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Números vs “sensaciones”

Más allá de que las evidencias concretas sobre la marcha de una economía es lo que debería contar para que la gente tome decisiones de rechazo o respaldo a una gestión, lo cierto es que -pueda parecer esto justo o injusto- son las sensaciones que las personas tienen las que terminan inclinando la balanza y, muchas veces, decidiendo la suerte electoral de un partido.

Y lo que me parece que está ocurriendo en la Argentina es la convivencia de dos realidades diferentes y opuestas -cada una con el respaldo de distintas evidencias- que de alguna manera explican el particular momento que el país atraviesa.

Una de esas realidades es la que muestran los números del gobierno que alza con tono victorioso sus logros en materia de reducción drástica de la inflación, de la consecuente caída de la pobreza, y del acomodamiento de las cuentas públicas, algo que en la Argentina durante mucho más tiempo del razonable fue un ítem al que nadie le prestaba atención con las catastróficas consecuencias que eso trajo.

La otra es la que flota en el aire cotidiano, sin mayores evidencias concretas pero, sin embargo y paradójicamente, con una fuerte influencia en el ánimo general y en la “onda” o “vibra” que se percibe en la calle.

En ese sentido, quienes siendo bien jóvenes vivimos los ‘90 cuando Menem llegó al poder luego de la hiperinflación alfonsinista y la suya propia de los primeros meses de su gobierno, recordamos cómo, una vez que se lanzó el Plan de Convertibilidad y mucho antes de que este comenzara a entregar números concretos de éxito, el clima general había cambiado: un súbito sentido de esperanza, ilusión y cierta alegría  empezó a percibirse en ese inasible terreno de los “humores sociales”.

Las noticias sobre la llegada de empresas, el interés real que había por la Argentina, la materialización de algunos cambios visuales en la realidad cotidiana, una sensación de que algo bueno estaba pasando (más allá del impacto real en el bolsillo concreto de los “Juan Perez” de la vida) empujaban al país hacia un optimismo un poco inexplicable si uno se paraba solamente en lo que decían los números fríos de la performance económica.

Me parece que es eso lo que falta hoy. Aún cuando los números reales actuales puedan ser incluso mejores que los de aquel momento, la sensación que flota en el aire no es mejor.

No se me escapa que en parte eso se explica porque el deterioro a que el kirchnerismo sometió a la Argentina fue infinitamente más dañino, más profundo y más malévolo que el que Raúl Alfonsina le había dejado a Menem.

Tampoco veo, más allá de las iracundias del presidente (muchas de ellas muy justificadas) que haya una explicación sobre cuáles son los obstáculos concretos con los cuales la resistencia kirchnerista está jaqueando la gestión actual.

Mucho del movimiento que uno recuerda había en los años de la Convertibilidad (en donde no pasaba un día sin que se conociera una inversión, la llegada de una empresa, la apertura de un local nuevo o algo que sacudiera positivamente el avispero) no está produciéndose ahora porque muchas de las ataduras que el kirchnerismo fabricó para que el país fuera un ente aislado del mundo siguen vigentes y el gobierno no dispone de los votos necesarios en el Congreso para derogarlas.

Fíjense lo que ocurre por ejemplo con la obra pública. El gobierno tiene todo el derecho de aspirar a cambiar la legislación basura y la basura de legislación que ha generado la bola de corrupción en la que el país se convirtió y de la cual hemos tenido tan solo un botón de muestra con la grosería de la ex presidente robándose 1000 millones de dólares en tan solo uno de los casos investigados. Ese cambio permitiría la aparición de empresas que se presentaran, por ejemplo, para construir rutas, autopistas, caminos rurales, puertos, en fin, todo una serie de “ruidos” positivos que finalmente confluyen en la formación de ese globo inasible pero real que llamamos “sensaciones”.

La resistencia kirchnerista sabe que debe abortar esas libertades porque si las libera efectivamente el “clima” social cambiaría y eso es lo que justamente ellos no quieren: ellos quieren que lo que flote en el aire sea la mufa, la impaciencia y, finalmente, la decepción.

Por eso cobra tanta importancia la elección de medio término de este año. El voto de la gente debe cambiar sustancialmente la relación de fuerzas en el Congreso, tanto en Diputados como en Senadores. ¿Aguantará la paciencia de la gente hasta ese momento para bancar al gobierno y perforar definitivamente la resistencia kirchnerista?

Algunos números que se conocen -fundamentalmente de la estratégica provincia de Buenos Aires- estarían indicando que sí. Especialmente si LLA y el PRO finalmente sellan un acuerdo electoral, es posible que el peronismo kirchnerista pierda la elección en ese distrito con todas las implicancias nacionales que eso traería.

Incluso en la veneradísima tercera sección electoral (básicamente el enorme partido de La Matanza) en donde la rea Kirchner se proponía ser candidata, la diferencia a favor del peronismo es de tan solo dos puntos porcentuales en la intención de voto.

Entonces, atención porque son los mismos que con todo derecho hoy pueden estar pensando “che, esto no despega”, los que tienen en sus manos el poder para acabar con la resistencia que está haciendo que “esto no despegue”.

Sé que muchos podrán estar diciéndome “¡pero vos sos como los kirchneristas: querés el poder total..!! Y hasta podría llegar a entender parte del razonamiento. Pero lo cierto es que los obstáculos, ataduras y bloqueos legales hay que removerlos con liberaciones legales. Y esas liberaciones podrán ser aprobadas solo con votos en el Congreso que dependen, a su vez, de cómo la gente vote.

Esa es una gran diferencia con los tiempos de la Convertibilidad en donde el peronismo (o la versión del camaleón que en ese momento tenía el poder) contaba, como de costumbre, con las mayorías en Diputados y Senadores, lo cual le  facilitaba al gobierno de Carlos Menem el avance sobre el desmalezamiento de toda la legislación que pudiera trabarlo. A esos efectos solo hace falta recordar que, nada más y nada menos, que el miembro informante en Diputados sobre el proyecto para privatizar YPF fue Oscar Parrilli, el mismo que hoy hace las veces de amanuense de la condenada gracias a los poderes transformistas del camaleón.

Entonces, para concluir, los “climas sociales” existen. Negarlos es pretender tapar el sol con la mano. El clima social actual difiere del que podría estar dándose si nos guiáramos solamente por los números fríos que el gobierno exhibe porque falta una etapa de “ebullición positiva” en la atmosfera que no se está dando porque lo que haría falta hacer para que se dé no se puede hacer porque la aún vigente legislación kirchnerista lo impide.

Entonces, dos reflexiones: una, el gobierno debería ser más enfatico (no en los insultos) pero sí en la explicación clara de este punto; y, dos, la gente debería tener muy en cuenta esta realidad cuando vaya a votar en octubre. Los perfiles de los países se dibujan con leyes y las leyes las votan diputados y senadores que la gente elige.

Por Carlos Mira

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One thought on “Números vs “sensaciones”

  1. Carlos

    Q va a ser si aqui “la Democracia aqui
    En lugar de enseñar a pescar repartio
    Pescado. No se olvide de las cajas PAN
    Las Manzaneras de Duhalde etc etc
    Xq Uruguay con menos recursos les va
    Mejor q a nosotros xq enseñan a Pescar a valerse x sus propios medios luego de
    Aprender Youtube ayuda mucho

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