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Lo que en realidad deberíamos entender por “venezualización”

En general cuando se habla de “venezualizacion” o del peligro de que un país siga los pasos de Venezuela (como era común escuchar en la Argentina de los Kirchner) en lo que primero que se piensa es en una generalizada pauperización del nivel de vida, una extendida escasez de enseres y productos esenciales para la vida cotidiana, con el agregado de una invasión violenta de marginales que tornan cada minuto más peligroso que el inmediato anterior.

Sin embargo, con ser completamente ciertos todos esos temores, no son esos los mayores peligros a los que se expone un país que se “venezualice”.

El peor de los daños, el más acuciante de los peligros y, por el lejos, el más duradero de todos los males es el de llevar a la ley las normas del totalitarismo, para que este, en última instancia, sea un totalitarismo “legal” y hasta “democrático”.

Una vez que el régimen consigue escribir un orden jurídico (que sus propias huestes legislativas -a su vez amañadas o conseguidas en base al fraude- aprueban) que delinee los designios de la nomenklatura, hasta a la propia comunidad internacional se le hará difícil oponerse a ese Leviatán porque a este siempre le quedará el atajo y el argumento de su “legitimidad” legal.

Es lo que el chavismo construyó en Venezuela desde el primer minuto de su existencia.

No se si ustedes recuerdan la conocida imagen de Chávez quien, mostrando un ejemplar liliputiense de la Constitución que él mandó confeccionar ni bien asumió, decía que él no hacía otra cosa más que cumplir con lo que allí se decía.

Maduro continuó esa parodia. Es más, ahora prometió una Constitución nueva para seguir dándole una “careta” legítima a su dictadura.

El punto es que, detrás de esa pantomima, se esconde la simulación de que esa legislación no es otra cosa más que la consagración escrita de un regimen de facto que quiere esconder, detrás de esas mentiras, su origen y si ejercicio despótico y dictatorial.

Una vez que una hydra de siete cabezas de semejante magnitud logra instalar esa estructura es muy difícil removerla del poder porque el amañamiento de las reglas cuya producción monopoliza impide que otro competidor se alce con una victoria.

Lo que ocurrió con Maduro el año que acaba de terminar, perdiendo largamente las elecciones a manos de la oposición encabezada por Maria Corina Machado, pero que de todos modos juró un nuevo periodo presidencial el viernes pasado, es el ejemplo más cercano y más grosero de esta payasada.

Hace 50 o 60 años el mundo era mucho más “rústico” y estaba más preparado para ser testigo de arranques desorejados como los que protagonizaron los Castro y los Guevara en Cuba, por ejemplo. 

Allí no fue necesario construir una careta “democrática” para recibir la aprobación del concierto internacional: fueron muchos los que saludaron el triunfo de Fidel como una especie de liberación del pueblo cubano. Hoy, 65 años después, ese mismo pueblo se debate en la inmundicia de la escasez, de la falta de luz, de alimentos esenciales, de libertades mínimas.

Venezuela siguió, obviamente, el mismo camino. No hay salida para la contradicción “colectivismo/modernidad”: donde hay colectivismo no hay modernidad y, en general, donde hay modernidad no hay colectivismo.

Obviamente la mayoría de los rufianes que persiguen la imposición de esas indignidades lo hace a sabiendas de que condenará a la inmensa masa del pueblo a la ruina material más absoluta (mientras ellos se preparan para disfrutar los botines de su atraco). Pero hay otros (en especial jóvenes) cuya inocencia conmueve al verlos creer que el mundo de bienes y servicios que están acostumbrados a disfrutar (bienes y servicios que en la mayoría de los casos incluso usan para propagar sus utopias) va a continuar como si nada en el caso de que las “ideas” que buscan imponer, de hecho se impongan. ¡Pobrecitos!: cuando quieran reaccionar, la escasez de la miseria, del barro, de la fealdad y de la falta de todo, los habrá abrumado y ya no tendrán vuelta atrás.

Esa imposibilidad de reparación pacifica y de recuperación de la dignidad y del confort de enseres cotidianos mínimos, se deberá, en gran parte, a que el regimen logró cristalizarse en un orden jurídico que, al mismo tiempo que pretender venderle al mundo legitimidad, le impide a los opositores internos vencer a los déspotas y desalojarlos del poder.

Para ver caer esos totems del totalitarismo el mundo debería retroceder medio siglo para que vuelva a parecer normal que una especie de coalición internacional invada el país y remueva por la fuerza a esos impostores del igualitarismo.

Ese es, entonces, el mayor peligro que hay detrás de la simplificación que el periodismo popularizó como “venezualización”: de nuevo, con ser las imágenes de la miseria lo primero que nos viene a la cabeza cuando repetimos ese neologismo, ellas no son el peor drama. El peor drama es la consolidación de una impostura por la vía de llevarla a la letra de la ley. Ese camuflaje de “estado de derecho” es lo que más complica -en un mundo hipócrita como el de hoy- el regreso a la normalidad de un país que tuvo la desgracia de “venezualizarse”.

Es ese paso hacia la instalación de un orden jurídico dictatorial el que hay que evitar a como de lugar. 

Los Kirchner estuvieron muy cerca de lograrlo en la Argentina. Obviamente lo que hubiera seguido habría sido, efectivamente, la consumación de la miseria, que son las primeras imágenes que nos vienen a la cabeza cuando hablamos de Venezuela o Cuba. Pero el origen de ese drama habría que buscarlo en la consolidación de esa “institucionalidad” que los Kirchner buscaron imponer desde que se instalaron en el poder, como de hecho lo habían logrado en su pago chico de Santa Cruz.

Probablemente la Argentina nunca terminará de dimensionar las consecuencias de lo que se salvó; la profundidad del drama que evitó. 

Para los que aun tengan dudas sería interesante que estudiaran cómo vive la gente en Santa Cruz o cómo lo hace en vastas regiones de la Provincia de Buenos Aires, asolada como está por la pobreza, la indigencia, la inseguridad y la falta de recursos básicos para zonas que, en condiciones normales, deberían ser de las más ricas del mundo.

Cuando un Leviatán colectivista logra encaramarse en el poder, el peligro inmediato que hay que conjurar es el de que logre perfeccionar un orden jurídico que, justamente, lo solidifique allí, lo petrifique de tal manera que nadie pueda sacarlo. Es a eso a lo deberíamos llamar “venezualización”: todas las calamidades que luego vemos por television que suceden allí (o en cualquier otro país o territorio gobernado por “ideas” parecidas) son tan solo una mera consecuencia de ese embrión maldito.

https://youtube.com/@carlosmira6076?si=BlRlpd4pX69eU2S4

Por Carlos Mira

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3 thoughts on “Lo que en realidad deberíamos entender por “venezualización”

  1. Eduardo Barreira Delfino

    “Yo quiero vivir libre y morir ciudadano” es una frase celebre de Simon Bolivar. Es evidente que el chavismo madurismo, jamas leyeron a Simon Bolivar ni conocen su impronta en la vida latinoamericana en propagacion de la libertad.
    Es inexplicable la invocacion permanente del procer que hacen estos satrapas usurpadores del poder en cualquier esquina.

  2. Andrés

    El nazismo también hizo lo mismo. El concepto de estado que definió Hitler era que su función era preservar la pureza de la raza. A partir legalizó todo el disparate.

  3. Anónimo

    Ok.
    Pero….
    Para cuando dejar de extraer petróleo de Venezuela por medio de empresas occidentales y a la vez compra de ese petróleo. Algunos les cierra MADURO a cargo….. doble agente…????

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