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El Iluminsmo, también conocido como la “Ilustración”, fue un movimiento intelectual y filosófico que surgió en Europa hacia el siglo XVIII y que, como su nombre lo indica, podríamos decir súper sintéticamente, que se oponía al oscurantismo y a las teorías que buscaban las respuestas a los interrogantes de la humanidad no en la razón sino en la superchería irracional de creencias incomprobables que, a juicio de esta corriente, no tenía otro resultado que el estancamiento general y el mantenimiento de una elite que explotaba esas ignorancias en su propio provecho. (Si alguien encuentra algún parecido entre este último párrafo y las últimas décadas de la Argentina, es mera coincidencia).
El movimiento tuvo sus deformaciones y degeneramientos -como toda idea que se estropea y se va en vicio- y allí surgieron, por ejemplo, los “Illuminati”, una secta que, con Galieo Galiei como fronting, terminó convirtiéndose en un nido más secreto y oscuro que las supuestas oscuridades que venía a superar.
De allí viene la palabra “iluminado” para hacer referencia a personajes que se creen tocados por una luz diferente que los pone en una galaxia de superioridad distinta a la del resto de los mortales.
La Argentina tuvo una viciosa tendencia al iluminismo. Lamentablemente no por los costados positivos que esa corriente disruptiva le trajo a la humanidad, sino por los negativos que hicieron que la cultura nacional estuviera muy inclinada a creer que personajes justamente “iluminados”, podían solucionarle sus frustraciones.
A su vez, en la cima del poder, alrededor de los líderes públicos, el país tuvo la tendencia a formar grupos muy pequeños de “illuminatis” -personajes poco conocidos, pero poderosísimos por su influencia sobre el líder público, a los que casi no se les conocía la cara pero que tenían un notorio peso en decisiones trascendentales- que escribieron muchas páginas que no por secretas han dejado de generar puntos de inflexión importantes en ciertos momentos históricos que uno nunca podrá saber cómo hubiesen sido si esos personajes no hubieran estado en ese lugar en esos precisos momentos.
Desde López Rega hasta Santiago Caputo, pasando por Enrique Nosiglia, José Luis Manzano, Antonio/Aíto De La Rúa y Marcos Peña, el poder siempre tuvo la sombra de hombres secretos que, según fue sabiendo la historia, ejercieron un rol dramáticamente fundamental en el proceso de toma de decisiones que luego generaron efectos residuales de muy larga duración.
El presidente Milei no podía ser la excepción a esta regla. Él también tiene su grupo “illuminati” alrededor. Confesado por el propio presidente, ese grupo, que integra su hermana y el asesor Santiago Caputo, ha cobrado una trascendencia en el gobierno libertario que ya lo ubica a la misma altura de otros “illuminatis” que lo precedieron.
Una característica de todos los grupos “illuminati” que la Argentina presenta es su fuerza envolvente: todos han terminado “envolviendo” al presidente en una telaraña en la que es difícil establecer quién toma las decisiones o quiénes toman qué decisiones.
El episodio sucedido en la entrevista que el presidente le concedió a Jonny Viale (con quien me solidarizo fuertemente) en el que, casi sobre el final, Caputo irrumpe en el cuadro de cámaras (ante la cara de sorpresa del presidente) para sugerir grabar de nuevo un párrafo de la entrevista, es un hecho típicamente “illuminati” en el que un monje oculto, desconocido para la mayoría de la ciudadanía, irrumpe en el círculo más íntimo del más alto magistrado del país para establecer una norma de procedimiento diferente de la que el propio presidente había elegido.
En ese preciso momento, lo que se suponía debía ser la pieza de expresión pública que calmara la situación y llevara explicaciones a aquellos que las pedían quedó completamente estropeada.
Nunca participé de la idea de culpar al famoso “entorno” (la palabra histórica que los analistas han utilizado para referirse a los “illuminati” de cada época) por los errores de una gestión. Finalmente es la figura que lleva la responsabilidad máxima la que tiene en sus manos la posibilidad de terminar con el “entorno” o, incluso, de impedir que el “entorno” nazca.
Pero no puedo ser tan necio de ignorar que, como en toda organización humana, los máximos responsables de dirigirla tienen personas de confianza con las que hablan, intercambian ideas y, eventualmente, toman decisiones.
Lo llamativo en la Argentina es que esas personas no hayan sido -en las últimas largas décadas, al menos- ministros que estén a la luz pública, legisladores (que incluso hasta se podría decir que fueron elegidos) sino personajes secundarios (desde el punto de vista de la exposición) cuyo poder es inversamente proporcional a su conocimiento público, esto es, han sido más poderosos cuanto menos conocidos fueron.
López Rega ejerció un notorio control sobre Perón e Isabel mucho antes de que su cara fuera pública. Nosiglia manejaba muchos de los hilos de la administración de Alfonsín y nadie lo conocía; no tanto Antonio, pero Aíto De la Rúa era un personaje en las sombras; Marcos Peña operaba más en la oscuridad que a la luz del día… Y, bueno, Santiago Caputo toma o sugiere decisiones trascendentes y le apuesto a cualquiera que si estuviera en un bar tomando una cerveza el 99% de los parroquianos no tendría idea de quién es.
¿El conocimiento público contribuye por sí solo a que se achique el margen de error en las decisiones de una administración? No lo sé. Lo que sí sé es que el ORDEN de un organigrama dispara mensajes. Si los mensajes que dispara el organigrama formal de una administración DIFIERE de los mensajes que envía el comportamiento MATERIAL de la administración, no tardarán en aparecer cortocircuitos muy serios en el funcionamiento de la organización porque los que ocupan los casilleros formales del organigrama retraerán sus decisiones, su predisposición y hasta su entusiasmo cuando verifiquen que los “illuminati” que no integran formalmente el organigrama tienen más poder que ellos.
Esta disfunción debe ser corregida rápidamente, no porque todas las decisiones deban ser tomadas a la luz de la Plaza de Mayo al rayo del sol que ilumina la Pirámide, sino porque los agentes de la administración deben saber quién manda.
En el caso actual, el propio presidente ha enviado señales confusas (y además las ha hecho públicas) poniendo en duda, incluso, el alcance de su propio poder y acerca de quién es el verdadero “jefe”.
En alguna oportunidad el presidente se definió a sí mismo como un simple “predicador”. Bueno, la gente eligió al predicador, no a los illuminati.
Estimado Charly, como decía el inolvidable Enrique Pinti: “Argentina es un país que tiene HIPO, repite, repite, …….”. Excelente nota que nos induce a preguntarnos que nos está pasando?
Ahi esta la “canaleta” y el “pasquin” q se
Quedo anclado en su tapa del tapado
De Maria Julia…..jaja
Y piden x favor q no los abandonemos
Q ellos son “Periodismo de Investigacion” q agarren la pala ja ja
Y dejen de mover la lengua con mentiras
Q a nadie le importa….