las expectativas del mercado estuvo mal hecho).
Entonces, sí claro que estamos hablando de dos modelos mentales (no quiero decir “de país” porque la cuestión es más grande que eso) diferentes: uno que se cree el verso de que es el “Estado” (que luego, cuando los robos ocurren, nos venimos a enterar de que no se trataba de una entelequia santificada sino de un conjunto de delincuentes que, haciéndose de los dineros públicos, se los roban) el que tiene que hacer la obra pública; y otro que cree que el gobierno debe generar un tipo de orden jurídico y económico que sea capaz de estimular a los emprendedores argentinos o extranjeros a satisfacer las demandas populares allí donde ellas existan.
Ya sabemos adónde nos conduce los esquemas “ministerio de obras publicas-Austral Construcciones-Hotesur”: a una monumental rueda de afano público en donde en UN SOLO CASO INVESTIGADO, los Kirchner se robaron 1000 millones de dólares.
Entonces: basta de eso. Terminemos con el simpático verso de la bendita “obra publica” cuando luego lo que tenemos es hospitales sin terminar, rutas fantasmas, puentes inexistentes, puertos calamitosos y carísimos y una infraestructura que se cae a pedazos.
El deber de un gobierno moderno y civilizado es devolverle a los ciudadanos individuales, comunes y libres la facultad y el derecho de emprender las obras que la gente necesita. Si al hacerlas y satisfacer la necesidad, se vuelven millonarios, tanto mejor: no propiciemos la mentalidad envidiosa y resentida que crea un recelo generalizado contra aquellos que “la pegaron” porque ninguno de nosotros está en posición de juzgar o calibrar los sacrificios o riesgos que corrió esa gente al poner en juego sus propios fondos.
Porque si quebraban en el intento nadie se iba a compadecer de ellos, entonces tampoco construyamos un tipo de mentalidad que haga aflorar el rencor cuando les vaya bien.
El tema es clave porque define con claridad un tipo de mente; un tipo de concepción. Se trata de dos enfoques antitéticos de orden moral: entregarle la facultad de volverse millonarios a un conjunto de vivos que gana el acceso a los sillones públicos para, desde allí, llenarse los bolsillos con mentiras y dinero mal habido que sale de los hogares más pobres de la Argentina y, al mismo tiempo, negársela a compatriotas que “pongan de la suya” para intentar ver como les va en la aventura de satisfacer una necesidad pública, habla de un país con un nivel muy alto de resentimiento del cual solo pueden esperarse desastres e injusticias.
Si la sociedad va a seguir dejándose engañar y correr detrás de los que levantan (o directamente inventan) nombres simpáticos para juntar el voto de personas que pareciera que no aprenden más, el proceso de cambio votado en noviembre de 2023 no solo se abortará sino que habrá sido una farsa más propia de un hartazgo circunstancial que de una autentica convicción de hacer, de una buena vez por todas, otra cosa.
Mientras los Katopodis de la vida sigan teniendo espacio para embaucar idiotas, la Argentina seguirá siendo un país que se cree poblado de “vivos” pero que en realidad es una tierra en donde abundan los pelotudos, cargados además de una dosis de envidia que les nubla el poco entendimiento con que los dotó la naturaleza.
Coincido, pero el Gobierno está perdiendo esta “batalla” (la de la obra pública) por la “demora” que parecería haber para encontrar una “solución” a digamos, el tema de las rutas, por poner un ejemplo. No es un invento ya que puede comprobarse fácilmente, el deterioro de las rutas (que es normal que suceda) no lo está solucionando ni el Estado ni los “privados”. Cada día están peor, lo único que yo puedo imaginar es que (como un sinfín de cosas) se necesita esperar a fin de año (tras ganar las elecciones) para modificar algún tipo de legislación que les permita a los privados invertir en el arreglo de las rutas, de otro modo no se entiende el atraso.
No solo en Obra Publica hay “curro”
Estan los q no quieren perder el conchavo en el INTI INTA CONICET etc
Donde cobran jugosos sueldos q en la
Actividad privada no podrian ganar….
A proposito de la actividad privada no se
Ve q se expanda si no q se reduce dato
Negativo para el despegue Arg