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Los próximos meses

No hay dudas de que el horizonte económico de la Argentina no verá luces resplandecientes como mínimo hasta abril. Serán siete meses en donde deberán echar raíces -si se hacen las cosas bien- los cimientos duros de una nueva recuperación.

El acuerdo con el FMI permite asegurar el financiamiento del programa de vencimientos hasta fin de 2019. Pero no hay dudas que en el mientras tanto se deben sentar las bases de una economía real que genere empleo y riqueza nueva. La palabra clave para esos objetivos es la inversión. Sin inversión será inútil pensar en una solución real a la pobreza y el estancamiento. 

En su reciente viaje a New York el presidente se reunió con varios inversores potenciales de los Estados Unidos y los convocó a confiar en la Argentina y en las nuevas reglas que su gobierno estaba trazando.

Pero más allá de que entre nosotros mismos podamos discutir la profundidad de esos cambios, lo cierto es que el mensaje no termina de convencer a quienes va dirigido (o hacia quienes el presidente quiere dirigirlo) porque esas personas temen que el pasado oscuro, populista y radicalizado del kirchnerismo regrese al poder.

De hecho más de uno se lo planteó directamente en la cara del presidente el miércoles pasado. El presidente trató de convencerlos de que esa es una página que ya no regresa al país, pero, por desgracia, en esos ámbitos no son las palabras las que tuercen el destino de las decisiones sino los hechos.

Si bien en la semana que pasó hubo una reunión de “peronistas racionales” (Schiaretti, Masa, Picheto y Urtubey) que se sacaron una foto para el “qué dirán” lo real es que el peronismo completo votó hace un par de meses nomás una ley para retrotraer el valor las tarifas. Cristina Kirchner era la autora de esa ley. El presidente la vetó, pero las dudas se multiplicaron.

Masa habla con Máximo Kirchner en secreto y algunos dicen que hasta lo hace con la mismísima Fernández. Urtubey tenía un discurso de alineamiento vertical al gobierno kirchnerista cuando la jefa de la banda era, a la sazón, la jefa del Estado (en ese orden) 

Pichetto titubeó el domingo pasado cuando a boca de jarro Jorge Lanata lo sorprendió con una primera pregunta: ¿por qué sos peronista? El líder de la mayoría del Senado, estupefacto, no supo cómo salir del embrollo.

Schiaretti gobierna una provincia que le hizo ganar a Macri las elecciones pero que ya no sabemos en qué instancia está hoy. El presidente, sorprendentemente no fue al velatorio del malogrado José Manuel de la Sota.

Si los inversores nacionales e internacionales no tienen la seguridad de que la Argentina ha entrado en un terreno de normalidad proyectada en la que puedan tornarse previsibles las conductas futuras, no invertirán.

Y asegurarles que el país ha ingresado en esa órbita con un trotskokirchnerismo decidido a todo para abortar el periodo constitucional de Macri, es difícil.

El presidente Trump adelantó que 20 presidentes del mundo desarrollado llegarán aquí en noviembre para decirle en la cara al peronismo que su tiempo terminó: “Argentina tiene el apoyo del mundo civilizado. Por primera vez en la historia los 20 presidentes más importantes del mundo visitaremos la ciudad de Buenos Aires con motivo del G-20. Ahí le diremos a esta máquina de impedir llamada peronismo que le llegó su hora. Ellos lo saben, pero por las dudas nos vamos a ir hasta allá para decírselo en persona”, dijo Donald, al tiempo que aseguraba que “el cabezón Ruggeri es un capo” (un video del ex defensor de la selección despotricando contra los piqueteros encapuchados se viralizó y le llegó al mismísimo presidente de los EEUU).

El punto es que las decisiones de los Estados no reemplazan los miles de cálculos que realiza el empresario privado que ve la tasa en el 60%, el crédito cerrado y un conjunto de leyes laborales dignas de Matusalém.

Mientras esos fundamentals no sean removidos la decisión de inversión será difícil. El gobierno debería volver a la carga con el proyecto de reforma laboral porque es el único que puede generar empleo productivo nuevo. Con este tipo de cambio, si la producción aumentara por un crecimiento en el empleo -y de su eficiencia- la Argentina podría colocar productos nuevos en mercados nuevos o incluso presentarse como una buena base de fabricación local por lo tentativo de su costo.

Como dice José Luis Espert, quizás el mayor deber que debería estar ocupando al presidente hoy sería estar montado día por medio en un avión tratando de poner en marcha acuerdos bilaterales de libre comercio con la mayor cantidad de países del mundo, al estilo chileno. Pero, de nuevo, ¿se imaginan al peronismo “racional” o, peor aún, al trotskokirchnerista, frente a esa posibilidad?

Al lado de estas cerrazones partidarias, una gran parte de la sociedad simplemente le teme a la libertad; sigue creyendo en la magia del Estado, en lo que en otro lugar llamamos “la idolatría del Estado” (La Idolatría del Estado, Ediciones B, Buenos Aires, 2009)

Sin un cambio en ese núcleo educacional duro será muy difícil entregar un certificado de cambio garantido. Y sin ese certificado, los que claman por trabajo y hasta por “una alegría” seguirán en la miseria y en esa infinita y tanguera tristeza argentina. 

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