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Maradona y la Argentina

Hoy cumple años Diego Maradona, quizás el argentino más arquetípico que el país haya generado de su propia sociedad en la historia moderna.

Además cumple 60 años, un periodo muy parecido al que coincide con la decadencia más inexplicable de la historia moderna de un país que era desarrollado y que cayó en la más absoluta pobreza.

Maradona reúne en su propia persona muy probablemente todo lo que explica ese fenómeno que para los extranjeros, incluso para los especialistas académicos de los más reconocidos centros internacionales, resulta un enigma, un misterio sin solución.

Maradona fue un futbolista genial. Absolutamente disruptivo en lo suyo, que hizo cosas que -hasta que él apareció en escena- nadie había hecho. Un astro de la individualidad, capaz de ganar un partido solo; el estereotipo del brillo en soledad.

Sus trazos increíbles con la pelota en el terreno, su habilidad sin igual, su destreza (que ni un millón de horas de entrenamiento podían empardar) reflejan muy bien ese costado argentino que en mayor o menor medida tenemos los originarios de esta tierra cuando nos toca desempeñarnos en otra: de una u otra manera siempre nos destacamos.

Ese gen individual y creativo que resuelve en una baldosa lo que a los “equipos” les insume horas de concentración, es absolutamente nuestro.

Hace unos años un amigo me contó la historia de un argentino en Los Ángeles adonde había ido a trabajar en creatividad publicitaria. Un día lo llaman de una compañía que producía pasta dental para escuchar sus ideas sobre algunas promociones. En un momento de la charla él detiene la conversación y les pregunta: “¿ustedes quieren vender más, no es así?”, “sí”, le respondieron.

Muy suelto de cuerpo, y sin dejar de comer los dulces que acompañaban el café, el argentino les dijo “agranden un par de milímetros la boca del pomo”. Esas salidas absolutamente geniales son muy nuestras, bordeando casi la estafa, pero geniales.

Quizás Maradona haya tenido una ocurrencia semejante en aquel salto que parecía inútil frente a Shilton al que sin embargo primereó en México ‘86 metiéndole un puñetazo a la pelota para que vaya al fondo del arco. Hoy muchos argentinos celebran ese gol frente a los ingleses mucho más que la genialidad que Diego hace en el segundo gol.

Maradona después de tocar el cielo con las manos, algo parecido a lo que sucedía con la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial, se autodestruyó. Llevado por las ínfulas del infierno, cayó tan bajo que terminó dando lástima, jugando muchas veces entre la vida y la muerte.

Hoy apenas puede hilvanar un par de frases con sentido. Apenas puede caminar. Una furia de veneno suele salir de su boca cuando habla, reivindicando asesinos (uno de los cuales lleva tatuado en su hombro) y apoyando dictadores.

Fue muy rico, pero hoy pelea por contratos como cuando era un juvenil porque dilapidó gran parte de su patrimonio. Su vida personal fue un aquelarre, consumido por un combo de drogas y alcohol que casi terminan con él varias veces, sembrando hijos aquí y allá, algunos naciendo con deficiencias que nadie nunca estará seguro si no fueron atribuibles a aquellos embriones cargados del veneno de la droga.

Fue, en un momento, el hombre más conocido del planeta. Más que el Papa. No podía caminar una cuadra sin ser invadido por decenas de personas que querían tocarlo, pedirle un autógrafo, sacarse una foto. Casi como cuando el mundo decía “rico, como un argentino”

Y hoy está casi solo, peleado hasta con las hijas que durante años fue a las únicas que reconoció.

También Maradona es el eje de una grieta social que hace que sus defensores coincidan casi calcados con la expresión de una política populista y demagógica, explotadora de los pobres, mientras él fuma sus habanos cubanos y elogia a Maduro.

Muchos consideran incluso que ya no es indiscutidamente el mejor jugador de todos los tiempos. Más allá de que les dio a los argentinos un título mundial, muchos, en el fondo saben, que lo hubieran matado, si aquel campeonato se perdía. Es más, pese a su genialidad, el mismísimo Maradona, el crack nacido en Fiorito, el jugador del pueblo, era despedazado sin piedad en la previa de aquel Mundial, cuando todo parecía que se caía a pedazos. Típico de los argentinos.

Desde la aparición de Messi su trono entró en discusión. El rosarino estuvo a punto de terminar toda la disputa de haber ganado la final de Brasil en 2014, en el Maracaná. El pobre Diego, sería hoy una historia antigua. Aunque muchos consideran que, aún perdiendo esa final, Messi ha logrado lo que no logró nadie hasta ahora: permanecer 15 años como número uno en el fútbol más competitivo del mundo.

Así somos los argentinos. Así, como es Maradona: guarangos, desagradecidos, geniales, bocones, únicos, autodestructivos, ocurrentes, demagogos, iluminados, hipócritas.

De esa mezcla de Biblia y calefón ha nacido esto que tenemos hoy: un país devastado que sobrevive gracias al sálvese quien pueda. Como Diego, después de estar entreverados entre las primeras naciones del globo, estamos hoy rascando el fondo del tacho.

Una borrachera de drogas compuesta de demagogia, resentimiento, populismo e hipocresía nos trajo hasta este punto en el que apenas podemos caminar. Como Diego.

Cuando hablamos, de nuestra boca salen bocanadas de furia y gritos de rencor, como cuando habla Diego. Maradona es el arquetipo mejor logrado que un país pudo haber construido de sí mismo. Con las genialidades de los únicos y las bajezas de los peores.

Por Carlos Mira

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