Tanto el presidente como el ministro Guzmán, siempre sin dar nombres, le respondieron a Cristina Fernández de Kirchner en esta noria sinfín del peronismo peleando contra sí mismo y llevando al país de rehén en esa lucha muchas veces asesina.
El presidente dijo que él nunca ocultó las cifras estadísticas, por más que estas le fueran adversas. Dijo que enfrentó los problemas y les puso el pecho porque “era peronista” y así le habían enseñado.
No hay dudas que las referencias de Fernández se dirigían a las notorias tergiversaciones de las estadísticas públicas que caracterizaron en general al gobierno de los Kirchner pero, particularmente, al de Cristina Fernández.
Más allá de que aquello “de ponerle el pecho” a los problemas esté seriamente en duda (salvo que se admita que los problemas ya han atropellado ese pecho) es efectivamente cierto que la Sra. de Kirchner, cuando fue presidente, engañó sistemáticamente a todos los argentinos con mediciones truchas que ocultaron la inflación, la pobreza, las reservas, la deuda y toda otra variable cuya evidencia verdadera no le conviniese.
Esta guerra de indirectas sordas también fue continuada por Martín Guzmán que pidió que le acercaran ejemplos de países que hubieran tenido éxito subsidiando las tarifas de energía y manteniendo déficits fiscales elevados.
El ministro de economía tiene razón y, efectivamente, una economía racional y ordenada debe mantenerse alejada de los subsidios y de los déficits. Quizás en estos arrebatos se encuentre la explicación a porqué, siendo tan mal ministro como es, la permanencia de Guzmán sea defendida por la parte más racional de la Argentina y, fundamentalmente, por los tomadores de decisión. Quizás ellos intuyen la velocidad a la que se hundiría el barco si un radicalizado cristinista tuviera el mando.
La viuda de Kirchner -en una confesión de que se ve a sí misma como una especie de dueña suprema de la Argentina- dijo que había sido muy “generosa” permitiéndole al presidente designar el equipo económico, como si ella fuera una especie de faraón que está por encima de todo y que, en sus ratos libres, otorga concesiones graciosas a los que le caen bien en el momento, fuera de toda institucionalidad, claro está.
La reacción que a uno le sale del estómago frente a estos arrebatos monárquicos es preguntarle: “¿Pero vos quién sos? ¿De dónde saliste?
Lo cierto es que Guzmán efectivamente le espetó (como el presidente antes) un par de grandes verdades: Kirchner no es más que una mentirosa y una ignorante económica.
El problema es que Guzmán debería también responder muchas preguntas similares en el sentido de ofrecer ejemplos de países que hayan salido adelante con sus métodos.
Por ejemplo, ¿qué país resultó exitoso gravando a su pueblo con 170 impuestos? ¿O qué país salió adelante con cepo cambiario? ¿O a qué país le fue bien castigando a sus exportadores?
Guzmán no puede responder esas preguntas sencillamente porque no existe respuesta para ellas.
El kirchnerismo dio otra muestra, sin embargo, de cuál sería el perfil y el rumbo de la economía si Guzmán no estuviera: presentó un proyecto en Diputados para jubilar a más ciudadanos sin aportes por el que el 10% de las mujeres y el 30% de los hombres podrían pasar a engrosar las ya quebradas arcas de la ANSES y convertirse en nuevas bolsas de plomo para los trabajadores activos del sector privado que cada vez son menos.
El proyecto, obviamente, no incluye la explicación acerca de cómo se financiaría esa extraordinaria erogación sencillamente porque para ellos el concepto de “ingreso genuino” no existe: para ellos solo es cuestión de darle más velocidad a la máquina de imprimir billetes y listo, ¡felicidad consagrada!
Fue esto también parte de lo que comentábamos ayer en relación al compendio de ignorancias con las que Kirchner se despachó el viernes en Chaco. Allí la vicepresidente volvió a insistir con la idea de que la emisión no genera inflación para lo cual mostró unos cuadros que, para variar con su burrez, probaban exactamente lo contrario.
Pero si se los pudiera eximir de la interpretación correcta de un gráfico de coordenadas sería más difícil que pudieran eludir preguntas como estas: ¿por qué -si la emisión no genera inflación y pone riqueza en los bolsillos de la gente- no emitir sin límites? ¿Por qué habría de limitarse la impresión diaria de billetes a una cantidad determinada si su volumen fuera neutro en términos de precios?
Por eso la presencia de Guzmán es una especie de ejemplo inverso de esa pregunta futbolera que uno se hace cuando un determinado jugador se mantiene en el banco de suplentes de un equipo que juega horrible. En esos casos, desde la tribuna, uno se pregunta “¡qué mal estará Fulano para no ser titular en este equipo!”. Con Guzmán, el gobierno y el país pasa lo mismo pero al revés: uno se pregunta ¡qué desastre será el gobierno como para que el país racional pida que Guzmán se quede!
Pero lo realmente incomprensible (y que, paradójicamente explica la decadencia argentina) es cómo la sociedad se deja llevar y atrapar por las guerras internas del peronismo. Con toda la sangre inocente que ese engendro político le cobró al país en términos de muerte y horror, los argentinos no aprenden y siguen siendo rehenes del peronismo.
¿Resistirá la sociedad hasta agosto de 2023 este aquelarre? ¿Hay en la oposición alguien que esté estudiando un programa completo de ideas para terminar con la decadencia?